La historiografía latinoamericana y caribeña ha «invisibilizado» el significado y la dimensión histórica que la guerra restauradora dominicana (1863-1865) tuvo para la región del Caribe y para los procesos abolicionistas y antirracistas en las nuevas naciones latinoamericanas. Ocurrida casi simultáneamente con la guerra de secesión de los Estados Unidos (1861-1865), fue parte de un proceso nacional de larga duración que rompió definitivamente con el colonialismo; sus antecedentes se remontan a las luchas independentistas encabezadas por Ciriaco Ramírez, José Núñez de Cáceres y Juan Pablo Duarte.

«El grito de capotillo» y la restauración de la República es la mayor proeza dominicana de liberación popular y de reafirmación de lo nacional. El acontecimiento político y social más significativo y relevante, en cuanto a su valoración y significado histórico como lucha anticolonial, antiracial y popular de la segunda mitad del siglo XIX en el Caribe; representa la conquista burguesa con mayor legitimidad e integración nacional, el quiebre definitivo con los vestigios políticos del colonialismo europeo.

La guerra dominicana por la restauración de la República tuvo un carácter social múltiple, por un lado, fue una lucha anti-imperialista y anticolonial del pueblo dominicano contra el imperio español y, por otro lado, tuvo un carácter popular y antirracista, un movimiento social heterogéneo fruto de una alianza coyuntural de las distintas clases sociales. Una guerra que derrotó simultáneamente al grupo conservador hatero y a los colonialistas españoles, teniendo como resultado una drástica transformación político-social que llevó al poder a la burguesía liberal cibaeña; que tuvo como antesala de su ascenso a la revolución del 1857; y que, a partir de 1865, fueron los “encargados” de la puesta en marcha de una agenda liberal para la “reconstrucción de la República”.

La restauración dominicana, ha permanecido «invisible» en la historiografía latinoamericana y caribeña; los distintos tratados históricos, compendios sobre historia latinoamericana, series de publicaciones históricas realizadas por universidades, compilaciones de trabajos sobre los procesos de emancipación, los programas de estudios de historia latinoamericana, los congresos, seminarios y jornadas de historia relacionados con los procesos independentistas; excluyen el abordaje de la guerra restauradora, su tratamiento ha sido prácticamente “arrancado” e “invisibilizado” de la historia general de la región.

Simbólicamente la guerra restauradora instaló un “mal ejemplo” al colonialismo europeo y estadounidense; por un lado, estimulaba la posibilidad de que Cuba y Puerto Rico se “contagiaran” con la proeza dominicana y visualizaran la posibilidad del triunfo militar sobre el colonialismo español. Por otro lado, la movilización popular y la indignación social que generó la anexión a España, fue tomado en cuenta en las posteriores negociaciones (1874) que pretendían la anexión a los Estados Unidos; quienes temían provocar un “estallido” nacional y popular parecido, por eso apelaron a algunos mecanismos de legitimidad para esta negociación, que finalmente fracasó.

La restauración dominicana fue una guerra nacionalista, antirracista y anticolonialista, un acontecimiento histórico que representó un “obstáculo” para la construcción del discurso nacionalista hispanófilo. El debate histórico sobre el significado nacional y la legitimidad de la participación del pueblo en la guerra restauradora ha sido una discusión de larga data; iniciada por algunos pensadores y participantes de este acontecimiento: Ulises Francisco Espaillat, Pedro Francisco Bonó, Manuel Rodríguez Objío, Gregorio Luperón, José Gabriel García y Federico Henríquez y Carvajal; quienes le conferían el logro de la libertad e independencia nacional a la participación de la gente humilde del pueblo; mientras que la historiografía conservadora y trujillista, representados por: Manuel de Jesús Galván, Rafael Abreu Licairac, Rafael Augusto Sánchez, Manuel Arturo Peña Batlle, Emilio Rodríguez Demorizi y Joaquín Balaguer; establecieron un discurso histórico de rectificación del “error de la anexión” y de reivindicación de la figura de Pedro Santana, como conexión natural con España; que tuvo su materialización en los gobiernos de Rafael L. Trujillo y Joaquín Balaguer, quienes exaltaron los símbolos del desaparecido imperio colonial español (Faro a Colón y celebración del Quinto centenario).

Resaltar el significado y valor simbólico de la restauración es sepultar el “heroísmo prefabricado” de Pedro Santana en el discurso nacionalista. Como lo señala el historiador Santiago Castro Ventura, es desmantelar “una de las enormes trastadas con la que se ha pretendido manipular el ámbito histórico dominicano”. El abordaje histórico de “acomodo” en la construcción del discurso nacionalista ha generado una serie de omisiones, contradicciones y ambigüedades respecto a este hecho histórico; así lo resaltan los argumentos de distintos pensadores: Juan Bosch, Pedro Mir, Jaime De Jesús Domínguez, Roberto Cassá, Emilio Cordero Michel, Luis Álvarez López, Raymundo González, entre otros.

Existe una deuda de reivindicación y “visualización” historiográfica sobre la importancia de la participación de los sectores populares en la guerra restauradora; del pueblo dominicano que, en trapos, descalzos y con machetes, sacrificaron con su anonimato el logro de las libertades y la construcción de la nación dominicana.