Me comenzaron a llegar menajes por todas las vías de comunicación posibles sobre las oportunidades de cooperación efectiva con las personas menos favorecidas económicamente.  Me hice eco de la obra de la Compañía de Jesús en los barrios donde tienen sus parroquias, en los barrios mas pobres de esta ciudad de Santo Domingo, e invitaba a mis contactos a escoger la obra de su elección para buscar la forma de ayudar. 

Fue cuando comencé a darme cuenta de que el COVID19 ha lanzado a la pobreza a un importante número de personas.  Gente que tendrá que racionar, que no podrá hacer compras compulsivas, aunque se encuentre presa del pánico, no ya del coronavirus, sino de algo mucho más apremiante, y que se contagia precisamente por las medidas de distanciamiento social.  Me refiero al miedo terrible a perder su techo o a pasar hambre.

Mi conciencia se fue activando a medida que pasaron los días de este “nuevo normal” en cuarentena.

Esta incertidumbre en que nos sumió el COVID19 es algo nuevo con lo que hay que aprender a lidiar a diario, en coexistencia con la incertidumbre normal de muchas personas pobres materiales de este país, que cada día salen a “buscársela”, o que han perdido sus ingresos, sin saber qué llevarán de comer a la familia en la noche. 

La incertidumbre rutinaria de los pobres materiales sobre la vida y la muerte, sobre el alimento y el hambre, sobre tener un techo o vivir a la interperie, sobre el desprecio y la solidaridad, en que vive un gran número de familias dominicanas, sus limitaciones materiales y existenciales, las cuales experimentan desde el nacimiento, marginados me plantea con un rico espacio de aprendizaje material y espiritual que deseo compartir.

Hoy siento profundamente por todos esos pobres que han vivido por décadas marginados, física y emocionalmente, a quienes esta sociedad les ha negado educación, salud, vivienda, alimentos, en fin, una vida digna, a todos ellos a quienes hoy estamos exigiendo que tengan conciencia y entiendan el peligro de contagio de un virus que no pueden ni nombrar, que entiendan un concepto tan abstracto como el de pandemia, o tan sofisticado como el de respiración mecánica. 

Siento por todos esos pobres que cuya vía de escape del pánico, por su incertidumbre cotidiana, es el juego, la violencia, el alcohol, las drogas, el exceso.  Siento por esas decenas de miles de personas que apresan a diario, y confinan Dios sabe en qué condiciones, sin ninguna posibilidad de salir sin un contagio del COVID19.  Siento por ellos además porque habiéndoles marginado por décadas de forma descarada e inalterada, esta sociedad les exige que se integren de forma cívica a esta cuarentena.

Intento vivir en un aprendizaje permanente, proceso que a veces me lleva a tomar conciencia de cosas ya sabidas, redescubriéndolas bajo una nueva perspectiva. Una perspectiva que en el marco de mi espiritualidad muchas veces me interpela. 

Con ese tono de reflexión, y casi de forma provocadora en el streaming toca escuchar El Inventario de Fausto Rey, formulo a mis lectores esta pregunta: ¿Has hecho el inventario real de lo que tienes en la vida?  Les propongo escucharlo y responderse (https://www.youtube.com/watch?v=JK_vPEYm1c0 ) , con certeza nos saldrá positivo a todos.

Sigo con las preguntas: ¿Qué podemos aprender de los pobres en este tiempo de incertidumbre debido al COVID19?  Les propongo algunas respuestas, sólo como referencia, pues reconozco que la interpelación resultará distinta para cada quien.

Ante todo, constato lo que vengo sabiendo hace tiempo, que no tengo control de nada, excepto de cómo abordo mi realidad cada momento; así que, en lugar de intentar controlar el miedo, busco una forma de lidiar con él, un día a la vez.  En lugar de cancelar mis preocupaciones con una alegría de postalitas (memes), intento ocuparme en buscar nuevas formas de hacer las cosas en mi país, leer y escuchar con curiosidad incesante las ideas que están fluyendo sobre esta nueva realidad, asistir a webinars, en fin, ayudar modestamente en lo que pueda a mejorar mi entorno.

Me hago consciente de que los pobres en lo material y el COVID19 me enseñan una nueva definición de lo esencial, desde las cosas que consumimos cotidianamente hasta los trabajos que se realizan en la sociedad, y el valor que les hemos venido dando en la sociedad a cada una.  De paso, me percato de quienes son los que pueden hacer compras de pánico, sin juzgarles, intento comprenderles, al tiempo que me cuestiono, quien nada tiene ¿cómo lidia con el pánico?.

Reaprendo de golpe, lo que en el fondo sabía, pero tal vez no recordaba. Que los verdaderos tesoros son generalmente las cosas que uno da por sentado, el amor de la familia, la alegría de compartir con los amigos, el abrazo con cariño, el calor de una mirada presente, la buena alimentación con productos del país, el respirar sin darnos cuenta, el dar amor, aunque sea a través de las ondas hertzianas o con un breve mensaje escrito, la honestidad, las personas que trabajan por nuestra educación, las personas que trabajan por nuestra salud.

Los pobres de cosas materiales me enseñan en este tiempo de COVID19 a agradecer estas semanas en que todos los días “parecen domingo”, aprovechar que se puede “tocar el sonido del silencio” en alusión a la canción de Simon & Garfunkel (https://www.youtube.com/watch?v=NAEppFUWLfc ), y que uno puede escuchar los éxitos de Fausto Rey o de Simon y Garfunkel sin sentirse fuera de tiempo. 

Que por más apremiante y demandantes que nos aparezcan las urgencias de quienes trabajan en remoto desde sus hogares, para sus negocios, empleadores y organizaciones, hay una persona que está luchando para ayudar a otra a vivir, a respirar, a comer, a estar seguro en su hogar, a tener agua, alimentos, en fin, todo lo esencial.

Que esta incertidumbre entre la vida y la muerte, o el qué pasará en el futuro puede ser acicate para una existencia más significativa en cada presente, donde quizás un simple mensaje a alguien con quien no hablas hace tiempo, puede llenar su día de amor y comprensión, un día a la vez.

Así concluyo, comprobando que la nostalgia por la música de Fausto Rey le ganó en mi nostalgia a la de Simon y Garfunkel, y que mañana será domingo, ¿o no?.