Como la inmensa mayoría de los dominicanos no puedo decir que  realmente conocí a quien en el último año y tanto cobró, de forma lamentable, notoriedad por las acusaciones penales que pesaban en su contra. Como resultado no me siento en posición de emitir juicios concluyentes sobre su persona y todavía menos sobre su responsabilidad penal en caso de que la tuviera. Sin embargo, me permito compartir algunas reflexiones muy personales con la esperanza de que sirvan como elementos de soporte para aquellos que se propongan una reflexión que vaya más allá de las estridencias típicas de los titulares.

A Toño, como le llamaban los que le conocían, le ví por primera vez a principios de la década pasada. El estaba preso en Najayo y yo empezaba a trabajar en el penal en el proyecto de educación que me ocupa hasta el día de hoy. En aquel entonces no le traté gran cosa. Por referencias supe que era un hombre que se manejaba con cierta discreción, tenía un negocio de camiones en la Romana y esperaba poder recuperar su libertad pronto. Eventualmente él salió y aunque no lo volvimos a ver por estos lares hasta que volvió preso hará cosa de un año, se sabía de él por terceros que visitaban el penal  trayendo con ellos noticias sobre la suerte de aquel hombre. A Toño, decían todos, le iba muy bien.

En el 2010 todo cambió, las autoridades lo vincularon a la red de un famoso boricua, pretendieron apresarlo pero este logró evadirlos y se mantuvo con paradero desconocido hasta que fue sorprendido con documentos falsos en un aeropuerto de Venezuela. Su apresamiento se promovió como un gran golpe a las estructuras del narcotráfico y no faltaron las declaraciones, quizás demasiado triunfalistas, de que las autoridades ganaban la lucha contra el narcotráfico.

Los norteamericanos mostraron interés en Toño. Tiene cuentas pendientes en Puerto Rico, aunque como es natural se le presume inocente hasta que se le pruebe lo contrario. Llevárselo no fue fácil. Por un lado las autoridades dominicanas debieron retirar todos los cargos que pesaban en su contra pues no era posible extraditarlo si hubiese cargos pendientes en el plano local. Por otro, Toño se resistió a la extradición usando todo el ingenio de sus abogados siendo quizás el evento más destacable el hecho de que trató de que le levantaran cargos en RD por un homicidio del que nadie realmente lo acusaba.

Eventualmente los plazos se agotaron y a él se lo llevaron. Que si es culpable o inocente es asunto que tendrán que determinar los tribunales. Pero qué nos queda a nosotros, cuáles son las lecciones que podemos devengar de este y otros procesos similares?

1. Aunque no tengo medios para determinar, en caso de que fuera así, el tamaño de la operación que pudo haber encabezado Toño, lo cierto es que con su apresamiento el asunto del tráfico de drogas en RD no se resolvió. Darle una dimensión a Toño que no tiene ni tuvo pudiera afectarnos con una sensación de seguridad y conquista mal fundada.

2. De comprobarse las acusaciones en su contra, habrá que reconocer que prosperó en esta sociedad. Se apoyó en sus debilidades y necesariamente encontró es espacios para forjar complicidades.

3. La meteórica superación económica que se le reputa fue modelo para cuántos jóvenes y no tan jóvenes que lo vieron prosperar? Cuántos seguirán sus pasos?

4. La cárcel es muy dura, se pierde casi todo y de forma muy abrupta. Si fuera culpable necesariamente hay que dedicarle tiempo a todos los que sufren como resultado del tráfico de sustancias controladas.

5. Consideraciones morales aparte, los cometarios (y las posibles reflexiones) post extradición se pierden entre las versiones noveladas del caso que no le hacen justicia al vacio, el dolor y la pérdida que agobia a las partes envueltas en este tipo de procesos, incluyendo el propio Toño. Relativizar la dimensión de la tragedia, relajarla, degradarla y cualquierizarla son actitudes que contribuyen a que los relevos potenciales de los Toño de este mundo piensen que vale la pena el riesgo, que se puede y que a ellos no los van a agarrar.