La segunda ronda de elecciones presidenciales y legislativas en Haití está prevista para el próximo domingo 20 de marzo. Ambos candidatos, Michel Martelly y Mirlande Hyppolite Manigat aun buscan los votos de los indecisos, que no son demasiados, según una encuestadora.
Se intensifican los sondeos y se han producido debates entre ambos contendientes, que siempre resultan ejercicios peligrosos para los candidatos, pero, riesgos aparte, son una forma de vender sus opiniones y proyectos, y en especial, su imagen.
El programa conjunto de la Misión de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el CARICOM, (MOEC), ya ha desplegado 50 de sus observadores en los diez departamentos del país. Además de observar la conducta de la campaña y el proceso electoral hasta la publicación de los resultados finales el 16 de abril, el MOEC se reunirá con los involucrados en las elecciones.
Hay mucho en juego en los comicios y un enorme interés en que estas elecciones resulten ordenadas, masivas y limpias. El país lo necesita como nunca antes, y pudiera estar realmente en un momento crucial para su resurgimiento y desarrollo futuro.
El primer obstáculo a superar será movilizar a la gran mayoría de electores defraudados y engañados en las elecciones fracasadas anteriores durante más de veinte años.
Una vez conocido el resultado oficial, el vencedor ‒Manigat o Martelly‒ tendrá ante sí una tarea descomunal: cómo concentrarse en los problemas reales de una larga lista que definen la compleja realidad haitiana de hoy.
Tendrá que combatir la pobreza y la desigualdad, la impunidad, el desempleo, y la deforestación con sus trágicas consecuencias. Para ello habrá de convencer y disipar la niebla de la falta de credibilidad tras siglos de viejos problemas políticos y sociales y crisis económicas, y emprender reformas radicales a todos los niveles.
Deberá aportar y poner en marcha las mejores soluciones para desarrollar proyectos agroindustriales que contribuyan desde el mismo comienzo de su mandato a aplacar el hambre; poner a funcionar un sistema judicial, encaminar la escuela y la universidad; devolver la seguridad ciudadana y la salud en todas sus variantes.
Tendrá que emprender una férrea batalla contra la corrupción, las drogas, la evasión de impuestos, el tráfico ilícito; desarrollar la energía y las telecomunicaciones; impulsar el turismo y valorar las posibilidades de otros sectores generadores de divisas.
Sacando el mejor partido posible de un eventual triunfo en las elecciones, el líder elegido y su equipo deberán garantizar la creación de un espacio verdaderamente democrático, que traiga la estabilidad y estimule la inversión en las diversas áreas que podrán situar al país en la senda del desarrollo.
Sin embargo, este desafío colosal no es tarea exclusiva de los haitianos. Los países desarrollados de Occidente, América Latina, África y el mundo entero, por el grado de responsabilidad con la involución de Haití, por sus vínculos históricos, por la cercanía relativa, o simplemente por humanidad, deben involucrarse decorosamente en el resurgimiento de Haití.
En respuesta al terremoto que devastó el país hace unos catorce meses se sucedieron las reuniones, encuentros y convenciones que fueron anunciados y divulgados profusamente, que generaron abundantes acuerdos y compromisos de ayuda, pero cuyos resultados concretos decepcionaron, en general, por el peso específico de sus resultados. Como siempre, hubo excepciones dignas cuyos ejemplos deberán incluirse en la guía a seguir en esta nueva oportunidad ‒para Haití y para las naciones dispuestas a colaborar.
No se trata solo de reconstruir un país que está ‒literalmente‒ por los suelos, sino de levantarlo, rehacerlo y ponerlo en movimiento como Estado; de ayudarlo a recuperar su dignidad como nación y devolverle "el nada mentido sortilegio a las tierras de Haití".
Los vecinos más cercanos que compartimos esta isla situada en el centro del mar Caribe somos los primeros en desear y alegrarnos de que así sea.