De la conmoción ocasionada por la petición de renuncia al presidente de la república, se puede escribir mucho. La reacción ha sido inusual y dramática, una verdadera explosión mediática. Intento entender el fenómeno metiéndome en los zapatos de los firmantes, del oficialismo, y en los de una sociedad abusada. Tarea difícil.
Solicitar la renuncia de un presidente no es novedoso, es un derecho democrático. De hecho, varios presidentes latinoamericanos han renunciado: Fernando Collar de Mello, Abdalá Bucaram, Raúl Cubas, Alberto Fujimori, Fernando de la Rúa, y Gonzalo Sánchez de Lozada. El partido demócrata de Estados Unidos trabaja en una moción de renuncia, ”impeachment”, contra el estrambótico Trump, y en Inglaterra se da por seguro la cesantía de la Primera Ministra Theresa May. Queda claro, entonces, que no estamos ante una aberración antidemocrática.
Tampoco debe considerarse fuera de lugar la solicitud, considerando que los indicios colocan a Danilo Medina en el vórtice del escándalo Odebretch. Igualmente, deslegitima su mandato el número de funcionarios que, a pesar de protagonizar robos contra el Estado, disfrutan de libertad.
Entonces, cómo entender esas reacciones apocalípticas provocadas por la petición, sólo justificables ante un golpe de Estado o un conato revolucionario. Busquemos explicaciones en las propuestas de la carta, y en el argumento de quienes se rasgan las vestiduras.
Si tomásemos el manifiesto como un grito desesperado ante la inmunidad otorgada por la justicia a nuestro presidente y al proyecto de Punta Catalina, el documento tiene sobrada justificación – por algún lado tiene que salir la rabia – máxime, cuando se tiene el convencimiento de que el congreso nunca invocará el Art. 120.3 de la Carta Sustantiva, aun cuando existan motivos graves para hacerlo.
Aunque quimérico, nadie puede quitar el derecho que tienen los ciudadanos de pedir públicamente la renuncia de un mandatario. Las circunstancias actuales merman peligrosamente la credibilidad de la presidencia, que ve pasivamente la inequidad y parcialización de la justicia. El silencio irrespetuoso de Danilo Medina no es menos provocador, y la gente se desespera. Por eso irrumpe en el colectivo con ese tipo de exigencia..
No obstante, el manifiesto no fue asumido por la población, y provocó temor. Esto pudo ser causado por dos de sus tres propuestas: la segunda (“Acuerdo ciudadano político”) y la tercera (“Nuevo orden democrático”). Lo del “acuerdo” se percibió como una incitación contra el orden establecido; lo del “nuevo orden”, trajo a la memoria revoluciones, predestinados, dictadores, y pescadores en río revuelto. Si se hubiese detenido en la primera propuesta, la de la renuncia, el rechazo sería menor.
Quienes defienden apasionadamente al presidente no paran de recordarnos la legitimidad de su cargo; insisten en que es un absurdo, una locura, retar a un Estado de Derecho. Curiosamente, omiten mencionar que legitimidad y Estado de Derecho están desvencijados y maltrechos en este país: el poder viola reiteradamente leyes e ignora la constitución, utiliza financiamientos de origen criminal, y descuida deberes fundamentales para los que fue elegido.
Al estudiarse detenidamente las seis renuncias presidenciales arriba señaladas, se comprueba que el número de votos no inmuniza contra el juicio político ni contra la renuncia. Fueron las sospechas de corrupción y el desgobierno los que determinaron la entrega de mando.
Una carta explosiva no tumba gobierno, ni saca del poder a un partido como el PLD, gansteril, dueño de instituciones, y billonario. Seguramente el presidente cumplirá su cuatrienio. Pero no puede dejar de recordar que “el que mucho jode, empreña”. Ah, y que “la culpa no es de la estaca, si el sapo salta y se ensarta”.