Según Juan Villoro el futbol no dura noventa minutos, pues habría que contabilizar las horas que uno emplea en comentar y discutir antes del juego y sobre todo, después: Qué si fue penal, qué si el árbitro esto, qué si a Chuchita la faulearon. Ahora bien, si un partido normalito puede generar tanta polémica, mejor ni imaginarla cuando se trata de la final de la Liga de Campeones.

El pasado 26 de mayo se enfrentaron el mediático Real Madrid contra el sorprendente Liverpool. Los «merengues» (que apodo tan mamón) llegaban como favoritos con su costosa constelación: Cristiano Ronaldo, Kroos, Bale, Isco y compañía, comandados por el francés Zinedine Zidane. Mientras que los «reds» tenían la dinamita en dos delanteros casi desconocidos: el senegalés Sadio Mané y el egipcio Mohamed Salah, bajo las órdenes del alemán Jurgen Klopp.

Todos sabemos el resultado. El Real Madrid ganó 3 a 1. Sin embrago la lesión de Salah se llevaría todos los reflectores. Casi nadie habló de las 13 Copas para el conjunto madridista o de las pifias increíbles del portero del Liverpool, ni del golazo de chilena de Bale que marcaba el 2-1.

No había pasado ni media hora de partido cuando Ramos se paró junto al egipcio y aprisionándole el brazo lo derribó y todo su maligno peso cayó sobre el hombro provocándole una luxación. Salah no pudo continuar, salió envuelto en lágrimas de la cancha y los hinchas, que nunca dejan solo a su equipo (You’ll never walk alone) se volvieron de piedra. Igual pasó con el ánimo de los jugadores: pulverizado, excepto por Mané…

¿Acción premeditada o fortuita? Para los que no simpatizamos con el Real, estamos convencidos que la entrada de Ramos llevaba la peor de las intenciones. Ni Blue Demon era tan rudo cuando peleaba en el ring. Además, el truculento historial del defensor alimenta la suspicacia, pues en cuanto torneo se presenta lo pintan de amarillo y rojo. De acuerdo con el diario catalán La Vanguardia, tiene record en la Liga en amonestaciones (177) y expulsiones (19), así como en la Champions y en la selección nacional. No obstante, el árbitro no se molestó en hacerle ni el más mínimo regaño…

El aficionado memorioso recordara a otro grande con el hombro maltratado. Beckenbauer jugó con el brazo inmóvil en el llamado «Partido del Siglo». Fue en el mundial de México 70 y tristemente el esfuerzo del Kaiser no evitó la caída ante los italianos (4-3, el juego alcanzó los tiempos extra) que llegaron a la final nomás para ver como el Brasil de Pelé, Rivelino, Tostao y Jairzinho los arrollaba.

Salah entró a Europa por la puertita del Basilea. Desde el principio vieron un talento singular en ese muchachito que jugaba descalzo en Nagrig, uno de los muchos pueblos que circundan el delta del Nilo. Luego el Chelsea le hizo coqueteos pero allí su estadía fue como el paisaje londinense: gris. Entonces lo mandan a Italia con la Fiorentina pero será en Roma donde la explosividad goleadora quedará de manifiesto. Eso sí, el verano anterior nadie en Anfield hubiera pensado que el Faraón clavaría más de 30 goles ni que sería nombrado el mejor jugador de la Premier, tampoco nadie imaginó esa jugarreta del destino –azuzada por las malas mañas de Ramos– de salir lloroso y dolido y sin marcar en el juego de su vida. Aunque en otro partido, durante las eliminatorias, el egipcio anotó desde los 12 pasos en el último suspiro, lo que le permitió que Egipto volviera un mundial tras veintiocho años de ausencia.

No obstante, la llave judoca del español sigue resonando. Por lo pronto la plataforma change.org ha recibido la petición (junto con unas 400 mil firmas) para que la FIFA y la UEFA sancionen al filibustero. También un abogado egipcio se ha presentado en tribunales con una demandota por la alevosa falta. Mientras tanto, el aludido ni se inmuta y hasta se pone a cantar melodías de la selección española confirmando así el lugar común de que el futbolista lleva las neuronas en los pies. Mucho menos le importan las bromas en las que se asegura que la maldición de Tutankamón lo perseguirá por generaciones…

En fin, la fanaticada que se volvió muda luego de la lesión, suele cantar que si Salah sigue marcando «Yo me convierto en musulmán». El mundo árabe ha encontrado en este joven delantero un héroe futbolero sin par, pues además de festejar sentándose en el pasto como si fuera a orar (posición sujud) ayudó con muchos euros a que su pueblo tuviera agua corriente.

Aunque para Mo la lesión fue un triste accidente, se dice que el futbol da revanchas. Si Egipto (grupo A) logra hacer un buen mundial, en un descuido podría vérselas con España (grupo B) y así veríamos un nuevo duelo Salah vs Ramos que obviamente, desataría mucho morbo. Para que esto suceda el Faraón debe recuperarse de su hombro y confiar en su amistad con el balón. Inch’Alláh.