La postura histórica de los marxistas-leninistas a esa pregunta es: las dos, reforma y revolución. No es la una o la otra, sino las dos; la reforma supeditada a la revolución. Pero las dos.
Desde una perspectiva de militancia comunista, la una no es contrapuesta a la otra, sino que la primera en determinadas condiciones históricas, o coyunturales, abre cauces a la segunda, que es la principal.
Esta es una discusión muy vieja, iniciada en el siglo 19, a finales de los años de 1880 en los partidos obreros socialdemócratas organizados en la Segunda Internacional en el que entre otros y otras postularía Lenin en defensa de la postura marxista; y que todavía tiene manifestaciones en el movimiento comunista y revolucionario, y algunos izquierdistas dominicanos abjuran del tema.
El debate es desde finales del siglo XIX. Eduardo Bernstein, uno de los más calificados dirigentes de la socialdemocracia, había concluido en su obra Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia (1889) en que, dado que desde la derrota de la Comuna de París en mayo de 1871 y el auge de la economía capitalista desde 1873, no se habían producido revoluciones, y la clase obrera había mejorado en mucho sus condiciones de vida, no habría lugar para las ideas de revolución de Marx y Engels, es decir la ruptura radical del sistema; y concluía, en que era posible, avanzar solución de los problemas a través de procesos graduales de reformas que conducirían de manera pacífica al socialismo.
Lenin enfrenta esas ideas desde una postura marxista, insistiendo que la revolución y la toma del poder por parte de la clase obrera es la cuestión principal en Marx, y no niega que la lucha por reformas entre en la perspectiva de la clase obrera y sus partidos para avanzar a la realización de aquella. En un folleto titulado marxismo y revisionismo, escrito en 1890 expresa esa posición, tomando partido en el debate planteado por las ideas de Eduardo Bernstein.
Allí dice lo que en ese tiempo era su nivel de reflexión sobre el tema:
“la socialdemocracia siempre ha incluido e incluye en sus actividades la lucha por las reformas, pero no utiliza la agitación económica exclusivamente para reclamar del gobierno toda clase de medidas: la utiliza también (y en primer término) para exigir que deje de ser un gobierno autocrático. Además, considera su deber presentar al gobierno esta exigencia no solo en el terreno de la lucha económica, sino asimismo en el terreno de todas las manifestaciones en general de la vida sociopolítica. En una palabra, subordina la lucha por las reformas como la parte al todo, a la lucha revolucionaria por la libertad y el socialismo”.
En 1913, en víspera de la primera guerra mundial e insistiendo en el debate, ya no solo contra las ideas de Eduardo Bernstein, sino contra las de otros destacados dirigentes de la Segunda Internacional, y el más importante de estos, Carlos kautsky, escribe un folleto titulado Marxismo y reformismo, en el que su reflexión es más explícita; dice:
“A diferencia de los anarquistas, los marxistas admiten la lucha por las reformas, es decir, por mejoras de la situación de los trabajadores que no lesionan el poder…pero a la vez, los marxistas combaten a los reformistas, los cuales circunscriben directa o indirectamente los anhelos y la actividad de la clase obrera a las reformas”.
Es decir, una cosa es la lucha por reformas, que es absolutamente necesaria en la lucha del día a día; y otra cosa es el reformismo, que es una desviación oportunista que se expresa en hacer de la lucha por las reformas el objetivo final, en vez de una vía para acumular fuerzas en perspectiva a la revolución.
Pero no solo Lenin plantaría cara a la cuestión reforma-revolución.
Rosa Luxemburgo, una de las líderes más jóvenes del movimiento obrero y socialista de ese momento, estuvo de manera destacada entre las que enfrentó esa tesis. ¿Reforma o revolución? se preguntó en un libro de igual título, y respondió lo siguiente:
“La lucha diaria por las reformas, por el mejoramiento de la condición de los trabajadores dentro del sistema social y por las instituciones democráticas, ofrece a la socialdemocracia (así se denominaban los partidos comunistas en aquel entonces) el único medio de tomar parte activa en la lucha de clases al lado del proletariado y de trabajar en dirección a su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre las reformas…y la revolución, existe para la socialdemocracia un lazo indisoluble: la lucha por las reformas es su medio; la revolución social, su fin”.
La idea está clara: las luchas por reformas procuran crear condiciones, acumular fuerzas para la revolución.
Esa es la perspectiva planteada en este momento en el país, donde no hay un auge de la revolución, y en el que todo revolucionario concreto debe buscar la manera de abrirle espacio, así sea mínimo. La tarea ahora es acumular fuerzas.