La Biblia hebrea, y más específicamente en la visión de Ezequiel, representa a hombres con cabezas de animales, símbolos del apocalipsis. Asimismo, en el diseño de la postada de Una guerra de sueños, Aline García despliega unos seres híbridos (hombre-caballo, mujer-pájaro) en el espacio de una batalla onírica que nos anuncia las aventuras metafísicas de unos personajes atrapados en sus conflictos reales e imaginarios. Giorgio Agamben refiere, en Lo abierto: el hombre y el animal, que, en la cultura, los conflictos políticos se presentan como conflictos entre la animalidad y la humanidad del hombre, de ahí que Una guerra de sueños debe ser leída en clave simbólica o como una biopolítica de Occidente y no en clave realista, a la búsqueda de personajes de la cultura dominicana. Como dice la advertencia de las películas “Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”; porque la novela funda su propia realidad, pero alterna y constantemente desplazada, atravesando la República Dominicana, Chechenia, Tayikistán, Afganistán, Moscú, el Congo, Cabarete, Puerto Plata o Kabul.

Una guerra de sueños es el thriller fantástico de Manuel García Cartagena. La paratopía (peregrinación, desplazamiento, exilio) es la figura principal que abarca no sólo a los personajes, sino también a diferentes países, épocas, culturas y lenguas. A diferencia de la distopía, en la que una comunidad es indeseable o amenazadora, la paratopía es un concepto que comprende no sólo el cronotopo, sino también los personajes y la realidad misma que deriva hacia el sueño. Con respecto a la paratopía, Kristine Vanden Berghe explica: “Una implicación fundamental de la posición paradójica o paratopía, es que el escritor constantemente explota las roturas que se abren en la sociedad. Se presenta entonces como bohemio, solitario, artista, o simplemente, distinto de alguna forma de los demás: Maingueneau lo define como el que no está en su lugar allí donde está, el que se desplaza de un lugar a otro sin arraigarse nunca de manera más o menos definitiva, el que no encuentra su lugar, el que no se acomoda” (87). Los personajes de la novela nunca están donde están, porque, atravesados por discursos y sueños, se encuentran en tránsito permanente. Como en el sueño de Chuang Tzu, las fronteras entre realidad e ilusión se difuminan y lo que es realidad se convierte en fantasía y esta última en realidad. La escritura en sí misma se encuentra constantemente diferida; no hay un centro en la narración, en la que el ego de los personajes se disuelve en la aventura del espíritu y en la concatenación de sueños. 

La escritura de la novela se mueve rítmicamente a partir de una especie de contra pacto autobiográfico, pero es la “Nota del editor” la que nos da la clave de su propia dispersión. El “editor” decide designar al autor con el nombre de uno de los personajes y la novela termina siendo un plagio de un texto de María la Turca. Intervienen, entonces, en la reescritura de la novela, el editor, María la Turca, el plagiario, los informantes y un grupo de acólitos de la Turca, quienes exigen participar en una parte del texto.  El Perro (Canis) “incendia” de fuegos oníricos a los personajes a lo largo de la novela. Los sueños oscilan entre los polos condensación/desplazamiento, metafórico/metonímico, lo cual da como resultado, en ocasiones, una prosa poética: “El mundo era entonces un lugar que comenzaba a despeñarse en el abismo de la eternidad: desiertos y bosques estaban todavía poblados de dioses, y si alguien quería hablarles, sólo tenía que subir a la cima de un monte y esperar su llegada bajo la luna llena”. Génesis que ya lleva en sí el germen de su propio apocalipsis.

Sexista como es o parece, todos recordaremos el tipo de lector que, según Julio Cortázar, no debíamos ser: el lector-hembra, que describe como “el tipo que no quiere problemas sino soluciones, o falsos problemas ajenos que le permitan sufrir cómodamente sentado en su sillón, sin comprometerse en el drama que también debería ser el suyo”. ¿Debió decir Cortázar lector-burgués? Pues bien, el lector que pide a gritos esta novela es un lector activo, cómplice, co-partícipe, que vaya construyendo los múltiples sentidos con el desarrollo de la novela misma. Metanovela, Una guerra de sueños cuenta la historia de una novela que se va armando a sí misma con la ayuda del lector-cómplice. Pese a haber ganado un premio en el Ministerio de Basura, el narrador advierte que “Una guerra de sueños no ha encontrado muchos cultores en la historia de la literatura dominicana. Personalmente, le atribuyo la culpa de este hecho a la atrofia que produjo el cáncer neopositivista y funcional-comunicativo que hizo metástasis en el sistema educativo dominicano”. La novela no sólo incluye el discurso de su modo de producción, sino también de circulación y recepción en la cultura dominicana. 

Si, por un lado, Una guerra de sueños es tanto la alegoría de una sociedad corrupta y autoritaria, así como la de un futuro poco promisorio, por otro lado, es también una biopolítica de la cultura contemporánea. Para saber acerca de la guerra que ocurrió en la isla de Santo Domingo, entre 2027 y 2030, que dio al traste con la disolución de Haití y de la República Dominicana, para convertirse en el Nuevo Estado Mulato del Babeque, se debe leer esta novela. Tour-de-Force apocalíptico y alucinante, Una guerra de sueños sacudirá al lector del realismo acartonado y lo transportará proféticamente por los avatares de esta desdichada isla.