No hay otra forma de darle una bocanada de oxígeno a nuestra patria, se los aseguro. El “status quo” que se nos ofrece no es la respuesta que necesita esta sociedad. Hemos caído en un sistema político y gubernamental totalmente clientelar – corrupto hasta el tuétano – en donde los cabecillas actúan como caudillos y no como verdaderos líderes. Y es que tanto el clientelismo como la corrupción son el epíteto de morados y blancos; nada de esto se remedia durmiendo con el enemigo. El cambio, para ser viable e imperecedero, debe ser radical y ajeno a esos grupos.
Nuestra historia contemporánea ha sido víctima de viejas dolencias. Cuando avanzamos en un área (como la estabilidad macroeconómica de la nación), retrocedemos en otras (corrupción rampante, falta de institucionalidad y seguridad). Pero el culpable no ha sido solamente el gobierno de turno: Hipólito Mejía es un retrogrado que, en la misma medida que Danilo Medina, está rodeado por una turba mafiosa esperando obtener una tajada del pastel. A veces no se si reír o llorar cuando veo los dimes y diretes en cuanto al tema de la corrupción escenificados por estos candidatos (y sus partidos), pues ambos partidos tienen más cola que “roba la gallina”. La corrupción se combate en casa y, en ese combate, no existen amigos, como lo demostrara Don Juan Bosch. Ninguno – óigase bien – ninguno de los partidos mayoritarios ha adoptado una postura objetiva y justa en cuanto a la erradicación de la corrupción y el clientelismo se refiere.
Empero, nuestra sociedad debe asumir su cuota de complicidad en este desmadre. Aún no comprendo como nuestra gente continúa creyendo la misma bazofia. El estiércol que nos han dado a comer ha sido efectivo; muchos han decidido no involucrarse en la política, otros, creen ciegamente en las palabras del “mesías” con un fanatismo empedernido, elemento que no les permite sopesar las realidades que se le ponen en frente. Se les escucha decir: “queremos soluciones sociales”, pero un gran número de ciudadanos está preocupado en que “me salga lo mío”…en resolver un problema colectivo de manera individual. Después de todo, si yo estoy bien que se joda to’ el mundo.
Y es allí precisamente donde yace el lugar en donde podemos iniciar y fomentar una nueva etapa, catalizando una revolución mediante la movilización social en nuestros barrios, campos y ciudades. Y no estoy abogando por una revolución armada – como las que valientes dominicanos llevaron a cabo durante nuestra Gesta Independentista, la Gesta Restauradora y la Guerra de Abril – hablo de una revolución de ideas, de posturas y de conceptos. Hablo de un renacer desde las entrañas mismas del pueblo.
Si nuestra gente se conforma con esperar por vientos de cambio desde los grupos de poder, la espera será infinita. Así como sucedió durante la Revolución Francesa – en donde la comuna (el pueblo) terminó por tomar conciencia de su condición y se sacudió del yugo – nuestro pueblo debe envalentonarse, unir sus fuerzas e iniciar una revolución por el bien de nuestra patria.
Los resultados no serían inmediatos, eso lo sé, pero tenemos que eliminar la complicidad implícita con la corrupción y el clientelismo. Debemos, a través de esta revolución de ideales, fomentar una renovación de liderazgo, identificando dominicanos/as que realmente representen los intereses de todos. Esto, acompañado con un cambio generacional en el aspecto socio-político, terminaría por ofrecernos una opción nueva – con, por y para el pueblo – erradicando el concepto de gobierno que la “burguesía” política dominicana ha instaurado.
Los cambios nacen del seno del pueblo. Hagamos una nueva revolución.