La Semana Mayor nos encuentra en medio de una pausa extendida obligatoria reforzada con medidas que limitan a su mínima expresión los desplazamientos interurbanos; de manera que la obligatoriedad que garantiza la protección individual y apoya la lucha colectiva para reducir el COVID-19 en el país, es una oportunidad para reflexionar en la construcción de una mejor ciudad en base a lo sucedido en este momento histórico que le ha tocado vivir a la presente generación.

Esta pausa obligatoria nos presenta el potencial que tiene la Primada de América para impulsar una serie de reformas estructurales en base a una estrategia sustentada en la tecnología y la sostenibilidad de su medio ambiente urbano, transformando a Santo Domingo de Guzmán en una ciudad habitable para el bienestar de toda la población.

Sin importar la clase social o el sector en donde se encuentre en estos tiempos de pausa hemos sido testigos de la reducción del parque vehicular, haciendo desaparecer los tapones, reduciendo la contaminación del aire y disminuyendo el registro de accidentes; lo cual nos muestra con claridad la urgencia de implementar una política que priorice la inversión de los desplazamientos colectivos en la ciudad.

Las medidas establecidas por la pausa obligatoria contribuyeron a que los ocupantes informales de una serie de espacios públicos localizados en toda la ciudad liberen estos lugares intervenidos de forma ilegal; momento ideal para propiciar la limpieza de estas vías, aceras o espacios verdes, e implementar una estrategia para la formalización de estos vendedores, delimitando los espacios y horarios para la comercialización de estos.

De igual manera el cierre provisional del Mercado Nuevo de la Av. Duarte es el punto de partida para la renovación estructural de este importante espacio de la ciudad que libere la circulación motorizada de toda la Av. Duarte, elimine la venta informal en el perímetro del mercado, habilite la operación interna para un número limitado de vendedores y renueve las instalaciones en base a los parámetros establecidos para una infraestructura de este tipo.

La obligación de quedarnos en casa ha puesto en relieve la magnitud de las precariedades en la habitabilidad de un segmento importante de la población, donde el 42.4% de las viviendas del Distrito Nacional se encuentran localizadas en tugurios según un informe de la Oficina Nacional de Estadísticas basado en el último censo del 2010; resaltando las dificultades para acatar las medidas establecidas en un entorno propicio para los contagios masivos, con especial atención en zonas de alta densidad como la Circunscripción #3 (27,379.8 Habs/km²). Evidencias que requieren acciones inmediatas que refuercen el distanciamiento y aseguren la asistencia social, así como iniciativas a mediano y largo plazo que contribuyan en disminuir el hacinamiento diseminado por todo el territorio capitalino.

Otro elemento característico de este tiempo ha sido el aumento en el uso de las azoteas por parte de la ciudadanía, para realizar actividades que van desde la posibilidad de ver una puesta de sol hasta la necesidad de ejercitarse; demostrando la necesidad de espacio público seguro y de calidad por toda la ciudad, para que la población sin excepción pueda recrearse y satisfacer sus necesidades de ocio en un ambiente natural.

Finalmente, la pausa ha incrementado el uso de los canales digitales para realizar una serie de actividades que en tiempos normales hubiera requerido de un desplazamiento por toda la ciudad para completarla. Desde una asesoría laboral, pasando por un curso, el pago de un servicio, el cobro de unos honorarios o la realización de un trabajo desde casa de forma remota contribuye en la reducción de los desplazamientos y por ende coopera en una mejor ciudad; para lo cual se necesita fomentar esta práctica y al mismo tiempo liberar los cargos para el uso de estos canales, con el fin de incentivar el uso de la tecnología y reducir los movimientos por las congestionadas calles de la capital.

La parada obligatoria, reforzada por este tiempo de reflexión nos permite pausar en la vorágine que día a día vivimos en la capital; tiempo de recapacitar para propiciar la transformación estructural que necesitamos para tener una mejor ciudad.