Para enfrentar el mundo que surgirá después la COVID-19, es importante comprender que la pandemia se trata de una crisis que se suma e interactúa con otras que la antecedieron.

Muchos países de la región aun están recuperándose de la crisis económica de 2008, que contribuyó al alza de la desigualdad, la pobreza y el hambre. También enfrentamos una importante crisis alimentaria: 45 millones de personas ya sufrían hambre en 2018 en América Latina y el Caribe, un número que va a crecer significativamente post pandemia. Pero la malnutrición no es sólo hambre, sino también obesidad, una condición que afecta a 262 millones en la región, algo particularmente problemático, ya es un riesgo adicional ante la COVID-19. La desigualdad de género afecta a millones de mujeres, los pueblos indígenas viven con sus derechos amenazados, mientras que la mayor crisis global ––la del cambio climático–– avanza sin freno, como también lo hace la explotación excesiva de los recursos naturales.

Todas estas crisis continúan mientras batallamos contra la pandemia, la cual se alimenta de ellas y las hace empeorar. Esto implica que para enfrentarla hay que considerar las diversas crisis en las que estamos involucrados y buscar respuestas integrales para el mundo post COVID-19.

En el tema alimentario, las respuestas tienen que considerar estrategias para una alimentación saludable para todos y todas, mediante sistemas alimentarios incluyentes y sostenibles. Estos sistemas deben impulsar medios rurales resilientes al clima y a los desastres, generar empleos dignos y garantizar el uso sostenible de los recursos naturales. Además, deben empoderar a hombres y mujeres por igual y garantizar los derechos de los grupos étnicos.

El mundo post COVID-19 será sin dudas más digital y estará marcado por la importancia de tener sistemas de información amplios y transparentes. Esto implica reforzar los servicios digitales y garantizar el acceso a servicios de internet en los grupos y áreas menos favorecidas, cómo los territorios rurales y la agricultura familiar. Esto permitirá desarrollar canales de venta directa entre agricultores y consumidores y mejores servicios, muchos de los cuales ya han surgido como respuestas a la pandemia.

La crisis que atravesamos también es una oportunidad para reforzar el multilateralismo y comprender que las medidas tomadas por un país afectan –positiva o negativamente– a otros países. Siempre es más fácil actuar de forma individual. Decidir con otros requiere más tiempo y esfuerzo, pero el multilateralismo entrega oportunidades de desarrollo que los países por si solos no podrán alcanzar.

Una herramienta clave para responder no sólo a la pandemia sino a muchas de las crisis que atravesamos son los sistemas de protección social: durante el brote de la COVID-19, centenas de países han ampliado el monto, alcance y cobertura de los beneficios que otorgan a su población. En América Latina y el Caribe, entre el 60 y el 76 % de la población más pobre recibe apoyos, pero los miembros de la agricultura familiar tienen muy baja cobertura de la seguridad social o de seguros de salud que les respalden en momentos como los actuales. Como mínimo, la necesidad de cobertura de estos programas va a duplicarse debido a los efectos de la pandemia.

Otro tema fundamental es el refuerzo de la alimentación saludable, necesaria para tener una buena salud. La pandemia ha mostrado que el sobrepeso y la obesidad están directamente asociadas a un mayor riesgo frente a enfermedades transmisibles, como la COVID-19.

Los países también deberán invertir recursos en sus sistemas educativos, de ciencia y de conocimiento para que podamos empezar a desincentivar el consumo inmediato y predatorio pero protegiendo el consumo esencial, la sana alimentación, y los recursos naturales que nos sostienen.

En el corto plazo, tenemos que utilizar todas las medidas de emergencia necesarias para enfrentar la crisis de la COVID-19, usando los recursos con los que contamos: no todos tenemos la suerte de vivir en países con sistemas políticos, sanitarios y alimentarios que funcionen bien. Pero no debemos olvidar que son las crisis las que nos revelan las reales necesidades de cambio. Y si bien en los periodos de normalidad podemos seguir funcionando según el estatus quo, ahora es el momento de transformar nuestros sistemas desde la base y construir sociedades más justas.