En los “Escritos Esenciales” de Flavio Josefo (1) encontramos un marco histórico referencial que hace obligatoria su lectura para quienes nos interesa profundizar en el contexto histórico, cultural y político en el cual se produce la crucifixión de Jesús. Flavio Josefo fue un historiador judío fariseo, descendiente de familia de sacerdotes. Nace cuatro años después de la crucifixión de Jesús. Sus breves referencias en sus escritos históricos a la figura de Jesús y Juan el Bautista hacen que estos escritos reciban el nombre de Testimonio Flaviano. Su producción literaria es son contemporánea a los Evangelios, lo cual le hace un virtual testigo de los acontecimientos de la era tardía del Nuevo Testamento. Por sus tendencias romanófilas, Flavio Josefo no será apreciado por los judíos, actitud que persiste en algunos círculos del judaísmo hasta el día de hoy. Por tales predisposiciones sus escritos serán cuestionados por los seguidores de la religión judía.
La crucifixión y otros recursos represivos, criminales y abusivos eran métodos comunes de los gobernadores romanos en sus diferentes jurisdicciones. Nos narra Flavio Josefo en sus “Escritos Esenciales” que Herodes, como desenlace de un caso de adulterio entre Decio Mundo y Paulina, mandó a crucificar a los sacerdotes paganos e Ida por ser los principales responsables de la manipulación religiosa utilizada para que se diera el acto de adulterio. También nos describe el historiador judío que Arquelao, hijo de Herodes, mandó a asesinar en un solo día a 3,000 campesinos judíos amotinados contra el pago de impuestos y por la libertad de los presos. Asimismo, Sabino gobernador de Siria, mandó a quemar vivos o degollar a grupos de judíos que se encontraban en rebelión contra su codicia.
De igual manera, el perfil que se describe de Poncio Pilato en los “Escritos Esenciales” de Flavio Josefo es el de un insidioso manipulador y que gustaba de utilizar como táctica política la infiltración en las manifestaciones populares que eran muy frecuentes durante su mandato en Galilea. Los gobernadores romanos, de manera especial Pilato, eran dados a utilizar la ejecución, las golpizas y torturas como sus principales recursos para doblegar a los opositores de Roma y a quienes resistían sus arbitrariedades.
Un hecho dramático y conmovedor que describe Flavio Josefo es la crucifixión de 2,000 líderes de movimientos judíos en rebeldía por mandato de Varo, general del ejército romano. Podemos imaginarnos esta escena camino por toda una autopista y recorrer varios kilómetros sólo viendo personas crucificadas. Siendo la crucifixión un método común y corriente del poder romano, no descartemos que durante sus 30 años de vida privada Jesús viera muchos casos de crucifixiones individuales y masivas, especialmente camino de Nazaret a Jerusalén.
La cruz ha sido uno de los temas que más ha sido objeto de manipulación ideológica y religiosa. Ella ha servido para justificar humillaciones y sometimientos de pueblos y personas, sustentar empresas colonizadoras como la de Europa en el continente Americano, fomentar el fatalismo y el pesimismo en las masas empobrecidas. Pero a la vez es fuente inspiradora de muchos cristianos para vivir su fe desde una perspectiva emancipadora.
La mistificación de la cruz, al margen de su contexto histórico, le desarma de su fuerza liberadora y hace del dolor un fin en sí mismo y un juego entre inocencia y culpabilidad. Esta visión mistificadora encarna una antropología del sacrificio, del castigo, del dolor que inhibe el compromiso histórico. Por eso, no podemos anunciar la cruz como una lucha entre Dios y el demonio, como un drama fuera de la historia. Si lo asumimos así hay que liberar a los fariseos y a las autoridades romanas de sus responsabilidades éticas y humanas.
La cruz hay que verla como resultado y como designio a la vez. Es el resultado de un mensaje incómodo a los detentores del poder político y religioso que despertó toda esperanza en los excluidos. Ante el poder religioso Jesús fue considerado blasfemo y falso profeta. Ante el poder político se le acusa de conspirar contra el César. Ningunas de las dos acusaciones dejaban escapatoria: la cárcel, la cruz o la decapitación.
La cruz es el resultado de la no-conversión y el rechazo. Pero es antes que nada el desenlace de quien hace la voluntad del Padre y asume con plenitud la fidelidad a Dios y la coherencia de su misión. Más que la muerte de Jesús, Dios Padre quería su fidelidad. Sin embargo, ser fiel en un contexto de no-conversión de quienes tienen poder, el desenlace es la muerte como designio.
Por eso, la cruz desde una perspectiva histórica se produce en un contexto de exigencias del mensaje de Jesús. Desde la propia proclamación de su misión, cuando dice que ha venido a traer libertad a los oprimidos, a proclamar el año de la Gracia del Señor, Jesús es constantemente sujeto de persecución y amenaza de muerte.
La cruz quedó sellada cuando en Jerusalén se producen tres acontecimientos. El primero fue la entrada triunfal de Jesús a la capital del imperio y es proclamado Rey y Mesías. Esto constituyó una confrontación con Roma, porque desafiaba la seguridad del emperador y con los judíos porque el Mesías respondía a otro modelo o paradigma que contrastaba con la figura de Jesús. El segundo acontecimiento fue la expulsión de los mercaderes del templo. Con esta acción Jesús confrontó la alianza soldada que existía entre la economía y la religión. El tercer factor decisorio fue cuando anuncia la destrucción del templo. Esto último era terrible para los judíos. Era proclamar la destrucción del centralismo religioso, el mecanismo de acumulación económica de los “dueños de la fe” y el símbolo cultural de toda la tradición judaica.
Es la cruz la asunción de una perspectiva que pasa por la renuncia a la arrogancia y prepotencia, a la superioridad y totalitarismo religioso, a los absolutismos. Es la mística del despojo de todo lo que esclaviza, la invitación a perdonar, tolerar, a la paciencia histórica. “Es la actitud de despedida de las cosas y de las relaciones intramundanas” (Cfr. Leonardo Boff, Desde el lugar del Pobre).
A través de la cruz, Jesús participa de una condición que es ontológica a la existencia humana: la muerte. Con la muerte se experimenta la finitud, el desgaste, el agotamiento, el límite de lo humano. La vida misma tiene a la muerte como huésped natural y permanente.
La cruz simboliza el espíritu dimensionado hacia lo infinito, pero mediatizado a la vez por un desequilibrio violento de lo humanamente terrenal. En ella se abre el camino hacia el futuro y la apertura de nuevas posibilidades para la existencia humana, porque con la cruz se revela lo peor del ser humano y Jesús carga con ello.
En ella se devela el cinismo como arma para debilitar el otro (la corona de espina sobre la cabeza de Jesús y el vinagre en la boca). El fatalismo como práctica abominable que mata toda esperanza y promueve una antiética de la ausencia de compromiso y responsabilidad con el cambio (¿por qué no te salva a ti mismo?). El morbo ante el dolor, la debilidad y carencia del otro (se repartieron y echaron a la suerte su túnica). La falsa perspectiva de control de la historia que los dueños del poder promueven en la cabeza del pueblo y la anulación de toda esperanza (es necesario que muera uno, antes que muera todo el pueblo). El miedo y la traición como mecanismos de autoprotección y de reafirmación individualista (Pedro y Judas). La manipulación política y la falta de voluntad para tomar las decisiones justas (Pilato). La instrumentación de expedientes fundados en la mentira y la presunción del dogmatismo religioso (Caifás y su grupo). La cruz desenmascara un orden injusto, el desorden de una sociedad en crisis. La cruz visibiliza la dureza de corazón del ser humano y la gran contradicción de predominio de lo injusto frente a lo justo.
En el contexto de la dominación romana, la cruz es un hecho concreto de castigo para rebeldes políticos y esclavos. En el caso de Jesús fue una imposición del poder religioso y político, por tanto se configura como un crimen político y religioso. La cruz es una paradoja, porque a través de ella, Dios reafirma su proyecto de vida. Pero a su vez encarna para los cristianos el símbolo poderoso de la redención de Cristo y el poder salvífico del Padre.
La imagen de Cristo en la cruz nos revela la negación de la imagen del Dios que dispone de todos los poderes, justiciero, guerrero, Señor del cielo y la tierra. Habla del Dios que no juzga, sino que perdona. “Padre perdónalos porque no saben los que hacen”. De un Dios que experimenta la soledad. “¿Por qué me has abandonado?”. Del que siente pavor frente a la muerte que se aproxima. Del que muere gritando en la cruz. La cruz resume la pasión de Cristo y la pasión del mundo. En la cruz se experimenta el desamparo humano y la soledad de la muerte. Lo más terrible de la muerte, decía Pedro Mir, es que sólo tú y sólo tú estás muerto en esos momentos. Sólo tú experimentas su soledad. En la cruz hay una dimensión cósmica y transpersonal. Es toda la humanidad y el cosmo que es redimido, dice el Apostol Pablo.
La cruz atada a la resurrección es el sentido de la utopía cristiana. Sin la resurrección la cruz es sólo historicidad o exaltación mitológica de un drama de sufrimiento que no trasciende su temporalidad y espacialidad. Por eso, para la fe cristiana la muerte de Jesús no es una tragedia, sino una bendición. Ella significó ganancia, no pérdida. Fue fuente de vigor y perfección. Entender esta dimensión de la cruz implica entrar en la dimensión del misterio ontológico que ella encarna en sí misma y trascender su historicidad. La cruz para los cristianos es el espejo de un realismo dramático que nos hace ver la realidad del pecado. Pero el pecado ni la muerte tienen la última palabra, sino que el desenlace final es el triunfo de la vida, de la alegría y del canto de liberación.
La Semana Santa es una conmemoración por y para los cristianos. El laicismo y el relativismo cultural y filosófico que signa el mundo de hoy no tienen que desconcertar al cristiano. Es la misma lucha que vivieron las primeras comunidades cristianas frente al paganismo. Son dos mundos encontrados, cuya diferencia principal de los cristianos es que está llamado a vivir enraizado en ese mundo laico y relativo sin renunciar a lo que le define y da identidad. Pero de manera especial vivir la vida con el convencimiento de que habrá cielos nuevos y tierra nueva. Esto es vivir en esperanza y confiados de que la muerte no puede triunfar sobre la vida.
Nota
- Historiador judío fariseo, descendiente de familia de sacerdotes. Nace cuatro años después de la crucifixión de Jesús. Sus breves referencias en sus escritos históricos a la figura de Jesús y Juan el Bautista hace que estos escritos reciban el nombre de Testimonio Flaviano. Sus escritos son contemporáneos a los Evangelios, lo cual le hace un virtual testigo de los acontecimientos de la era tardía del Nuevo Testamento.