La noticia bomba de la semana para el mundo católico y no tan católico fue el anuncio de la renuncia de Benedicto XVI al solio papal con efectividad al 28 de febrero a las 8 de la tarde de este año, a los siete años y meses de haber sido entronizado en el mismo en sustitución de Juan Pablo II.
Tres lecciones que deseo resaltar, en la espera de que el cónclave del Colegio Cardenalicio designe con su metodología especial al sucesor, con la inspiración del Espíritu Santo y los votos de los Príncipes de la Iglesia.
Primero: De lo humano. En verdad, ¿el contraste de la obstinación de Juan Pablo II de “no bajarse de la cruz” a pesar de la debilidad física es más impactante que el realismo de Benedicto XVI de reconocer que su fortaleza de cuerpo y espíritu no son suficientes para acometer la tarea de la “disciplina” de la curia vaticana? ¿Cuál de las dos posiciones es ejemplo de “fortaleza de espíritu” y de amor a la Iglesia? La argumentación ha sido que la obstinación del Papa Juan Pablo II fue el acelerador de la degradación y división de la Iglesia por su permisividad y porque su deslumbrante personalidad permitió acallar los rumores; mientras que esta renuncia de Benedicto XVI ha conmovido a las estructuras internas y externas del catolicismo para tomar conciencia de la gravedad de la situación.
Segundo: De lo divino. En verdad que el horizonte de la Iglesia es la eternidad. Si reconocemos que la dinámica histórica de la Iglesia principia con la fundamentación evangélica de las catacumbas, se enfrentó a la nueva realidad del influjo del reconocimiento del poder terrenal por el Emperador Constantino y convertirse en el árbitro supranacional con el orden post-romano del Medioevo y luchar en contra de la modernidad que significó el Renacimiento para la humanidad.
La Iglesia que conocemos es fruto de este enfrentamiento con el mundo moderno y que creímos entronizado por el Concilio Vaticano I y reconciliado con el Vaticano II. ¿Será factible que la renuncia de Benedicto XVI signifique un reconocimiento “in extremis” de que el orden absoluto no puede subsistir y los servidores de Dios deben serlo mientras tengan condiciones físicas, mentales y espirituales, como ya se reconoce en el segundo escalón, con los obispos, para dirigir las diócesis? En cierta forma, este conflicto se inscribe en el dilema de la sucesión prevista por el Dalai Lama en el budismo, ya que en un gesto de acercamiento al gobierno de la República Popular China, ha ofrecido permanecer como líder espiritual y renunciar a su mando terrenal en el Tíbet a cambio de una solución política en el techo del mundo.
Tercero: Del averno. Benedicto XVI ha sido señalado como valiente en su decisión porque ha señalado innúmeras veces en sus homilías de despedida el mal y con ello a los pecadores. Podríamos evocar aquella anécdota renacentista de Miguel Ángel que pintara con la cara de un Cardenal de la época al barquero que cruza a las ánimas en pena al averno. El aludido protestó ante el Papa de ese tiempo, y éste sólo le recordó que “lo hecho, hecho está” (o algo parecido, si no me traiciona la memoria). Es la mayor prueba del lado humano de la Iglesia.