ISRAEL ADORA los aniversarios. Los medios de comunicación se llenan de revelaciones y recuerdos del acontecimiento que se conmemora, los testigos recitan sus historias por enésima vez, fotos viejas inundan las páginas y las pantallas de TV.

En los próximos días, dos fechas conmemorativas importantes desempeñarán este papel. Es cierto que la guerra de Yom Kippur estalló en octubre (1973), pero ya los periódicos y programas de televisión están llenos de ella.

El acuerdo de Oslo fue firmado el 13 de septiembre (1993). No ha habido casi ninguna mención. Casi se ha borrado de la memoria nacional.

¿Oslo? ¿Oslo, en Noruega? ¿Pasó algo allí? Cuéntame.

EN REALIDAD, para mí, la fecha histórica es el 10 de septiembre. Ese día, Yitzhak Rabin y Yasser Arafat intercambiaron cartas de reconocimiento mutuo.

El Estado de Israel reconoció a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como representante del pueblo palestino, y la OLP reconoció el Estado de Israel.

Es uno de los logros históricos de Oslo que hoy en día posiblemente nadie puede comprender, por la inmensidad de este reconocimiento.

El movimiento sionista estaba orientado oficialmente al establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina. Extraoficialmente, se quería convertir a Palestina ‒toda ella‒ en un Estado judío. Puesto que Palestina ya estaba habitada por otro pueblo, la existencia de este pueblo ‒como pueblo‒ tenía que ser negada. Y dado que el movimiento sionista era, ante sus propios ojos, un esfuerzo moral e idealista, esta negación era un principio básico del credo sionista.

Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra. Golda Meir pronunció la célebre frase de que "no hay tal pueblo palestino”. Yo mismo he pasado cientos, quizá miles de horas de mi vida, tratando de convencer al público israelí de que realmente sí existe una nación palestina.

Y fue allí que el primer ministro de Israel firmó un documento que reconoce la existencia del pueblo palestino, derribando con ello un pilar central del sionismo después de casi cien años.

La declaración de Yasser Arafat no fue menos revolucionaria. Para todo palestino era una verdad fundamental que el Estado sionista era el hijo ilegítimo del imperialismo occidental. Palestina era una tierra árabe, habitada por los árabes durante siglos, hasta que un grupo de colonos extranjeros lo tomó por la fuerza y la astucia, expulsó a la mitad de su población y aterrorizó al resto.

Y ahí estaba el fundador y líder del movimiento de liberación palestino, ¡aceptando a Israel como un Estado legítimo!

Reconocimientos de este tipo no se pueden echar atrás. Es un hecho en la mente de millones de israelíes y palestinos, y del mundo en general. Este es el cambio fundamental que se forjó en Oslo.

PARA LA GRAN mayoría de los israelíes, Oslo está muerto. Su historia es bastante simple: hemos firmado un acuerdo generoso. Y “los árabes” lo rompieron, como lo hacen siempre. Hicimos todo lo posible por la paz, dejamos que el artero Arafat regresara al país, incluso les dimos armas a sus fuerzas de seguridad. ¿Qué logramos con eso? No la paz, sino ataques terroristas. Hombres bomba.

¿Cuál es la lección? Que los árabes no quieren la paz. Ellos quieren arrojarnos al mar. Como dijo Yitzhak Shamir, sucintamente: "Los árabes son todavía los mismos árabes, y el mar sigue siendo el mismo mar".

Para muchos palestinos, por supuesto, la lección es todo lo contrario. El acuerdo de Oslo fue un truco astuto sionista para continuar la ocupación de otra manera. En efecto, la situación de los palestinos bajo la ocupación fue mucho peor. Antes de Oslo, los palestinos podían moverse libremente por todo el país, desde el Mar Mediterráneo hasta el río Jordán, desde Nablus a Gaza, desde Haifa hasta Jericó, desde todas partes hasta Jerusalén. Después de Oslo, esto se convirtió en algo imposible.

¿CUÁL ES la verdad? ¿Está liquidado Oslo?

Por supuesto que no.

La creación más importante de los acuerdos de Oslo, la Autoridad Palestina, está muy viva, aunque no coleando.

Uno puede pensar sobre la Autoridad Palestina lo que uno quiera, bueno o malo, pero sin duda está ahí. Está reconocida por la comunidad internacional como un Estado en ciernes, que atrae donaciones y capital. Es la encarnación visible de la presencia nacional palestina.

A pesar de la opresión del régimen de ocupación militar que todo lo penetra, hay una sociedad palestina dinámica, vital, con su gobierno en la Ribera Occidental y en la Franja de Gaza que disfruta de un amplio apoyo internacional.

Por otro lado, la paz parece estar muy, muy distante.

INMEDIATAMENTE DESPUÉS de la firma del acuerdo (denominado "Declaración de Principios") en el césped de la Casa Blanca, convocamos a una gran reunión en Tel Aviv para que las fuerzas de paz analizaran sus méritos.

Ninguno de nosotros se hacía ilusiones. Fue un mal acuerdo. Como expresó Arafat, "el mejor acuerdo posible en la peor situación posible". No es un acuerdo entre iguales, sino entre un fuerte poder militar y un pequeño, casi indefenso, pueblo ocupado.

Algunos propusimos condenar el acuerdo completo. Otros, incluido yo mismo, propusimos aceptarlo con condiciones. “Los párrafos reales son menos importantes”, dije, “Lo más importante es poner en marcha la dinámica de la paz”. Hoy no estoy seguro de que tuviera razón, pero tampoco estoy seguro de que me haya equivocado. El jurado todavía está deliberando.

LA FALLA PRINCIPAL del acuerdo fue que su finalidad última no se mencionó. Aunque parecía obvio para los palestinos (y para muchos israelíes) que el objetivo era allanar el camino hacia la paz entre el Estado de Israel y el próximamente creado Estado de Palestina, esto no estaba claro en absoluto para el liderazgo israelí.

Fue un acuerdo provisional, ¿pero a cuenta de qué? Si quieres ir de Berlín a París, las estaciones intermedias son muy diferentes de las que pasas en la ruta entre Berlín y Moscú.

Sin un acuerdo sobre el destino final, tendría que surgir una disputa en casi todas las estaciones del camino. El estado de ánimo de la reconciliación se tornó rápidamente en desconfianza por ambas partes. Se echó a perder casi desde el principio.

A Rabin se le puede comparar con un general que ha logrado romper las líneas de su oponente. Un general en tal situación no debe detenerse a pensar las cosas. Debe seguir adelante y echar todo lo que ha conseguido en la brecha. Pero Rabin se detuvo, lo que permitió que todas las fuerzas de oposición en Israel se reunieran, reagruparan y comenzaran un contragolpe fatal.

Por naturaleza, Rabin no era un revolucionario. Por el contrario, era un tipo más bien conservador, un militar sin mucha imaginación. Mediante el ejercicio de la lógica pura, había llegado a la conclusión de que era en el mejor interés de Israel hacer la paz con los palestinos (una conclusión a la que había llegado 44 años antes, pisando el mismo camino.) A la edad de 70 años, cambió por completo su punto de vista. Por esto merece mucho respeto.

Pero una vez allí, Rabin dudó. Como dicen los alemanes, tenía el metido en su propio valor. En lugar de correr hacia adelante, regateó hasta lo último cada detalle, incluso mientras una intensa campaña de propaganda de tipo fascista se desató contra él. Por eso pagó con su vida.

¿QUIÉN, ENTONCES, rompió el acuerdo por primera vez? Yo culparía a mi lado.

Fue Rabin quien proclamó que “no hay fechas sagradas” (A lo que yo respondí “Me gustaría poder convencer a mi gerente de banco de eso”). Violar fechas establecidas en un contrato significa romper el contrato. El horario final para el inicio de las negociaciones serias de paz fue ignorado, y así, por supuesto, la fecha prevista para la conclusión: 1999. En ese momento ya nadie estaba siquiera estaba pensando en Oslo.

Otra violación fatídica fue no establecer los “cuatro pasos seguros” entre la Ribera Occidental y la Franja de Gaza. En un principio, las señales de tráfico que dicen “A Gaza” fueron realmente situadas en el camino de Jericó a Jerusalén, pero nunca se abrió ningún paso.

El resultado de esto no se hizo evidente hasta mucho más tarde, cuando Hamas asumió el poder en la aislada Franja de Gaza, mientras que Fatah se aferró a la Ribera Occidental. Fue aplicar divide et impera de la mejor (o peor) manera.

En los acuerdos que siguieron al de Oslo, la Cisjordania ocupada fue dividida en zonas temporales, A, B y C. El área C iba a permanecer por el momento bajo completo control israelí. Muy pronto se hizo evidente que los planificadores militares israelíes habían diseñado el mapa cuidadosamente: La Zona C incluía todas las carreteras principales y los sitios destinados a los asentamientos israelíes.

Las personas que idearon todas estas cosas no tenían la paz en sus mentes.

El cuadro no es del todo sobre un solo lado. Durante el periodo de Oslo, los ataques armados palestinos contra los israelíes no cesaron. Arafat no los inició, pero tampoco salió para prevenirlos. Probablemente pensaba que harían que los israelíes siguieran adelante con la aplicación del acuerdo. Pero tuvieron un efecto contrario.

LOS ASESINATOS de Rabin y Arafat pusieron fin a Oslo para todos los fines prácticos. Pero la realidad no ha cambiado.

Las consideraciones que llevaron a Arafat a finales de 1973 a la conclusión de que se tiene que negociar con Israel, y que llevó a Isaac Rabin en 1993 a hablar con los palestinos, no han cambiado.

Hay dos naciones en este país, y deben elegir: vivir juntos o morir juntos. Yo espero que elijan la vida.

Algún día, plazas públicas en Tel Aviv y Ramala llevarán el nombre de este acuerdo. Y en Oslo también, por supuesto.