La coexistencia pacífica entre las naciones es uno de los grandes ideales de la humanidad.  Dentro de una nación, empero, no todos los elementos de su vida pública pueden o deben coexistir.  El hecho de que a nuestro país lo arrope una apabullante oleada de corrupción no es compatible con las aspiraciones de honestidad que profesa la ciudadanía llana.  Son dos rasgos antitéticos y antiestéticos.  Sin embargo, esa dualidad existencial coexiste hoy día sin que los sectores sanos de la sociedad actúen decididamente para librarnos de lo que parece una alarmante bipolaridad.

En efecto, nuestra sociedad esta atenazada por un pendular degradante entre la panacea dorada de la honestidad y la corrosiva realidad de la corrupción.  Los sondeos de opinión señalan una y otra vez la aspiración del pueblo dominicano a vivir honestamente.  Las masivas consultas que se hicieron en ocasión de la elaboración de la Estrategia Nacional de Desarrollo 2010-2030 revelaron el mismo contundente resultado.  Cuando se preguntó a la población sobre cuáles eran los principios que debían enmarcar la Estrategia, la honestidad sobresalió por mucho como el valor principal y cumbre, el que inspiró todo el tinglado dispositivo de la Estrategia.

Sin embargo, los reportes internacionales sugieren que, en la práctica, parecemos tener un temor atávico a la honestidad.  Transparencia Internacional, la organización que publica anualmente un Índice de Percepción de la Corrupción para muchos países, reportó en el 2016 que la corrupción general aquí había empeorado con relación al año anterior.  En el ranking de corrupción gubernamental, el país pasó a la posición 120 de 176 países, significando que los habitantes creen que existe mucha corrupción en el sector público (www.datosmacro.com/estado/indice-percepcion-corrupcion/republica-dominicana). 

Esta percepción de la población ha sido corroborada por otras fuentes.  El estudio “Cultura Política de la Democracia en República Dominicana  reportó que, respecto a la corrupción en América Latina, el país está ¨entre los que registran mayor percepción con un promedio de 78.1 puntos.  Los porcentajes de víctimas de la corrupción oscilan entre 67.0% en Haití y 3.4% en Canadá, y la Republica Dominicana ocupa la octava posición más alta con 21.7% de victimización” (www.vanderbilt.edu/lapop/dr/DR_Country_Report_2012_V3_revised_W.pdf).  Más recientemente, la Encuesta Gallup-Hoy del pasado mes de febrero reportó que el 88% de los encuestados cree que los funcionarios de los tres últimos gobiernos recibieron sobornos de Odebrecht (http://hoy.com.do/encuesta-gallup-el-87-7-cree-funcionarios-recibieron-sobornos/).   

     

Pero si lo anterior escandaliza, el reporte del Foro Económico Mundial (2016-2017) sobre la competitividad del país acaba de asestar el ¨mandarriazo¨ más demoledor a nuestra reputación.  No solo hemos retrocedido 12 puestos –del 92 al puesto 104—en el índice global de competitividad, sino que el descalabro mayor ha sido en el pilar de la institucionalidad: ahí figuramos en el puesto 123 de 138 países (http://www3.weforum.org/docs/GCR2016-2017/05FullReport/TheGlobalCompetitivenessReport2016-2017_FINAL.pdf).  De ahí que uno de nuestros economistas haya dicho que la débil institucionalidad es ¨la principal debilidad que afecta a la nación¨ (https://www.diariolibre.com/opinion/en-directo/competitividad-YM8295760).

Uno de los cuadros adjuntos (en inglés)  indica los diferentes factores que fueron medidos en una Encuesta a Ejecutivos de Negocios dentro del pilar de las ¨instituciones¨.  (El mayor puntaje de un máximo de 138 indica lo peor.)  Ahí se muestra como en materia de ¨Malversación de los fondos públicos¨ figuramos en el puesto 133, mientras en ¨Confianza en los políticos¨ estamos en el 130 y en materia de sobornos y pagos irregulares en el 112.  Pero la inmoralidad pública no es única: en materia del comportamiento ético de las empresas figuramos en el puesto 130.  De manera que las prácticas corruptas involucran tanto al sector público como al privado y representan el mayor escollo a la realización de las transacciones de negocios.

No se requiere sabiduría de genio para inferir que, al erosionar la competitividad del país, la corrupción está retrasando seriamente nuestro desarrollo.  ¨La corrupción, más que un concepto abstracto, es un monstruo que afecta al país en todos los niveles de su vida institucional, lesionando las finanzas públicas, la educación, la salud y la oportunidad de desarrollo y progreso de los pueblos¨ (hoy.com.do/corrupción-afecta-desarrollo-del-país/). Promover una mayor institucionalidad, entonces, es una tarea de urgente prioridad.

Esa no ha sido, sin embargo, una preocupación preeminente de nuestros dirigentes nacionales.  Tal vez porque la crean  inherente a la condición humana y proveedora de prebendas y canonjías, nuestra clase política –la más llamada a actuar en su contra por ser la regente de los intereses colectivos– no ha mostrado, en la época postrujillista, una firme determinación de combatirla.  Ha prevalecido la deleznable creencia de que los esmirriados recursos públicos no le duelen a nadie y que los pobres, a quienes más les podrían doler, no tienen el poder político como para pedir cuentas y castigo.  La honestidad parecería ser una gran utopía nacional.

Nadie ha escrito un tratado bien documentado de la presencia de la corrupción en la vida pública dominicana desde los tiempos de la proclamación de la república.  Pero no sería arriesgado asumir que nuestros políticos decimonónicos no llegaban a los extremos que se han registrado desde el inicio del siglo XX.   Tuvieran o no grandes bigotes, los primeros eran, por lo general, mas recatados.  En tiempos de Trujillo, la corrupción se paraba en la puerta de su despacho y era solo él y sus familiares más allegados que ordeñaban la vaca nacional.

La corrupción irrumpió con fuerza en los gobiernos del Presidente Balaguer.  Es un lugar común que el mandatario permitía el enriquecimiento ilícito de los funcionarios y acólitos porque usaba esa permisividad como un arma política que le aseguraba lealtades. Pero los famosos 300 millonarios de esa época no parecen ser una gran competencia respecto a los formados  desde entonces.  La Gallup demostró que los tres gobiernos últimos han admitido porosidad al respecto.  Ha sido en los tiempos del PLD, sin embargo, que la corrupción ha sido más escandalosa, si solo por el caso de Odebrecht, sus sobornos y sobrecostos. 

¿Esta nuestra clase dirigencial empeñada en enfrentar la corrupción?  ¿Está la clase política propugnando por el fin de la impunidad?  ¿Debemos seguir a la deriva, en el entendido de que la carga se arreglara en el camino?  Por supuesto que no: el cáncer de la corrupción amenaza con destruir la sociedad dominicana mediante la arrabalizacion de sus valores.  El hecho de que exista una Convención de Naciones Unidas Contra la Corrupción y una Convención Interamericana Contra la Corrupción es muestra inequívoca de que el planeta rechaza ese azote.  La corrupción no es un mal posmoderno y la honestidad perdurara siempre como un valor trascendental.

La estrategia para enfrentar el mal debe plasmarse en una gran cruzada nacional.  Como el cáncer ya hizo metástasis en la cultura, la tarea es de largo plazo.  Una iniciativa como la del Banco BHD Leon para incentivar el desarrollo de valores en las escuelas públicas es un paso en la dirección correcta (https://www.diariolibre.com/noticias/educacion/minerd-y-bhd-leon-coordinan-programa-educativo-en-valores-FD5342689). ¿Podría el CONEP montar una campaña paralela en todas las empresas de su membresía? 

Cual ¨pálida luz en las colinas¨, el Presidente Medina ha dicho: ¨Vamos, juntos, a pensar a nuestro país en grande, del tamaño de nuestros sueños como pueblo, del tamaño de la esperanza, del tamaño de nuestras potencialidades y nuestras capacidades.¨ ¿Podría el Presidente Medina liderar una cruzada que obligue a la clase política a exorcizar sus propias prácticas de corrupción, librándonos así de esa cerril dicotomía de la vida nacional que glorifica la honestidad mientras la destrona con su accionar?