Me embelesa la vida urbana, pero con aseo, equilibrio y cercanía. Santo Domingo niega esas premisas. Es una ciudad promontorio sin centro ni periferia. Se supone que en la ordenación básica de toda ciudad rige un patrón urbanístico; en Santo Domingo ni se infiere. Para empezar: ¿cuál es el downtown de la capital? ¿Dónde reconocer ese espacio céntrico o cívico que concentra armónicamente la vida histórica, financiera y comercial? No, Santo Domingo es una ciudad corrida, desbordada y dispersa. Se pierde en un difuso relato urbano marcado por el desencuentro. 

Sé que cada ciudad es una construcción de muchos factores y que tienen una anatomía y crónica distintas, pero no se trata de eso ni me anima ningún esnobismo xenófilo por otros arquetipos urbanos; las ciudades hablan y son ellas las que cuentan sus historias. Tampoco me apoyo en estudios, no son necesarios: entre la ciudad y el visitante se encadena una corriente envolvente de entendimiento emocional. Esa es la ciencia más exacta.  Las urbes se sienten; más que espacios, son vivencias. El verdadero retrato de una ciudad no es el que reconoce una cámara digital, es el que capta el espíritu como imborrable imagen interior.

Reconocer un eje central metropolitano no demanda de una observación rigurosa. En la capital esa experiencia es escabrosa. Encontrar un área segura para la experiencia contemplativa que libe el espíritu de la ciudad sigue siendo una sensación no estrenada. Es poder encontrar las avenidas Brickell (Miami), Corrientes (Buenos Aires), Michigan (Chicago) Fith Avenue (New York) Paulista (Sao Paulo) o Tacna (Lima). 

Con el perdón de los capitalinos, en su mayoría inmigrantes del interior, pero siento que su ciudad no tiene corazón. Algunos perciben sus primeros latidos en el llamado polígono central, pero ese circuito no cuenta con las condiciones para merecer esa categorización; otros sugieren la Zona Colonial, pero, como su nombre lo propone, se trata de una franja autónoma, con vida e identidad propias. 

¿Dónde están los paseos interiores, las amplias calzadas y los descansos para un tranquilo promenade por la Winston Churchill, la 27 de Febrero o la Abraham Lincoln? ¿Puede usted caminar de noche de norte a sur o viceversa por la Lincoln como lo haría cualquier transeúnte por el Paseo de La Castellana en Madrid? Es más, sin entrar en necias ni arrogantes comparaciones, les propongo el desafío de caminar desde la Kennedy hasta el Centro de los Héroes a las once y media de la noche como lo hice recientemente por puro morbo. Sí, lo logré y me sentí superhombre; como quien gana en una aventura de alto riesgo en un reality show. Les juro que terminé neurasténico y casi en el umbral de un ataque de pánico. El trauma todavía me aturde. Les debo la historia. 

Pido excusas si lacero finas epidermis, pero creo que las encuestas fuera de zafra electoral son políticamente sospechosas y la mayoría han sido muy generosas con la gestión de David Collado. Creía que como proyecto político del principal grupo económico del Caribe, el muchacho venía armado de grandes planes para la ciudad capital y que uno de ellos era trabajar en el replanteo del polígono central para que empezara a sentirse como el centro de negocios y distracción de Santo Domingo. Provocar esa insinuación urbanística como primera fase no es un proyecto del otro mundo. Es darle identidad de centro a través de un plan uniforme e integral de iluminación, ambientación y ornato, estructuras y facilidades urbanas, servicios de información turística y urbana, gestión de seguridad municipal, ampliación y remozamiento de los paseos, entre otras ejecutorias. Da pena admitir que las grandes inversiones en señalización y ordenación vial del polígono central han venido del presupuesto del Ministerio de Obras Públicas. 

Una ciudad sin centro es una ciudad sin corazón y Santo Domingo también revela esa pérdida de sensibilidad. Los que trabajamos en ella y vivimos fuera nos asusta aceptarnos como eco de sus agitadas palpitaciones. La capital es un circo acrobático sin lonas de salvamento donde la vida, tendida sobre una delgada cuerda, se balancea como rutina. Todo es al galope sobre el costado del tiempo y de las urgencias. El tránsito es una guerra fiera en la que gana quien impone su sinrazón con más soberbia. La vida en Santo Domingo es instintiva… luego racional. El peatón es un héroe sin medallas y solo con historia cuando es un expediente amontonado en patología forense. Elevados, metros, autobuses, teleférico, agentes, semáforos, rutas, cámaras, 911… y Santo Domingo sigue siendo un pandemonio. En diez años será una ciudad embrollada en sus propios nudos. Y es que en ella presente y futuro se tropiezan varados en el mismo tapón sin encontrar atajos. Urge un plan de rescate. Pronto hasta pensar en el futuro será cosa del pasado. Acepto el reproche de los capitalinos si se sienten ofendidos, pero, como campesino del interior, cuando llego a la capital entro de reversa. Santo Domingo no es buena idea para vivir… cuando logro salir, siento respirar.