El presidente Luis Abinader Corona acaba de inaugurar su periodo de gobierno con posiciones de política exterior e internacional que revelan su desconocimiento de las variables fundamentales que mueven, en este tiempo, el acontecer mundial; al menos que quiera convertirse en punta de lanza de un imperio que destruye todo lo que toca con su poderío, Estados Unidos de Norteamérica.

Algo insólito que ocurra en un país del tercer mundo, con limitado crecimiento y escaso desarrollo. Entregar la soberanía a los intereses estadounidenses es burlar la confianza depositada, con el voto, por la población. Lacera profundamente la dignidad nacional, cuando se arrodilla vergonzosamente ante un poder que nos ha pisoteado militarmente varias veces, y profundiza su dependencia económica, política y social.

La dependencia política, económica y social, es contraria a los nuevos tiempos. Obstaculiza el despegue productivo de una nación, desaprovechando las oportunidades que brinda el mercado, y conseguir excelentes inversiones en beneficio del país. Para esto es necesario tener una mente y un accionar independiente de cualquier dominación ideológica opresora.

Cómo se le ocurre al presidente Abinader cerrarle las puertas a la economía más próspera del mundo, la República Popular China. Limitar sus inversiones a áreas de poca monta, es una desconsideración inaceptable. Un país ávido de inyecciones de capital fresco, no envenenado por las garras del capitalismo voraz y salvaje. Se desconsidera a un gobierno que ha ofrecido su colaboración permanente, cuando se le impide invertir en telecomunicaciones, aeropuertos y puertos. ¡Qué barbaridad!

La posición del gobierno dominicano va en vía contraria a los demás países de la región que aprovechan las inversiones chinas, para resolver problemas neurálgicos, por sus características y condiciones blandas. Plegarse a los intereses estratégicos del capital norteamericano es entregar la soberanía económica del país a un poder extranjero.

Por otro lado, lo más lamentable, el presidente Abinader no debe permitir traicionar su herencia familiar árabe para complacer los deseos imperiales. Es inverosímil cuando anuncia la posibilidad de trasladar la embajada dominicana a la ciudad de Jerusalén, territorio sagrado del Estado palestino. Violando las resoluciones de las Naciones Unidas, ONU. Es inadmisible sumarse a Honduras y Guatemala, en coro con los gringos, y vulnerar la dignidad de los palestinos.

La resolución 478, del 20 de agosto de 1980, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó el intento de anexar la ciudad de Jerusalén Este por parte de Israel. Al mismo tiempo solicitó a los Estados miembros a retirar sus misiones diplomáticas de la ciudad palestina. En el momento, solo tres países, EE. UU. Honduras y Guatemala, de la región tienen embajadas instaladas allí.

A veces la sumisión degradante por alcanzar propósitos determinados, terminan destruyendo los proyectos en curso. No es posibles transgredir las leyes internacionales en ara de caer gracioso al Tío Sam que se desacredita por su incapacidad, prepotencia y un poder, en el mundo, que ya es compartidos con otros países.

Lo que llora ante la presencia de Dios, es que un primer mandatario de origen árabe¹, como es el presidente Abinader, se preste a mancillar la dignidad, tanta sangre derramada, del pueblo Palestino. Y lo más lamentable, violar una resolución aprobada por cerca 146 Estados miembros de la ONU.

La política exterior e internacional de la República Dominicana no debe estar al servicio de los intereses del poder extranjero, mucho menos del que destruye, pendejamente, nuestros recursos naturales; mantiene una intromisión en los asuntos internos del país; y boicotea la frágil democracia latinoamericana y caribeña. Las necesidades inmediatas, a corto y largo plazo, son las que terminan el accionar, con autodeterminación, del gobierno, tomando en cuenta las variables geopolítica de la región y el mundo.

Una pequeña ciudad en El Líbano presume por triunfo de Luis Abinader