En el 67.4% de los hogares dominicanos se practica la violencia como método disciplinario según presenta Visión Mundial en un estudio realizado recientemente (Julio 2016).

El uso de la violencia tiende a ser negado por padres y madres en las encuestas que aplicó Visión Mundial, 92%, padres/madres/personas adultas ejercen violencia pero no lo reconocen porque para ellos y ellas “las pelitas” no son violencia. Así se muestra en estudios cualitativos y etnografías que realizamos en distintos lugares del país (Vargas 2010) (Vargas 2014).

Dar pela no se percibe como una acción violenta, por el contrario se considera que “una pela de vez en cuando le hace bien a un niño”. Esta justificación de las pelas se presenta en padres/madres de distintas generaciones y estratos sociales.

Esta transferencia y reproducción de la violencia de generación en generación, no sólo se circunscribe a la familia. También los niños y niñas se golpean entre sí y sus relaciones están bañadas de violencia cotidiana.

En el discurso de padres/madres se contrasta pelas con maltrato. Se plantea que un niño o niña se maltrata cuando los golpes propinados generan algún daño físico visible. Mientras que las pelas pueden ser: “un simple chancletazo”, “un correazo” , “darle con una varita por los pies”.

¿Porqué las pelas están legitimadas?

La legitimación de las pelas tiene que ver con la significación que tiene en nuestra cultura ser padres/madres o tutores/as.

Los/las hijos son considerados como posesiones de padres y madres, quienes son los responsables de su socialización y  del aprendizaje de las normas culturales. Padres y madres recurren a ciertos tipos de procedimientos también normados para lograrlo.

La represión está presente en nuestras relaciones sociales, reprimimos lo que no podemos evitar y aquello que sale de nuestro control. Uno de estos mecanismos de continuación y perpetuación del control social es el uso de métodos violentos: castigos, pelas, insultos.

El cuestionamiento a esta legitimación de la violencia supone cuestionar el modo de relacionarnos, el tipo de rol que asumimos como padres/madres, e incluso a la significación cultural de la familia y de los hijos e hijas.

Esta transferencia y reproducción de la violencia de generación en generación, no sólo se circunscribe a la familia. También los niños y niñas se golpean entre sí y sus relaciones están bañadas de violencia cotidiana. Esta relación resulta también “normal” porque es muy “natural” en la convivencia entre hermanos y hermanas, entre amiguitos y amiguitas.

Tenemos, entonces, unas relaciones violentas cargadas de coerción social que se transfieren, se aprenden, se moldean y norman en nuestra vida cotidiana en nuestro ambiente familiar, pasando por “dadas” y supuestas”, legitimadas y aceptadas, y casi nunca cuestionadas, porque implican cuestionar nuestra propia práctica social.

Esta violencia ejercida desde la niñez y adolescencia es parte del circulo de violencia que se convierte en espiral fortaleciendo la violencia estructural que permea toda nuestra sociedad. Niños, niñas, adolescentes y jóvenes que tienen o no vínculos con redes delictivas fueron en su totalidad reprimidos, castigados y violentados.

La violencia no se combate con violencia, sino con oportunidades, respeto a los derechos, equidad y ejercicio de una cultura de paz. La corrección de conductas de niños y niñas puede realizarse sin uso de pelas y con ello no se está criando “delincuentes” ni personas violentas. La campaña que promueve Visión Mundial e instituciones como Plan RD a favor de métodos de corrección de conductas basados en: uso de la “ternura”, el amor, cercanía, comunicación, establecimiento de reglas claras, negociaciones sobre esas reglas a cumplir y las evaluaciones de su cumplimiento desde la comunicación horizontal favorece a que logremos cambios significativos en nuestra convivencia desde una cultura de paz.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY