Cuando René López entró a la institución bancaria era otro hombre. La cajera que lo atendió se preguntó por qué mandarían a un hombre en aquellas condiciones a cambiar un cheque. Luego la joven se sorprendió mucho más al observar que la firma correspondía al portador.

Ahora, después de su súbita metamorfosis, René López no recuerda que siempre fue el primero en las clases, que sus padres eran tan pobres que nunca tenían como comprarle los libros, pero que él siempre se las ingeniaba para sacar las mejores calificaciones. Su brillante desempeño le permitió obtener una beca para cursar su carrera universitaria, graduándose con los más altos honores y superando a toda su promoción en la carrera de Administración. Sus padres estaban orgullosos de él; era la única esperanza de echar hacia adelante, de poder avanzar materialmente en la vida.

Los progenitores del joven profesional apenas podían valerse por sí mismos, y los hermanos eran unos tontos sin remedio que no habían podido superar la escuela primaria.

A los pocos meses de la graduación de René, algunas personas de ciertas influencias que lo distinguían por sus méritos académicos, ayudaron a que el joven fuera colocado en un puestecito de poca importancia en el departamento de Rentas Internas de su ciudad. A pesar de la modestia del empleo, el mismo constituía un tesoro para el desempeñante y su humilde familia.

Ahora había olvidado que desde el momento en que su jefe inmediato le comunicó que ganaría  RD$ 3,500.00 mensuales, le entró tal agitación que por momentos lo desconcentraba de su delicada tarea de ordenar cifras, aunque tampoco recuerda que, por suerte para él, llegó el día de pago sin que cometiera ningún error.

Cuando le entregaron su cheque y comprobó que la cifra estaba ahí, una gran palidez y un enorme frío cubrieron su cuerpo. Su estado físico sufrió un cambio tan alarmante que escandalizó a sus compañeros del departamento. Sin embargo, con extrema precisión estampó su firma en el lugar correcto y salió hacia el banco con pasos inseguros. Hizo la fila con una serenidad que hacía mucho tiempo no sentía, pero su aspecto resultaba escandaloso para la cajera que lo atendió, y probablemente para todas las personas que estaban en el banco.

A pesar de sus dudas, la joven le entregó las crujientes lustrosas papeletas, y René López se retiró como ausente de sí mismo y de los otros, llevando el importe del primer y único cheque que cobraría en toda su vida.