Si, poeta. El amor y el dolor son tu reino.

dixit Vicente Aleixandre.

A finales de la pasada centuria el azar, bajo forma de un viandante que esperaba transporte en una de esas calles de la decana de las ciudades del Nuevo Mundo, hizo que conociera a Juan Colón – 1962 – que en aquellos años finiseculares se distinguía por una vocación poética que ya había dado sus primeros frutos y una precariedad económica que en la populosa barriada de Cristo Rey siempre resulta frustratoria para los portadores de una imaginación desbordante.

A pesar de habitar en un estrecho cuchitril su íntimo convencimiento de ser un artista de la versificación y depositario de una sólida formación cultural, hacía que su figura pareciera ocupar todo el espacio disponible, y el marcado contraste entre su personalidad y el maltrecho tabuco que compartía con su primera esposa y su hijo, daba la paradójica impresión de ser un empaste de oro dentro de una boca llena de caries o de un Dalí original colgado en la pared de un ventorrillo de Villa Tapia.

Este fortuito descubrimiento urbano y la subsiguiente relación amistosa establecida dieron lugar a que poco tiempo después publicara en la prensa escrita un artículo titulado “El inesperado encuentro con una sensibilidad exquisita” en el cual describí los detalles y pormenores relativos al imprevisto hallazgo, al paupérrimo entorno donde se desarrollaba su existencia, así como su férrea voluntad y la firme decisión que tenía de cultivar y proyectar su lírica propensión.

Juan Colón

Con posteridad y conmovido por este talento en barbecho, le acompañé para conocer su patria chica bautizada con el frutal topónimo de Baoba del Piñal en la provincia de María Trinidad Sánchez, teniendo entonces la oportunidad de visitar sus hermosas playas, balnearios y paisajes que bordean la bahía Escocesa que motivaron la redacción del trabajo “Dios, te invito a que pruebes tu existencia” aparecido en el suplemento cultural “Isla abierta” del periódico Hoy en abril del año 1992.

En ese mismo año retorné de nuevo a esa localidad para asistir a la “Semana cultural del cabrereño ausente” donde Juan distribuyó a sus compueblanos un poemario bellamente ilustrado por el pintor Guillo Pérez denominado “No puedo callarme”, y aunque algunos amigos suyos leyeron en la actividad ciertos poemas incluidos en esta obra – “Amigo”, “Qué tienes tú”, “Mi quimera” etc. – Colón con la sencillez y humildad que a menudo no conciliamos con su fornida corpulencia, se limitó a la lectura de un pequeño cuento denominado “Pedrito” .

Hice la reseña de este evento literario en otro artículo “El poeta Juan Colón Castillo en escena” donde resaltaba el enorme público que asistió ese 26 de julio de 1992 – dentro de pocos días se cumplían 25 años de este acontecimiento – así como la inquietud intelectual de los jóvenes provinciales, aventurándome en señalar que si en este país los mejores vientres habían sido los de Salomé Ureña y Angela Figueroa por haber alumbrado a Pedro y Max Henríquez Ureña y a Gastón y Rafael Deligne respectivamente, en el futuro había que añadir el de María Castillo la progenitora de Juan.

Advertimos en su versificación de entonces una intensa búsqueda por encontrar su voz propia; un desusado dominio del lenguaje; una técnica que reclamaba un mayor afinamiento; escasa emulación de los maestros de la lírica a los que seguro admiraba y un estilo que no obstante su juventud cronológica acusaba los perfiles identitarios de un portaliras de mayor edad. Deslumbraba por un fraseo muy elogiado por el experimentado rapsoda Mariano Lebrón Saviñón.

En un principio y hasta finales de la década de los 90 del siglo pasado, únicamente le reconocíamos su faceta de juglar pero el advenimiento de circunstancias propicias a su ideario político alentaron en su espíritu el surgimiento de otras vocaciones que no había presentido tales como la autoría de textos escolares para la educación media, historiador de universal aliento y en particular el cultivo de la narrativa breve – cuento – influido quizá por su líder y mentor Juan Bosch y Gaviño.

Sabía de sus luchas y bregas con las autoridades del MINERD para la aprobación y posterior impresión de sus obras escolares, así como su cambio de residencia a la zona oriental de la ciudad, sus viajes a la vieja Europa y los Estados Unidos, de su divorcio y nuevo emparejamiento y durante un tiempo, siempre y cuando se lo permitían sus compromisos comerciales o personales, almorzábamos juntos el día 2 de agosto fecha de su natalicio.

Por la prensa y el boca a boca me había enterado del otorgamiento del premio “Dominicano de oro general Gregorio Luperón” que recibió por su apostolado educativo en el territorio nacional; de sus conferencias en universidades locales e internacionales; su reconocimiento en la V Feria Regional del Libro en la Vega en 2009 y 2012 y su magistral intervención titulada “Creación de la poesía “en el Consulado General de la República Dominicana en Madrid en el año 2012.

A inicios de junio del presente año recibí una llamada telefónica suya en la que mi informaba no sólo de su itinerario de viajes de recreo durante este caluroso período estival, sino el compromiso de asistir en Madrid a la puesta en circulación de la “Antología Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana del siglo XXI”, evento al que solamente Méjico y la República Dominicana – en la persona de Juan – dentro de los países del Nuevo Mundo fueron invitados a leer su poesía. Esta convocatoria era todo un honor para el país.

Participaron en este convite más de sesenta autores pertenecientes a diferentes países como Rusia, Italia, Inglaterra y España entre otros, siendo a mi juicio lo más importante del mismo – el título oficial del encuentro era “Recital poético internacional Exiles” dirigido por el poeta Leo Zelada -, la inclusión en la mencionada antología del cuento “Estaba en la antesala de la biblioteca” de la autoría del cantor de ébano de Baoba del Piñal.

Aunque sabía que la andadura cuentística de Juan se había iniciado casi simultáneamente con su deriva poética, ignoraba que adquiera en tampoco tiempo un manejo de la técnica y un conocimiento del oficio sólo encontrados en cuentistas veteranos con un largo ejercicio en su arte, debiendo manifestar además que siempre ha resultado de mi particular agrado los textos, los relatos, en los cuales un versificador de vocación escribe en prosa. Aprecio mucho las narraciones líricas.

Desde luego, el haber leído los clásicos del género explica en cierta medida su rápido desarrollo en la narrativa breve, sin embargo los sueños tenidos en su época de estrecheces socio – económicas, el enriquecimiento mental procurado por sus viajes por el mundo y sobre todo el impulso innato en todo artista genuino de superar a su  mentor, han influido no poco en sus progresos. Todo discípulo consciente de su valor siempre tratará de apuñalar a su maestro.

En todo artista verdadero notamos que la devoción inicial hacia sus preceptores con el paso del tiempo se transforma en desprecio, y en el caso de la lectura de su cuento “Estaba en la antesala de la biblioteca” encontramos observaciones imposibles de hallar en sus maestros como por ejemplo: nada inesperado esperaba; los cipreses sueñan ser estrellas; el sabor a miel de la mirada de Dora Maar y en especial la demencia de la luna por llegar a la fosforescente risa de una niña. Este rupturismo, este hablar con voz propia resulta cautivante.

Un crítico de arte sentenciaría con razón que un poeta/cuentista funciona a base de intuición, de pálpitos y no como un novelista o historiador que procede retocando, precisando lo que hace. Estoy muy de acuerdo con su apreciación y es por ello que Colón con su rico poder metafórico, su talento para expresar imágenes paradójicas y acrobacias sintácticas sólo posibles en quienes parecen estar raptados por una delirante inspiración, nos conduce en el referido relato a un mundo donde la fantasía y el ensueño dominan en exclusividad.

Por lo logros literarios alcanzados en este cuento es indudable que su dedicación a la narrativa breve nunca pareció ser episódica sino constante, persistente, pensando el autor de este artículo en las horas felices que les aguardan esperando que el lírico trovador de la provincia María Trinidad Sánchez pueda, más temprano que tarde, editar una publicación contentiva de sus mejores relatos y así todo el pueblo dominicano pueda disfrutar con la lectura de los cuentos de este nordestino narrador.

Por los triunfos obtenidos tanto aquí como en playas extranjeras, no creo arriesgado pronosticar que Juan ha pasado de las tinieblas de una obra incipiente a la deslumbrante luz del reconocimiento, no abrigando tampoco vacilación alguna en vaticinar que las prestigiosas Editoriales españolas Penguin Rondon House, Tusquets, Planeta, Acantilado y Santillana acogerán en un futuro no muy lejano las obras de este escritor criollo. Qué regocijo sería ver en el aparador de la Casa del Libro o de la Librería Central de Madrid libros de Juan.

En el caso de que algún compatriota con veleidades culturales desconozca la producción literaria del autor del poemario “No puedo callarme”, le indicaré la existencia de un CD grabado por Colón donde pueden escucharse las canciones populares de su total predilección, selección musical demostrativa de una sensibilidad de excepción. Edith Piaf, Aznavour, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, José Luis Rodríguez, Juan Manuel Serrat, Andrea Bocelli, Juan Luis Guerra, Joaquín Sabina, Danny Rivera y José y José entre otros, estelarizan estas composiciones.

Desearía finalmente que este trabajo no sea considerado como un ejercicio de apología, un canto de alabanzas hacia este polifacético escritor, pues ha sido su espinoso y paulatino desarrollo en sus últimos treinta años y en especial la gran estima y valoración dispensadas a su producción artística, tanto a nivel doméstico como en el exterior, los elementos que han contribuido a la consolidación y reafirmación de aquella primera impresión que destaqué en la prensa escrita nacional a principios de los años noventa al siglo XX.