La noticia lucía insólita a primera vista.  Eso de que se excluyera a un medio de comunicación de cubrir un evento para el cual estaban invitados los restantes de la prensa escrita nacional, de quien menos podía esperarse era del Embajador de los Estados Unidos. Bastaría para entenderlo así tan solo dos razones. 

Una de ellas, la principal, que es precisamente el poderoso vecino del Norte el que siempre se ha preciado de poseer una prensa libre y con amplio acceso a las fuentes de información, inclusive algunas del más alto nivel de confidencialidad.  Tanto así, que fue precisamente la investigación de un periódico el que llegó a provocar la renuncia de un Presidente, como fue el famoso caso de Watergate y hasta sacar a flote, clasificados materiales militares como la sangrienta matanza de My-Lai durante la fracasada contienda de Viet Nam y las torturas aplicadas a prisioneros de guerra en Irak y Afganistán.

Y la otra, porque ha sido precisamente el embajador estadounidense el que por razones más que de sobra conocidas y que por su naturaleza han resultado extrañas y en controversia con la cultura y costumbres de nuestra sociedad, el que ha hecho más insistencia en el derecho a expresarse y desenvolverse con toda libertad.

El objeto de exclusión en este caso, es el Diario Libre.  Uno de los periódicos que goza de más elevada circulación y preferencia pública, que ha sido además un baluarte permanente de ese mismo principio de libre expresión, que figura en la Declaración Universal de Derechos,  en nuestra Carta Magna y hasta como Primera Enmienda en la propia Constitución de los Estados Unidos, la misma que forjaron sus fundadores,  pero que además,  constituye piedra angular de todo sistema democrático.

La razón de esta sinrazón ha debido ser imaginada por el propio medio afectado ante la ausencia de una explicación, que todavía a estas alturas no ha sido ofrecida ni por el embajador ni por su vocero de prensa.  Diario Libre lo atribuye a supuestamente haber publicado una fotografía de varios hombres de filiación “gay” posando en la piscina de la embajada.  No fue una gráfica tomada subrepticiamente ni que incurriera en falta de discreción al sacar a la luz pública un tema  que, por el contrario, ha sido objeto de intenso activismo por el propio enviado diplomático y la cual ya había sido llevada a las redes sociales por su compañero de vida.

Con sobrada razón la Sociedad Dominicana de Diarios, que preside el destacado periodista Persio Maldonado, al igual que la SIP ha condenado el hecho.  También se han mostrado solidarios los demás medios de comunicación de la prensa escrita y en general.  A todas luces se trata de una injustificada acción de discrimen, intolerancia y represalia, un atentado flagrante a la libertad de expresión, la misma que el embajador estadounidense ha reclamado para sí, con todo derecho y la misma, en cambio, que ahora ha desconocido.

Su silencio no ayuda a su causa.  Debe recordar la máxima de que “rectificar es de sabios”.    Más aún, está obligado a ello.   Hacerlo  no lo va a empequeñecer como persona ni como diplomático.   Sí, en cambio, si persiste en guardar silencio y no reconocer el grave desliz en que ha incurrido, que por extensión afecta la imagen de la nación cuya representación ostenta en la nuestra.