Miren por donde, a mí me caen bien los cangrejos, sobre todo los pequeños y medianos de lomo negro o marrón que aparecen por las orillas de las playas y entre las rocas de nuestras costas. Sí, ya sé que no son animalitos tan simpáticos como esos lambones perritos chiguaguas que para agradar a sus dueños o ganarse una galletita que ahora fabrican para ellos se deshacen en monerías y saltitos. Los cangrejos no mueven la cola porque sencillamente no la tienen, ni ladran porque no es lo suyo, ni dan la ¨manita¨ cuando se les pide pues las extremidades que tienen las necesitan para caminar rápido, comer o defenderse de sus múltiples depredadores.

Hay personas que se asemejan en el carácter a los cangrejos y sin embargo nos sentimos bien estar con ellas y hasta buscamos su compañía, es cuestión de gustos y sintonía o de lo que llamamos ¨química¨ entre gentes.

Me encanta ver un cangrejo cuando se planta de cara a un potencial o real enemigo. No lo hace a medias, de lado, o disimulando, se enfrenta resuelto y con valor, le mira, le observa con fijeza, levanta sus patas delanteras como un boxeador diciendo aquí estoy yo listo para pelear ¿Qué quieres conmigo? ¿Quieres meterme en el cubito del niño, en tus fauces o quieres llevarme a tu cocina? Y hasta toma posiciones amenazadoras y si te acercas demasiado no duda en lanzar un rápido zarpazo. Las manos de los cangrejos son ágiles, tenaces, toman lo que sea con rapidez para devorarlo o meterlo en sus refugios, sin duda podrían ser buenos políticos.

De los cangrejos se dice de manera peyorativa eso de “vas marcha atrás como los cangrejos” o “das unos pasos para atrás como el cangrejo” y eso es a todas luces bastante injusto. Veamos ¿quién de nosotros no ha retrocedido ante un peligro, de una amenaza, una mujer o un hombre celosos, o de un cobrador insistente?  Hasta los feroces leones les salen corriendo a los búfalos o las hienas si estos los atacan. Un humano por su envergadura o peso es mil o miles de veces más grande que estos crustáceos, en proporción como varios Gotzilas de los filmes de terror japoneses juntos, es lógico entonces que el cangrejo utilice esa rápida habilidad de recular para defenderse, hacerlo hacia adelante sería una temeridad pues aunque pequeños y sin graduarse en la universidad, no son tontos.

También cuando alguien está meditando y se le pregunta qué piensa, no es raro que responda “en la inmortalidad del cangrejo” y en esto puede tener algo de razón, el cangrejo permanece a nuestro lado después de millones de años de existencia planetaria y hasta ahora, en efecto, puede considerarse infinito. Es decir, el cangrejo ha entrado en nuestras vidas más allá de la boca y el estómago formando parte de nuestros humanos ejemplos, e incluso del humor. Respetemos eso.

Hace cincuenta años en el país había una gran abundancia de cangrejos terrestres, una especie o variedad muy diferente a los de playa, los “palomas de cueva” posiblemente llamados así por sus colores grisáceos, azules y blancuzcos, parecidos a esas aves y por vivir en hoyos o pequeñas grutas, ya se sabe que el dominicano poniendo nombres creativos o vulgares no tiene rival. Eran -y son los que hay y los que se comercializan- gruesos, con buen cantidad y calidad carne, sabrosísimos bien limpios y guisados con arte y sazón popular. San Pedro de Macorís es la meca de estos maravillosos platillos y hay que degustarlos alguna vez en la vida para saber lo que son las verdaderas delicias culinarias criollas.

Cuando al anochecer había truenos y amenaza de lluvia salían las palomas de cueva de sus madrigueras y caminaban en grandes cantidades por el asfalto de la carretera del Este, en especial por las zonas de Juan Dolio y Guayacanes. Muchos, eran atropellados por los vehículos oyéndose el sonido fatal del ¡chrachs! ¡chrachs! bajo las ruedas, quedando los pobres más planos que un sello de correos. Deslumbrados, lentos y desorientados, tenían pocas opciones de salvarse.

De ese fenómeno natural hace tiempo y no se ve ni rastro, tal vez el exterminio sistemático, el cambio climático que lo altera todo a peor, o que ya las palomas de cueva aprendieron a usar las modernas gafas nocturnas tipo Ryban para protegerse hayan sido las causas principales. Otros cangrejos del país son las llamadas jaibas de río, de aspecto no muy agradable, más bien de contextura plana, siempre lucen como muy enfadas por haber sido capturadas y atadas unas contra otras en ristras verticales, pero también deliciosas para comer. Un sancocho de jaibas es algo que se recuerda toda la vida.

Como especie a lo Bruce Willis, dura de matar, el cangrejo tiene muchas variedades resistentes y extendidas por todos los rincones del mundo. En algunas islas del Pacífico abundan unos ejemplares de tonos rojos y colorados que en grupos de cientos de miles van como en los mítines políticos todos juntos en sus correrías por las arenas o las piedras. Otros, tienen una pata delantera enorme, con una fuerza capaz de abrir cocos para comerse la blanca masa interior, a estos hay que procurar de no darles la mano en plan de saludo amistoso, puede tener consecuencias dolorosas y hasta sangrantes.

Por último, citaremos los famosos King Crab que pescan en inmensas cantidades los gringos y canadienses en las gélidas y siempre turbulentas aguas de Alaska y el mar de Bering, y que son tan demandados en los restaurantes y pescaderías en todo el mundo por su finura y exquisito gusto. Tienen aspecto de verdaderos monstruos invasores del planeta, parecidos a aquellos marcianos que salían en las películas de antes, bastante blancos y con tonos rosados en algunas partes de sus cuerpos, con puyas por todos los lados, y unas patas magníficas, gigantes, muy demandadas por los aficionados al marisco y que se comercializan a buen precio en los supermercados con surtidos gourmets.

Como decía al comienzo del escrito, a mí me caen bien los cangrejos, por lo simpáticos que me parecen y sobre todo por lo ricos que saben después de cocinados ¡Así son las cosas cuando se quiere con sinceridad, amores en vida y hasta después de ella!