Pienso tanto en nuestro país. De alguna manera todos lo hacemos en cada momento. Los dominicanos siempre estamos preocupados. En el fondo es que anhelamos un país con institucionalidad y sobre todo con valores por doquier.

No quiero transmitir negatividad pues hay decenas de logros cada día. Hay mucha gente que trabaja por el bien, con desprendimiento, con esfuerzo y pensando en el colectivo más que en sí misma. Esa gente está en el pueblo, en la sociedad civil y también en el Estado. Sin embargo todos los días nos sentimos con ahogo y con grandes inconformidades.

Nos enfrentamos diariamente con el tema de la gasolina y su aumento permanente sin que baje su precio aún haya razón para ello. Cada vez los servicios son más caros y los precios en los supermercados más elevados. Ni se digan las medicinas y los costos de los servicios de salud, para no tratar el tema de la inseguridad ciudadana y la falta de institucionalidad.

En el país hay una excesiva burocracia para cada gestión que se hace. Cada expediente hay que irlo acompañando hasta que llegue a su destino final. De lo contrario no camina. Opera un agotamiento al finalizar cualquier gestión que por más sencilla que sea no es simplificada en casi ningún lugar público. Casi siempre se requiere de un amigo o de una referencia o influencia para que el caso camine, o aún, para que se pueda introducir.

Pensamos en la independencia de la justicia y realmente concluimos que es más que un hecho, una aspiración, tal y como lo fue en años muy atrás. Hay jueces independientes, ¿por qué no decirlo? Yo conozco algunos que me atrevería a poner mi cabeza por ellos. También aparecerá uno más que otro ministerio público que pueda sustraerse de las líneas políticas del partido de gobierno y se atreva a exponerse y es que no hay que olvidar que hay seres humanos que llevan en su sangre los principios y los colocan por encima de todo.

Pero decir que después de la reforma iniciada en el año 1996 a la fecha hemos dado un salto y un crecimiento en este aspecto de la justicia, sería no hablar la verdad. En el período de la reforma tuvimos espacios de luces y llegamos a creer que íbamos a superar ese lastre que habíamos arrastrado toda la vida desde la dictadura cargando con una justicia sometida al poder político. Pues en ese panorama de nuevo estamos. Las sombras han ido cubriendo los pequeños rayos de luz que brotaron.

Puede que se haga justicia cuando se enfrentan dos iguales o cuando hay que juzgar a un “pequeño” como decimos, pero muy difícil se logrará cuando está de por medio un influyente “turpén” y  sobre todo si es político. Los jueces se amedrentan. Ven su panorama futuro obscuro si no acotejan todo lo jurídico para justificar una decisión a favor del omnipotente. Y ni se diga el ministerio público que viene en su inmensa mayoría, por recomendación del partido de gobierno o tiene militancia partidaria y se le alimenta que tiene que ser leal a los requerimientos del partido.

Esto todos lo sabemos. Es harto conocido lo que he dicho, pero duele porque ni siquiera se guardan las formas. Se hace todo tan evidente y tan a la medida, que…!.

Lo bueno de esta situación es que la ciudadanía está clara, aunque calle públicamente. Se descorrió el velo de que la  justicia, la que venía de la reforma de 1996, es independiente y de que se fortalece cada vez. Penosa situación. Caminamos hacia delante, para volver hacia atrás.

De nuevo nos corresponde colocar en la agenda pública, la lucha por una justicia independiente. Es nuestro eterno retorno. En gran medida, esa ha sido nuestra historia.