Los 70 años de arquitectura académica dominicana, que se cumplieron en el 2011, pasaron sin penas y sin glorias en República Dominicana.
Contabilizados a partir del primer diploma expedido con la mención de “Ingeniero-Arquitecto”, que contradictoriamente por su alusión genérica, beneficiara a una mujer (desmintiendo de paso el uso masculino del apelativo profesional), a Francisca Angélica Romero Beltré (título que recibió el 28 de octubre 1941, en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Santo Domingo, situada en Ciudad Trujillo), la conmemoración tomó de sorpresa las diez escuelas de arquitectura existentes en República Dominicana. Pero tampoco ni los familiares de Carmen María Tavares Vidal, graduada de “Ingeniero-Arquitecto” el 25 de febrero de 1945, y Magali Núñez De Camps y Socorro Sanoja Aguilar, graduadas la primera de “Ingeniero Civil” y la segunda de “Agrimensor” (ambas el 28 de octubre de 1945) se acordaron de ellas.
Mujeres pioneras que hace 69 años rompieron tabúes sociales y profesionales para empezar a demostrar que ellas también podían y que sin embargo, ni las universidades las recuerden, demuestra en el nivel en que estamos en nuestro país. Solo a las mujeres de letras, poetas y escritoras se les recuerda, junto a algunas educadoras…
Estas letras, tardíamente, rinden homenaje a la mujer dominicana en su trayectoria como profesional, gremialista, educadora, empresaria, líder doméstica y social, e intentan rememorar una recuperación temática del que fuera el seminario Mujer, Arquitectura y Sociedad, realizado en 1986 en el INSTRAW [por sus siglas del inglés International Training Center for Women] o Centro Internacional de Capacitación para la Mujer, organismo que depende de la Organización de Naciones Unidas -ONU-
La arquitectura que se venía haciendo sobre territorio dominicano no tenía paternalismo propio ni maternidad profesional propia. Alarifes, maestros de obras de indudable talento, constructores prácticos y conocedores de las matemáticas, de la agrimensura, y de la ingeniería de caminos y puentes, eran los que ejercían el esencial oficio de la arquitectura sin arquitectos, propiamente dicha.
Con el apelativo nacional de lo dominicano, desde 1844, las construcciones eran un proceso empírico, basado en las tímidas experiencias del pasado que se fueron nutriendo de novedades en la medida en que por circunstancias específicas, fueron llegando los primeros con conocimientos constructivos, que no fueran los clásicos ingenieros militares, primero coloniales y luego -en tiempos menos remotos-, aquellos que dentro de los planes de las metrópolis europeas de recuperación territorial, y que resultaron truncos, trabajaron para suponer las tomas de decisión sobre proyectos de relativa modernidad (ferrocarriles, puertos, etc.) y que actuaron y dejaron estela hereditaria quizás fugaz, pero de una manera y forma de construir que se fue haciendo adulta y definitivamente dominicana y propia, porque se ajustaba a necesidades ambientales y materiales del lugar, dentro de la precaria economía de costos, intentando y no logrando siempre, buenos y duraderos resultados.
Esos constructores estaban asociados a la vecindad regional y eran el producto de la estampida que las guerras de mayor escala producían en Cuba y Puerto Rico (guerra Hispanoamericana). Manejaban con destreza las construcciones de grandes almacenes, hangares, estaciones de ferrocarriles, puentes y faros, casi todo usando el hierro, material de relativa integración reciente a los procesos constructivos en los aciagos años de finales del siglo XIX.
Siempre me ha extrañado el silencio de las academias, de los establecimientos de altos estudios, de las universidades, sobre tópicos tan inherentes a su esencialidad. Ignorar la primera graduanda… No preocuparse jamás por saber qué fue de ella. Ninguna universidad dominicana, por socialista, emperifollada, elitista, vanidosa, vacía, de barricada, altruista, científica, gremialista o feminista… Tampoco ninguna Escuela de Arquitectura, ni Departamento, ni Facultad. No les importa nada, menos enaltecer a terceros, recuperar la historia, magnificar los procesos…
Así hemos vivido siempre. Temerosos de las sombras y los recuerdos. Por eso, quizás, apostamos a olvidar, solo olvidar… Mientras tanto, ya han pasado 70 años de tener una profesión académica, más allá de los poderes que enaltecieron a los prácticos por decretos de aquellos mismos años…