(PANEGÍRICO)
Por Tomás Modesto Galán. Presidente de la Asociación de Escritores Dominicanos en Estados Unidos (ASEDEU).
Compañeros de las artes, la cultura y la literatura y, en especial, al pueblo creador, que es el gran poeta del pan de la muerte actual, aunque la palabra poeta todavía le resulte extraña a muchas víctimas del espanto cómplice. El virus de la nobleza no discrimina. Se equivoca de rima o de prosa funeral de las ficciones del infortunio. A veces toca la piel de hombres y mujeres ilustres y por casualidad, la de los opresores gloriosos, los graciosos depredadores que forzaron a René Rodríguez Soriano a escapar del país que siempre está en el mismo trayecto de un sol, tan transparente, que resulta opaco para orgullosamente forjarse una patria flotante, en este paraíso del ocaso festivo. El virus global ostenta la virtud del despertar. Llorar es un buen ejercicio del sentimiento, pero no nos va a devolver al hombre empresa que fuiste para un Último Round, pero el desahogo cura las penas de tanta soledad baldía.
Noticia secreta de último minuto: Hay morgues discretas aguardando cientos de cadáveres frescos en el condado del Bronx. Sospecho de los camiones que pasan sin insignia. Anónimos. No son de Sanitation. Aparecen de la nada, sin embargo, hay héroes que tosen frente a un jardín abandonado. Hay homeless que mueren a causa de una neumonía accidental aunque sean inmune a la vida. Hay poetas que suelen dormir con un poema sedentario atrapado en la garganta, a veces leído frente a un pino lapidario. Su aparente y firme ociosidad alimenta los pájaros. Mañana volverán miles de alegrías sombrías. Estadísticas sordas. No tenemos lágrimas suficientes ni lucidez al alba para llorar por todos los que no han muerto a tiempo para salvar la ausencia de este enigma deficitario. Yo no sé si con estas palabras estoy escribiendo la risa de mi epitafio. Señores, el virus nobiliario proclama la última masacre de la memoria. Y yo me pregunto: ¿Quién llevará a un niño al Daycare? ¿Quién colmará los parques de sabiduría? ¿Quién nos salvará del aburrimiento real? Es la operación limpieza del parque contemporáneo una Cosa Nostra globalizada. Estamos ante el obituario libertino de los más vulnerables aliados de la supervivencia de un nuevo crepúsculo.
Por suerte esta es una peste pasajera (un aplauso íntimo para tanto dolor gratuito) y no la pandemia global de un sistema putrefacto que parece haberse escurrido entre las tumbas y las cloacas de la posmodernidad. Olvidamos la hecatombe que ha dejado la guerra de extinción internacional y aquellas de todos los días. El genocidio en Yemen y en Siria ni las guerras anteriores y posteriores al 9/11, no califican como peste globalizada y risueña. Es un culto sordo. Una fiesta del horror. Un terrorismo imaginado por la civilización globalizada. Lloremos, aunque ahora lo más importante es el legado de un escritor que libró mil batallas, y que afortunadamente, nos dejó un gran ejemplo. Es lamentable que la pobre educación que recibimos no nos enseñara cosas tan elementales como comprender la muerte o la dulce decadencia de los abuelos. Aceptarla es un lujo insoportable.
El 2020 es un funeral global donde la tierra es escasa. Nos acecha hasta en el lecho. Seduce la última represión de los sentidos. Alterna su luz roja. Cuestiona la intrepidez del gesto. Escribe su secreto desde las jugueterías del sabotaje de la niñez. Se oculta en cada gesto y espera en el jardín de otra primavera hermosa. Nuestros seres queridos caen como palomas contaminadas en los Nursing’s home de las naves del olvido. Sin embargo, te digo, René, fuiste dichoso. La corona de una monarquía virtual fue el eco de otras sombras fugaces. René, tranquilo. No te puedes quejar de la crisis de atención. La diáspora del imperio reconoció tu partida con más dignidad que los que mueren en algunos países que padecen de una serie de cuarentenas folclóricas militarizadas, 365 días al año. Nos salvamos de una demanda justiciera de los colmadones inteligentes y de los ladrones inocentes de su dicha. Un gesto humanitario los libera de las cárceles para compensar con la jugada del virus. Lo bueno de esta historia es que huye del aburrimiento de los políticos que sí son una pandemia global.
Ojalá sirva esta reflexión para encarar las razones de las múltiples hecatombes de la vejez como juego desechable. Es el diario carnaval de los cómplices de este genocidio. El mejor homenaje al poeta de Constanza es preguntarle al llamado Estado corporativo y a sus testaferros, cómo se han diseminado las obras de la diáspora en el exterior y en el interior de la otra agonía mentirosa. El número bajo de consultas on line así lo testifica. La falta de solicitud es un bochorno. No hablemos de tanta ausencia cotidiana del libro pero seamos claros. Que las lágrimas de este terrible dolor sirvan para algo. Lloremos para saborear la amargura de otra escasez impublicable. Te digo, bendiciones y cuidémonos de toda la virulencia ancestral que celebra su destino deficitario. A mis lectores arriesgados, no los voy a contaminar. No se cubran tanto de mi falta de máscara y por favor acepten la siguiente disculpa. Aléjense a unos cuantos pasos de estas condolencias. No podemos medir la subjetividad de esta distancia. Hay que respetar el Social Distance. Ya René lo sabe. Llegó a tiempo a este juego. Los niños también se adelantaron al juego virtual. Cada cual en su burbuja.
Como Reliquia de otra época, arrastro fragmentos de tinieblas de una cultura fundamentalista, adicta a falsificar la democracia. Disculpen, si hay errores en este panegírico dudoso. Lo inicié en Facebook, pero no veo tan bien como ustedes y lo transferí a esta lápida lírica. Hay esclavos de la cultura que gustan hacer juicio por mi falta de fidelidad normativa o por la gracia lapidaria de esta humilde despedida.
René, poeta de tantos exilios voluntarios e involuntarios, tuviste la dicha de que esta vez no te van a robar el velorio, como a tantos poetas muertos en Nueva York. Tu entierro será la obra virulenta de un misterio sospechoso. Si te damos un tumbe romántico, de lapidaria incomprensión, debería ser a la usanza de la era actual. No te salvaste de algunas de tus pasiones: la narrativa, el poema, la publicidad y la virtualidad. Tu repentino viaje a la tierra baldía de la última horizontalidad fue una victoria pírrica de los declamadores de la nostalgia de la década del ´70. Algunos temerarios invadirán Instagram o se posesionarán de Facebook y leerán algún texto tuyo para las lágrimas del mundo. Desgraciadamente, no nos está permitido verte. Imaginarte consuela la legitimidad. El sollozo real ya dejó de importarnos. No es parte del menú habitual. No firmaremos el libro de entrada ni el de la salida. ¿Quién distribuirá el recordatorio de la diáspora? La funeraria Ortiz del Washington Heights, no podrá reírse cuando nos bloqueen los autos. No tendremos que ir de velorio en velorio a despertar los otros muertos, buscando al criminal. No pasaremos a verte desde las colas de afuera, separados a 6 pies. No veremos tu último rostro. Solo nos quedó el rumor lineal de un Facebook arrogante. El zoom de un cuento inocente. La soledad del face time es un lujo terrible. Oler tus azucenas fue menos real. Te aguarda el busto de las dudas melancólicas.
Fuiste el más afortunado de los desterrados de la posmodernidad criolla. Te leerán en todos los idiomas emocionales. El más inocente es el del olvido. Deberemos observar 6 pies o 27 de distancia. No se debe toser. Repriman sus dolores. Los dolientes vendrán con máscaras. O te lloraremos on line. Es la extraña moda de la auto protección denominada: Social Distance. Tu cadáver está fresco y ya hay uno de tus poema disparado desde Las Canarias por mi amigo poeta, Antonio Arroyo. Otro desde Cristo Rey. Uno desde el archipiélago urbano de Guachupita. Los arquetipos del barrio Tepito de la tierra del López que obra y el Chapulín literario de Octavio Paz. Y si por los paseos del purgatorio descubres a Jacques Viau Renaud, poeta dominicano, nacido en Haití, no dejes de preguntarle, de parte mía:
¿Por qué dominicanizarte a ti, requirió un decreto presidencial del Coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, después que diste tu vida, por nuestro país y por toda la isla, en 1965, cuando 42 mil marines de US vinieron a imponer su paz? El más allá y el virus de la corona puede que alienten una nueva fraternidad. Nunca es tarde, René. Ayúdanos a encontrarlo, aunque la tierra de Toussaint Louverture haya cerrado sus fronteras perforadas por el gran misterio virulento. Un abrazo, colega. Ya tendrás tu calle real o tu busto virtual. Quizás te dediquen otra feria del libro. Dile a Jacques que la de él no está muy lejos. Ya llegará una generación interesada en hacerte justicia. Te lo mereces. Bendiciones.