“Es fácil vivir con los ojos cerrados, Interpretando mal todo lo que se ve…” John Lennon
Penetrar las mentes de las personas y construirlas desde su yo interior constituye la herramienta principal de dominación de los sistemas en sus diferentes manifestaciones (políticas, culturales, religiosas, económicas, ideológicas). Este dominio subjetivo de las individualidades y las colectividades implica la construcción de mentiras, manipulaciones o falsos paradigmas asimilados transgeneracionalmente por los pueblos. La conquista europea trajo consigo una cultura que ha presionado el cerebro de nuestros pueblos latinoamericanos. Esta domesticación cultural se ha amplificado con la ofensiva de los Estados Unidos desde finales del siglo XIX, el fetichismo del mercado y las nuevas idolatrías del modernismo" consumista.
La cultura occidental se ha construido sobre mentiras, falsos paradigmas o manipulaciones que han dejado secuelas costosas para toda la humanidad y muy especialmente para los países latinoamericanos y africanos. “El sueño del hombre occidental y blanco, universalizado por la globalización, era dominar la Tierra y someter a todos los demás seres para así obtener beneficios de forma ilimitada. Ese sueño, cuatro siglos después, se ha transformado en una pesadilla. Como nunca antes, el apocalipsis puede ser provocado por nosotros mismos, escribió antes de morir el gran historiador Arnold Toynbee” (Leonardo Boff, 2016).
Este sueño occidental, convertido en pesadilla, nos modeló en sociedades domesticadas y acostumbradas a vivir en la cotidianidad con mentiras interiorizadas en nuestro imaginario y asumidas como verdades absolutas. Es nuestro interés compartir en este artículo tres de esas ideas torcidas que han modelado nuestras culturas: la idea de la democracia, el etnocentrismo y el antropocentrismo.
En efecto, es posible que la democracia sea “el más alto ideal que históricamente ha elaborado la convivencia social” (Leonardo Boff, 2015). En ella está escondida la idea del interés y la participación de todos y todas. Pero en su versión histórica y de factura europea es una de las más grandes mentiras para nuestros pueblos latinoamericanos. Hablo de esa democracia que tiene sus raíces en la cultura greco-romana y en su definición simple como “gobierno del pueblo”. Sociedades asimétricas, desiguales o inequitativas no pueden ser democráticas. La democracia implica la combinación del bienestar y la libertad, de los derechos políticos con los sociales, económicos y culturales.
Las democracias en América Latina se configuraron a partir de pactos entre las élites, emergidas de sistemas dictatoriales y autoritarios, con el predominio de las fuerzas conservadoras y la exclusión de los grupos sociales signados por la pobreza, el ruralismo y la rémora de las herencias coloniales de la esclavitud. Esta génesis ha configurado sociedades muy inequitativas y por consiguiente antidemocráticas. Muy diferente a Europa donde las democracias se estructuraron mediante pactos sociales dados entre las fuerzas trabajadoras y la burguesía.
La desigualdad es un rasgo característico de las sociedades latinoamericanas. El predominio de las élites se sustenta en el privilegio. Mientras que la democracia tiene como presupuesto básico la igualdad de derechos de los ciudadanos/as y el combate a los privilegios. Por tanto, ¿cómo es posible instaurar sociedades democráticas, basadas en la cooperación, la equidad, la solidaridad, cuando se revela la consolidación de las élites financieras especuladoras en el mundo de hoy y se ensanchan los abismos entre ricos y pobres? En el escenario actual, las élites dominan las economías del mundo, el cerebro de los pueblos mediante la influencia de un pensamiento hegemónico desde los medios de comunicación y ejercen una fuerza determinante para la elección de los gobiernos.
No podemos ignorar que haber superado los regímenes dictatoriales y totalitarios y avanzar en algunos derechos políticos en América Latina son logros ciudadanos. Aunque ha sido al precio de mucha sangre que se la ha llevado el río, como nos canta Silvio Rodríguez. No obstante, las elecciones en sí misma, el derecho a la libre opinión y a la organización, no nos dice nada sobre la calidad de la democracia. Al día de hoy, los escenarios electorales y la “libre opinión” son construidos por el discurso de las élites. Las masas se mueven por la fuerza de la pasión, la búsqueda desesperada por sobrevivir, son domesticadas y el estómago les define en muchas de sus elecciones políticas. Mientras que a las élites les mueve una vocación racionalmente planificada por la acumulación y las ganancias.
Cuando la economía tenga como objetivo el bienestar de todos y todas, y la política esté basada en el servicio y sea la antesala de Estados donde la población encuentre espacios de participación en la definición de las políticas; cuando tengamos sociedades incluyentes y equitativas, la democracia dejará de ser una farsa. La democracia se reafirmará como su propia verdad y dejará de ser mentiras cuando se reencuentre con la inspiración originaria de la justicia social y la participación real del pueblo y esté cimentada en sociedades simétricas o equitativas.
Por otro lado, una de las mentiras más perversas heredadas de occidente es la supuesta superioridad de un pueblo sobre otro. El etnocentrismo ha estado enraizado en la psicología de los pueblos, individuos y líderes que han producido los peores males para la humanidad, algunos con efectos catastróficos como el Holocausto, las matanzas intertribales en África y los etnocidios emprendidos por los europeos durante la colonización. O las cruzadas llevadas a cabo por el catolicismo en la época medieval. La matanza de los haitianos de Trujillo en el 1937 y la continuidad hasta el día de hoy del antihaitianismo en la sociedad dominicana. O el sentimiento etnocéntrico de Stalin quien se erigió como el salvador de los oprimidos y los trabajadores del mundo y obligó a naciones con identidades propias a unificarse alrededor de lo que él entendía era la cultura superior. O la prepotencia ideológica de la llamada “revolución cultural” de Mao-Tse-tung. Más recientemente, el sentimiento de superioridad religiosa que acompaña las acciones terroristas de los grupos musulmanes radicales y fundamentalistas.
El punto de vista eurocéntrico nos ha llevado a analizar el mundo de acuerdo a los paradigmas de Europa. A desarrollar sentimientos de inferioridad sobre nuestras culturas y convencernos de que ese estado inferior ha sido un obstáculo para nuestro desarrollo y prosperidad (xenocentrismo).
Esta visión se ha biologizado al pensar que genéticamente Europa y Estados Unidos son los portadores del desarrollo por su propia definición blanca. Que sus lenguas son de valor exquisito, mientras que las nuestras son bárbaras, toscas, sin expresión y próximas a ser dialectos o patois (patuas) de las lenguas europeas. Algo más, el eurocentrismo nos ha llevado a crear un pensamiento religiosamente autoritario, excluyente, totalitario, que invalida toda fuerza de relacionamiento con Dios que no sea el heredado de los blancos europeos.
Finalmente, la visión donde se coloca a los humanos como el centro del universo y por ende toda la naturaleza está bajo su poder (antropocentrismo) ha sido objeto de la manipulación de la razón instrumental del occidentalismo. En su esencia, los seres humanos encontramos sentido cuando nos relacionamos con la naturaleza como parte de ella y nos vemos singularmente ligados a un ecosistema planetario. La singularidad dada por el Génesis al ser humano es su condición y capacidad de transformación de la naturaleza, no de su vocación destructora.
Sin embargo, la razón instrumental expresada en el antropocentrismo ha llevado a una fractura de la relación armónica con la naturaleza, a un vínculo destructivo y alienante con la tierra.
El antropocentrismo ha enraizado una voluntad de poder sobre los otros y la naturaleza tan voraz y desproporcionada que hoy día se revela una crisis de modelo de desarrollo, y más alarmante aún una amenaza desequilibrante del planeta y la propia sobrevivencia del género humano. Un grito apocalíptico que invita a romper con la manipulación del homo-centrum y a propugnar por el homo-solidus, el ser humano solidario consigo mismo, los demás y la naturaleza.