El ministro de Cultura de entonces se apoyó en mecanismos y subterfugios que daría  vergüenza argumentarlos.  Usar la estatura de Juan Bosch para sostener desvaríos y alucinaciones es un asco. Es el reniego al collage del pasado y el presente, a la creación y la belleza literaria, a la vida y a la eternidad.  Es tan solo un camino infructuoso que no conduce a nada.

Por eso no poder actuar en estos momentos en el teatro que no llevaría el nombre de la persona que influyó positivamente en la cultura, en los diálogos, en las tramas, en los conflictos y en sus desenlaces, es profanar su memoria.  Sin lugar a dudas lo que quiso hacer el exministro, es un intento de cercenar la honra de los Autores. De aquellos que merecen ser exaltados, a los que les dan vida a las horas muertas. Que convierten lo feo en bello.  A lo irreal, real. De lejano, cercano. De material, a inmaterial, De lo imposible, a posible.  Y narran tus historias, también las mías, metiéndolas en un solo verso pequeño.

Entonces Eduardo Selman, ¿Por qué en vez de dar un reconocimiento directamente a la persona de Juan Bosch a costa de sus luces y estela (usted) tuvo que despojar y apagar la única luz pública que tenía el santo de la literatura dominicana? Para nadie es un secreto que el primer Premio Nacional de Literatura Dominicana, profesor Juan Bosch ha acumulado una impresionante obra difícilmente igualable por otro mortal dominicano, pero aún así no era necesario ni justo desvestir un santo para vestir otro (que tiene muchas ropas).

Se cree que su actitud obedece a otras implicancias relacionadas a resentimientos y escozores puramente egoístas y falta de competencia intelectual.  Que los cientos de reconocimientos públicos que hizo el profesor Juan Bosch a la posesión de la brillantez, parsimonia, ecuanimidad, elegancia, belleza, destreza, ternura, calidez, inteligencia, rostro humano y profundidad social, de las letras de Enriquillo Sánchez, es lo que lo tiene turbado.  Siendo así entonces, ni el tiempo que hace de la desaparición física de Enriquillo,  ni las muchas aguas que arrastran los rios, ni los nuevos arbóreos se ha podido llevar la amargura de su corazón.

Con los años que tengo, hasta donde alcanza mi memoria, nunca había visto una acción así de tal inusitada desfachatez y falta de reverencia al trabajo literario, a las artes y la cultura. Eso es profanar la tumba del que vive a través de las letras.

Hace dos semanas en el ministerio de Cultura llegó una nueva administración y las letras que forman el nombre de Enriquillo Sánchez yacen en el suelo. Sé qué este asunto le da dolor de estómago y repugnancia a doña Carmen Heredia por  lo que esperamos que no se pierda más tiempo y revoque la estúpida e inverosímil medida del anterior incumbente, porque las almas que se reflejan en Enriquillo, y en sus obras y su tumba deambulan por la avenida George Washington.