“Activo = Pasivo + Capital”
Ecuación fundamental de la contabilidad.
Recuerdo cuando era estudiante de grado –allá por el México de 1980-, mis profesores y compañeros de economía mostraban cierto desdén hacia los de contabilidad. Al principio no entendía muy bien porqué aunque, increíblemente, en parte lo compartía. Los economistas éramos audaces, enfáticos, ambiciosos. En cambio, los contadores eran tímidos, callados y huidizos. Los economistas estábamos para interpretar (y transformar) el mundo. (En aquella época la Universidad Autónoma Metropolitana era de filiación marxista). Nuestro lema: “la economía es determinante en última instancia”, aforismo al que nunca se le dio fundamento satisfactorio. En cualquier caso, contrario a los contadores, estábamos para grandes cosas, para obtener una visión del mundo y descubrir el mecanismo secreto de la historia. Nos enseñaron el método científico y se nos estimulaba a que formuláramos hipótesis. El falsacionismo vigente postulaba que debíamos intentar refutar dichas hipótesis contrastándolas con la evidencia empírica existente o que pudiera elaborarse.
Nuestros compañeros contadores no podían hacer nada de eso, la contabilidad era una técnica, una hermana minusválida de nuestra gran ciencia económica. No se atrevían a pensar, decir y protestar. Nosotros, por el contrario, todo lo encontrábamos mal. La realidad había que revertirla. El pelo largo y revuelto, barba de tres días y jeans raídos eran el uniforme. No podían faltar los espejuelos: no se concibe un pensador con visión 20-20, y el morral: imposible usar un bulto de cuero, menos un maletín: eran objetos burgueses. En cambio, los contadores eran de una nitidez sencilla, como los curas. La cara blanca, el pelo corto y bien asentado. ¡Camisa! Eso chillaba, que usaran camisas lisas y de colores suaves, mangas cortas, talla exacta. Y zapatos de suela. Se iban apartando del grupo despacio, temerosos de los demás, como invitados pobres en fiesta de rico. Uno me dijo un día: “¿Cómo voy a encontrar trabajo diciéndole al dueño que él es un capitalista explotador?”
Años después tuve que volver a la contabilidad. Primero por necesidad profesional: la contabilidad es la radiografía, el mapa de toda actividad comercial, formal o no, lucrativa o no. Si no sabemos dónde estamos sólo por coincidencia podríamos llegar adonde queremos. Hay muchas dimensiones y complejidades en que la sola intuición no se desempeña bien. Luego fue necesidad intelectual. ¿Cómo es que mediante esta técnica sencilla podemos saber la posición financiera de una empresa, si ha tenido ganancias o pérdidas en el último ejercicio? Muchos de nuestros despreciados compañeros contables rendían un trabajo retribuido desde el segundo año de carrera. Los economistas parecíamos servir más para llenar cuadros estadísticos y hacer una redacción equivalente, redundante. Esto no era más interesante que conciliar los pagos a una factura, pero el largo plazo es un horizonte que se desplaza un paso a cada paso. Teníamos la esperanza cifrada en un gran día que nunca llegó, algo así como la revolución. Más adelante, el mercado –ese demiurgo del que hablábamos sin cesar- nos traicionaría miserablemente al enrostrarnos una demanda por economistas muy por debajo de la oferta.
La idea de la partida doble, de Luca Pacioli (1445-1517), es sencillamente genial, perfecta. Un flujo se percibe desde perspectivas opuestas en lo que toca a la propiedad: un bien siempre tiene simultáneamente un acreedor y un deudor. A la vez, acreencia y deuda son siempre de igual valor. Así es posible asegurar de continuo la corrección de los registros: el haber y debe globales son idénticos. De otro lado, un balance resulta la acumulación neta de flujos de entrada y salida. Más de una vez he utilizado la ilustración de una cisterna: existe una entrada, una salida y un nivel del agua. Dado un nivel, si entra más agua de la que sale, el nivel sube; si sale más de la que entra, baja; y si entrada y salida son iguales, el nivel se mantiene. La contabilidad es un sistema de vasos comunicantes en el que el haber y el debe globales son idénticos, aunque a nivel individual las distintas cuentas presenten balances. Una caja hermética de la que no entra ni sale nada de lo que no tengamos que dar cuenta.
Siguiendo la contabilidad, para que una actividad pueda distribuir utilidades o ganancias -rendir beneficios-, debe existir un crecimiento correspondiente de su capital bajo el concepto de ganancias del período. Definimos este título como la diferencia entre ingresos y gastos operacionales. Si al finalizar el período se acumulan ganancias, podrá la actividad repartir beneficios entre sus accionistas; en caso contrario, las pérdidas disminuyen el capital original aportado por estos. Luce bastante simple: para obtener dinero de una actividad, la que sea: pequeña o grande, servicio o manufactura, industria o economía nacional, es indispensable que sus ingresos sean superiores a sus gastos de operación. Es lo que define la posibilidad de pagar dividendos.
El principio de la partida doble se debe combinar con otros para que la contabilidad adquiera sentido completo. Uno de los principales es el de la entidad: la contabilidad se refiere a una entidad –puede ser una persona, una familia, una empresa, un consorcio o la economía general-. Accionistas y empresa son entidades diferentes. Los accionistas son los dueños de la empresa, y una empresa puede ser accionista de otra. Muchas empresas forman un consorcio, y todas las empresas, la economía nacional. En cada caso debemos estar conscientes de la entidad de que se trata. Por esto anterior, los gastos en el supermercado de los accionistas no son gastos de la empresa, y los gastos de la empresa propietaria no son gastos del holding, etc.
Debía ser obvio que para distribuir utilidades primero tenemos que producirlas y acumularlas. Esto significa vender con éxito por un valor superior a los gastos de operación. Es lo que hace todos los días cualquier empresa privada en régimen de competencia, concentrada o no, en lo que pone en riesgo su permanencia en el mercado. Si en vez de ganancias tiene pérdidas, éstas tienen que ser financiadas, y lo serán mediante el capital de los accionistas sólo por un período breve. Luego tendrá que cerrar operaciones, habrá quebrado. Todos sabemos de alguien que no pudo vender por encima de sus costos y tuvo que “cerrar”.
Ahora la pregunta: ¿puede una actividad ser estructuralmente perdidosa (decir deficitaria es menos preciso)? Es decir, ¿puede existir un Ministerio de lo Inútil deliberadamente diseñado para incurrir en pérdidas? Ciertamente, siempre y cuando cuente con una actividad suficientemente gananciosa que financie sus pérdidas. Toda pérdida tiene que financiarse, en principio por quien directamente la causa y provoca. Si no cuenta éste con recursos, entonces por sus acreedores. Como dice con absoluta certeza Milton Friedman, no hay tal cosa como una comida gratis. Esto, en la Crítica a la economía del status quo le hemos denominado el Principio de agregación, sobre el que rige el Principio de autonomía financiera.
Desde la perspectiva económica, en el agregado, sólo contamos con lo que producimos, independientemente de cómo lo distribuyamos o administremos. Una ecuación equivalente a la anterior, que a veces desconocen los mismos economistas es: sector privado + gobierno = economía nacional. Si entre ambos producen 100 quintales de arroz, pues 100 quintales de arroz hay para repartir, independientemente de que se diga o quiera otra cosa. La retórica oficial no va a multiplicar los panes y los peces, es pura propaganda y demagogia. El Estado-gobierno va a succionar del sector privado en situación de indefensión –otros dentro del sector privado pueden trasladar a precios el aumento en la presión fiscal- tanto dinero como pueda, hasta tanto tengan los indefensos una gota de ahorro gravable. O hasta que estos decidan no quedarse cruzados de brazos. Ésa es la disyuntiva. Otra idea, si no perfecta, cuando menos excelente, es no pagar bajo ningún concepto los sueldos y prestaciones escandalosos de la clase política. Cada vez que pongo un galón de gasolina o bebo una cerveza no pienso en otra cosa, en que estoy costeando el bienestar de estos desvergonzados.