Por disposición del Dr. Joaquín Balaguer los restos del General Pedro Santana fueron trasladados al Panteón de la Patria en el año de 1978. Ese acto fue quizás uno de los más controvertidos entre las acciones que se le atribuyen al Dr. Balaguer como estadista de larga trayectoria en los asuntos de estado y de gobierno. Aun en nuestros días los despojos mortales de aquella peculiar figura yacen en el mismo lugar donde descansa María Trinidad Sánchez, confeccionista junto a Concepción Bona de la primera bandera dominicana y destacada activista por la causa de la independencia nacional, pero sobre todas las cosas, una de las víctimas de aquel caudillo que se mantiene hasta hoy como uno de los héroes de la república.

Para muchos dominicanos el General Santana conserva méritos que lo hacen merecedor no solo de descansar en el lugar reservado a los próceres dominicanos, sino de equipararse históricamente a la imagen del padre de nuestra patria eterna; y es que su participación protagónica en las luchas posteriores a nuestra independencia, como la batalla del 19 de Marzo, o la Batalla de las Carreras efectuada el 21 de abril del año 1849, lo elevaron a una temperatura patriótica digna de los Trinitarios más insignes, pero al propio tiempo su vida fue marcada por episodios que ensombrecieron aquellas gestas patrióticas. El asesinato por órdenes del Marqués de las Carreras de María Trinidad Sánchez, justo el día en que se conmemoraba el primer aniversario de la Independencia de la República, o el fusilamiento de Francisco del Rosario Sánchez en el año de 1861, fueron algunos de sus actos más atroces.

¿Cuáles fueron sin embargo los argumentos que sirvieron de justificación para trasladar los restos de Pedro Santana al Panteón de la Patria? El mismo que consintiera ejecutivamente aquel acto nos ofrece una explicación. Según el discurso que pronunciara el Dr. Joaquín Balaguer en ocasión al acto oficial, el General Pedro Santana debe ser visto como una figura que despierta opiniones disimiles, pero que a pesar de haber propiciado la medida conservadora más soez de la historia nacional, sobre la misma debe pensarse como un acto de necesidad frente a la inminencia de una invasión haitiana. En todo caso, la anexión, según aquel discurso, no fue una medida adoptada sin el consentimiento del pueblo, sino que las opiniones más sensatas de la época refrendaron aquella disposición antipatriótica.

Lo que al final resulta curioso es que el mismo Dr. Balaguer, autor de una alocución reivindicadora de Pedro Santana, sea el que escribiera lo siguiente en la obra que lleva por epígrafe “El Cristo de la Libertad”:

“Santana, en cambio, fue un hombre sórdido que amó el dinero y se hizo pagar con largueza los servicios que prestó al país como guerrero y como estadista improvisado”.

Aquellas líneas, escritas en el capítulo final de la obra precitada, resguardan el criterio de que Pedro Santana antes de haber sido un Trinitario abnegado y amante de una patria libre, era más bien la antítesis de Duarte cuya única preocupación era el ejercicio político y militar a cambio de favores que prestigiaron su condición personal. Quien dispone la incorporación de Santana en el Panteón de la Patria es el mismo genio que lo desmerita y reconoce la sordidez de un personaje que antes de ser visto como héroe debe considerársele traidor a los ideales de la independencia.

Es un desvalor histórico que Pedro Santana haya comparecido al lugar reservado a nuestros héroes inmortales y más enajenante aún es la idea de que dicho acto haya sido uno de los tantos triunfos de la clase conservadora que por siglos ha dirigido, con excepcionales recesos, los destinos de nuestro país. El haber dispuesto el exilio del apóstol Juan Pablo Duarte, el fusilamiento de Francisco del Rosario Sánchez y la muerte de José del Carmen Figueroa, pudieron resultar para algunos hechos aislados que no atentaban contra la salud de la independencia, pero el de haber cambiado su título de Trinitario por el de Marques, iniciar las gestiones para un protectorado con los EEUU, y Anexar finalmente en el año de 1861 nuestra joven república, constituyó sin dudas una estocada mortal al proyecto independentista.

Por otro lado, existe en la personalidad de Pedro Santana un elemento subjetivo que lo acusa por sí solo de renegado de la patria. Ciertamente, el primer presidente constitucional del país fue un patriota ante la nación haitiana, pero ante los EEUU o frente a España parecía ser un vasallo al servicio de cualquiera que fuera las pretensiones de aquellos países. A diferencia de Duarte, Pedro Santana admitía sin reservas el convertir a la República en colonia de cualquier país que no fuera Haití, como lo demostró en la concreción de la Anexión en el año de 1861.

Para ello, España quería hacer creer que la Anexión era producto de la voluntad de los dominicanos, por lo que consintió las labores de Santana en reunirse con los sectores militares y políticos de más influencia en el país, convenciéndolos de la necesidad de una adhesión a España, y aquellos que aún ante los aprestos de convencimiento emprendidos por Santana se reusaron a la iniciativa, fueron exiliados o enfrentados sin contemplaciones. Por lo tanto, contrario a lo dicho por el Dr. Balaguer en su alocución para justificar la inclusión de Santana al Panteón Nacional, la Anexión no se trató de una medida consentida por la mayoría de los hombres sensatos de la época, sino de una burda imposición a conveniencia del sector más conservador de aquel entonces.

La importancia de resaltar episodios semejantes en la historia contemporánea de nuestro país radica en que haciendo una observación crítica a la misma se contribuye a la reconformación de valores sociales que, a larga, influyen en el pensamiento de la población y por lo tanto en la idiosincrasia nacional. Debe quedar definitivamente aclarado que personajes como Santana no deben ser vistos como figuras justificables de nuestra historia, sino como representantes del pensamiento político más insano de la nación, pensamiento que hasta ahora, lamentablemente, sigue primando en nuestro país.