El Siglo XXI muestra un claro cambio de agenda en el discurso mediático y político. Existe un vaciamiento de los problemas sustantivos del mundo. Las agendas estratégicas son variadas en función de los intereses de las élites intelectuales y económicas de los países más poderosos del planeta. El fin de la guerra fría trajo consigo la invisibilización de la pobreza y sus causas. Hoy domina el discurso del poder global y totalitario de Europa y Estados Unidos. Un discurso que procura mostrar con aires apoteósicos la fuerza “salvífica” del mercado, las ventajas que tiene destruir la naturaleza para instalar la industria del ocio y el consumo.
El discurso del poder actual, arropado en falsos legalismos y doble moral, en la práctica favorece la especulación financiera, la legitimación de la corrupción y la antiética del mercado. Redes de comunicación bien articuladas encubren los problemas reales que ponen en juego el futuro de todos y todas.
Hoy experimentamos una especie de totalitarismo global que se mueve con manos invisibles, en el cual unas 15 familias dominan nuestros cerebros, imponiendo lentamente una agenda de control de la humanidad. Estas familias han configurado corporaciones que les han permitido acumular un poder para conducir el timón del planeta. Los derechos humanos, la justicia, la ética, la equidad tienen sentido en estas agendas cuando las mismas son funcionales al mercado.
Estas élites mundiales han sido muy generosas y han permitido que en cada nación se vayan conformando otras pequeñas élites corporativas que se apropien de gran parte de las riquezas de esos países. Y estas élites locales han encubierto su sed de riqueza repartiendo migajas a los más pobres y manteniendo a las clases medias en la obsesión enfermiza de que es posible acceder a un mercado de consumo sin límites.
Lo que consumimos en los supermercados y hasta en los colmados ubicados en los rincones más remotos, son producidos por unas 10 ó 15 compañías dueñas de los mercados. Estas familias disfrutan de nuestras ingenuidades y obsesión por el disfrute.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche, en su obra “El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música”, establece dos imágenes que reflejan la tensión o lucha de la naturaleza humana desde sus orígenes, utilizando como referente metafórico las dos figuras mitológicas de la cultura griega –lo dionisíaco y lo apolíneo- Por un lado está la representación del dios Dionisio, el cual está asociado a la búsqueda desenfrenada y visceral del placer, al desenfreno de los sentidos, al éxtasis, a los excesos bacanales y al desorden.
En cambio, lo apolíneo, conectado con el dios Apolo, simboliza lo elevado, lo racional, la claridad, el orden del ser humano. En otras palabras, Dionisio es asociado con el desenfreno de los sentidos, y por consiguiente con la parte terrenal. Por el contrario, Apolo –quién también era hijo de Zeus– estaría asociado con el aspecto elevado y racional del ser humano al representar la belleza, la claridad y el orden. Más allá de ser un relato que da sentido a nuestras vidas, la mitología griega, nos sirve para comprender nuestra naturaleza porque refleja el comportamiento del ser humano.
En esa misma dirección, el teólogo brasileño, Leonardo Boff, en su artículo “Ser Humano: Prosaico y Poético” (Koinonia, 2009-9-25), citando a, Friedrich Höderlin (1770-1843) y a Edgar Morin, dice que los seres humanos vivimos constantemente la vida entre lo prosaico y lo poético. Entendido lo poético “cuando sentimos en la piel el frescor suave de la mañana, cuando padecemos bajo la canícula del sol de mediodía, cuando nos serenamos al atardecer, cuando nos invade el misterio de la oscuridad de la noche. Nos estremecemos, vibramos, nos llenamos de ternura y nos extasiamos ante la Tierra en su inagotable vitalidad, y al encontrarnos con la persona amada. Entonces vivimos el modo de ser poético”.
Y vivimos prosaicamente cuando también habitamos la Tierra prosaicamente. La prosa recoge la cotidianidad y el día a día gris, hecho de tensiones familiares y sociales, como los horarios y los deberes profesionales, con discretas alegrías y tristezas disimuladas… El ocio, que sería el momento de ruptura de lo prosaico, ha sido aprisionado por la cultura del entretenimiento que incita al exceso”. Boff asevera que “saber vivir con levedad lo prosaico y con entusiasmo lo poético es indicativo de una vida plenamente humana.
Las élites mundiales, por influencia de intelectuales a su servicio, entendieron que no hay manera de que los seres humanos podamos escapar de esta lucha contradictoria de nuestra identidad originaria. Lo apolíneo y dionisíaco, lo poético y lo prosaico, estarán coexistiendo siempre, porque estamos hechos de una naturaleza dual. Y es ahí en esa identidad dual que las élites han descubierto que el gran negocio está marcando con el hedonismo y el relativismo absoluto (otra modalidad de dogmatismo filosófico) la postmodernidad.
Esta es la época donde la finalidad es la búsqueda absoluta del placer, mediado por el principio filosófico del relativismo, donde todo se vale y nada es nada. Andamos entusiasmados y obsesionados por el consumo, la comida, el sexo, el entretenimiento, el ocio, sin importar la manera ni los resultados. Los demás importan poco. Es el individualismo radical.
Para detener esta carrera loca de los humanoides necesitamos lo que los griegos llamaban una metanoia. La metanoia refiere a un cambio de trayecto para volverse del camino en que se andaba y tomar otra dirección. Esta palabra también es usada en teología cristiana asociada no tanto a culpa, sino a la transformación, cambio de visión, de mentalidad y de perspectiva, como movimiento interior que invita al reencuentro. Es en definitiva, ir más allá de lo que hay en la mente, es una cierta manera la desestructuración de paradigmas mentales. Juan el Bautista cuando llamaba a un arrepentimiento, en el fondo hablaba de una metanoia, de un cambio de vida, de mentalidad, de perspectiva.
Un nuevo mundo supone una transformación, un cambio de mentalidad y dirección en donde cada ser humano, pero en especial los líderes políticos, sociales, religiosos y empresariales de cada Estado y sociedad, entiendan que es impostergable construir un futuro basado en relaciones sinérgicas y solidarias. Un futuro donde las relaciones estén basadas en la potencialización y el redimensionamiento de las fuerzas de manera positiva, no en la destrucción y la fuerza. En vez de explotar y depredar la naturaleza, cuidarla y protegerla. Un planeta donde lo que nos conduzca no sea el retorcimiento de la realidad a favor del mercado y las élites financieras y políticas, hacia lo destructivo y lo deshumanizante, sino que lo que nos domine sea lo constructivo y humanizante, la fuerza del amor y lo solidario. Si no cambiamos, perecemos.