Mi amiga y admirada de muchos años, Gladys Gutiérrez viuda Segarra , murió a sus 77 años de edad la noche del jueves luego de malestares que no pudieron doblegar la fortaleza blindada de su espíritu templado como el acero durante los 12 años de gobierno de aquel sujeto al que un Congreso Nacional chisteó declarándolo Padre de la Democracia.
Desde que el 25 de julio de 1969 fuera apresado su esposo y amigo mío Henry Segarra Santos, de 27 años, y desaparecido y asesinado, Gladys simbolizó el desamparo, la incertidumbre, la frustración, la angustia y desesperanza de las viudas y madres pariguales y se convirtió en una valiente celebridad como presidenta del Comité de Madres, Esposas y Familiares de Presos, Muertos y Desaparecidos.
Bajo asedio constante, apresamientos, amenazas de muerte y atornillamiento económico, Gladys se engrandeció y ejerció hasta el 1978 el liderazgo de los familiares de los desaparecidos, asesinados y presos políticos, apoyada entonces por otras mujeres valientes como Carmen Mazara, la viuda de Maximiliano Gómez, El Moreno, la vanguardia de los comunicadores sociales, entre estos un servidor que estuvo a su servicio mientras laboramos en Notitiempo, de Radio Comercial, Radio Noticias, de Radio HIN, y Radio Mil Informando, dueños en conjunto de una amplia franja de la audiencia nacional y que en cierto modo contrabalanceaba la política de Estado pautada por Balaguer y los asesores militares norteamericanos basados en los despachos policiales y militares con su autorización, cual secuela de la intervención de abril de 1965..
Luego, en 1973, se enrola en el PLD y su vida encuentra un nuevo motivo de lucha, y cuando en 1996 se concretiza el Frente Patriótico Nacional, vacila, según me confesara, pero finalmente lo acepta. “Irme me desgarraría”, me confesó
Sus condiciones de comunicadora eficaz, el ardor con el que exponía sus argumentos, su honestidad, su imagen de mujer martirizada y la valentía de la que siempre hizo gala le abrieron las puertas de los medios de comunicación social a grado tal que los programas de radio y televisión independientes se la disputaban entre otras razones porque les elevaba la audiencia y la aprobación pública.
El propio Balaguer, que le placía hacer demostraciones de respeto por la mujer, parecía admirar su entrega y tesón y de ahí que en varias ocasiones la recibiera en su despacho para escuchar sobre las pruebas que decía tener de que su esposo Henry había estado preso en una celda de Dajabón y luego asesinado por órdenes de un alto oficial.
Junto a otras visitaba a los presos políticos, convocaba a rueda de prensa, emitía notas de prensa y organizaba actividades de respaldo y demanda de su libertad inmediata.
Sus mejores años se los pasó en el trajinar diario de sus demandas y a pesar de que la noche del régimen balaguerista era cada vez más extensa y parecía interminable, nunca desmayó cual anticipo del laborantismo posterior de las madres de la plaza de mayo que en Argentina aún hoy buscan a los hijos arrancados a sus padres y entregados en “adopción” a militares y civiles de la cruel dictadura que casi destruye a aquella nación.
Cuando en 1978 el PRD gana las elecciones y dispone la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados, Gladys pudo respirar aires nuevos. Luego, en 1973, se enrola en el PLD y su vida encuentra un nuevo motivo de lucha, y cuando en 1996 se concretiza el Frente Patriótico Nacional, vacila, según me confesara, pero finalmente lo acepta. “Irme me desgarraría”, me confesó. Y murió allí, en el cobijo de su última vida.