Carlos Marx y Federico Engels inician su “Manifiesto del Partido Comunista” declarando que la historia de todas las sociedades que habían existido hasta aquellos días era la historia de las luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en definitiva; oprimidos y opresores se habían enfrentado siempre. Esa ha sido, en una palabra, la inspiración de todas las revoluciones llevadas a cabo a lo largo de la historia. Sin embargo, lo que Carlos Marx y Engels declararon implícitamente fue una realidad tan abstracta como cierta, cuyas verdades son latentes aún en nuestros días.

La lucha de clases entre oprimidos y opresores no es más que el reflejo de la eterna pugna que el hombre ha llevado a cabo en aras de cada episodio histórico, una reyerta sin precedentes para alcanzar el disfrute pleno de dos de los derechos más valiosos: El derecho a la libertad y el merecido derecho a la igualdad. Desde las revoluciones de Mario en la antigua Roma hasta las manifestaciones pacíficas del Dr. Martin Luther King en los EEUU, se han suscitado estallidos sociales por un estado de cosas donde se encuentra suprimido el derecho tanto a la libertad como a la igualdad entre seres humanos.

Pero, conceptualmente, el término “Derecho” es un concepto que implica tantas explicaciones que nos parece indeterminado; pues se puede hablar de derecho cuando se hace referencia a un método conductual que se abraza a la ley como herramienta coercitiva, pero también es correcto hablar de derechos cuando se señalizan las facultades personales de cada sujeto de vivir en armonía con otros sujetos y con el Estado. En el fondo, es la insistencia por concretar esas facultades inherentes al ser humano lo que ha guiado al hombre a lanzarse a la conquista de una mejor suerte de vida.

Visto desde nuestros días, de la historia aprendemos que el objeto de las grandes conquistas del hombre en sociedad no ha cambiado para nada, sino que lo que ha presentado cambios ha sido la manera y dimensión en que se lucha por aquellos derechos. Si tomamos a los dominicanos como ejemplo de lo que en este escrito se pretende argumentar, encontraremos una muestra evidente de lo aducido.

Para los años entre 1930 hasta el 1961 los derechos a la igualdad o a libertad pura y simple se vieron prácticamente suprimidos en nuestro país. Como lo representa el Prof. Juan Bosch en su cuento “La Mancha Indeleble” les estaba totalmente prohibido a los dominicanos decir lo que pensaban, o pensar lo que decían, por lo que estábamos muy lejos de ser libres. Ya luego, para los primeros 12 años de los gobiernos del Dr. Joaquín Balaguer, justificadamente o no, en el país subsistía una especie de neotrujillismo incompatible con los presupuestos más elementales de la democracia, y por igual, el derecho a la libertad se vio tristemente suprimido. Toda lucha, huelga, o manifestación de descontento estaba impregnada de un sentimiento liberal que buscaba, como lo ha sido siempre, la materialización de la igualdad y la plena libertad.

Establecida ya una Democracia Formal en la República Dominicana, parece disfrutarse muy superficialmente de aquellos dos derechos que como sabemos son de connotada importancia para la sociedad, y la violación a los mismos no se puede constatar de manera objetiva. Sin embargo, la historia, como hemos venido sosteniendo, es cíclica y parece repetirse adecuadamente a cada circunstancia.

Las actuales manifestaciones de descontento o desagrado que puedan suscitarse por parte de la ciudadanía contra el actual sistema de cosas no escapan a la lucha dicotómica por hacer prevalecer el derecho a la Igualdad y el derecho a la Libertad al mismo tiempo; pues lo que ocurre en nuestros días es que el agravio a ambos derechos no es tan objetivo como en tiempos de la dictadura o de guerra fría, sino subjetivo pero perceptible. Por ejemplo, cuando una parte importante de la población decidió emprender una lucha para lograr que se cumpla el 4% que destinaba la ley a la educación, la ciudadanía crítica acertó en creer que era posible el cumplimiento de esa prerrogativa, pero al Estado no destinar dichos recursos al área educativa lo que se estaba incentivando de manera indirecta era la inequidad en la educación, lo que constituía un problema a la concreción definitiva del derecho de igualdad.

Por otro lado, cuando el Estado no es capaz de garantizar una salud pública de calidad e incluyente somete a los ciudadanos pobres a una situación de desigualdad frente a aquellos que pueden costearse su salud, o cuando la justicia imputa delitos a ciudadanos sin influencias, pero absuelve, o simplemente omite la imputación a personas de poder, de igual manera se incentiva una situación de desigualdad donde, en el mejor de los casos, el derecho a la igualdad se ve afectado.

La violación indirecta a los derechos es por hoy una realidad, aunque no niego albergar la esperanza de que sea posible la construcción de una sociedad mejor, donde impere por fin el respeto a los derechos elementales del ser humano.