La celebración del Día Internacional de la Mujer asume en nuestro país un doble rostro.
Es innegable reconocer que en las últimas dos décadas, la mujer dominicana ha hecho avances significativos en el ejercicio de sus derechos y ocupado un espacio cada vez más amplio e importante en todos los escenarios y manifestaciones de la vida nacional.
Conforme pasa el tiempo, un número mayor de mujeres desempeña cargos, profesiones y actividades que antes se consideraban reservadas a los hombres, tanto en el plano intelectual y profesional como en las labores más rudas y riesgosas.
Posiciones ejecutivas y de dirección de la más elevada categoría y responsabilidad son manejadas por mujeres con los más altos estándares de eficiencia, tanto en el sector público como en el privado, obteniendo logros que en muchos casos superan con clara ventaja el de los hombres.
Sobrepasa a estos en proporción de más de tres a uno la cantidad de mujeres que estudian en la UASD y las universidades privadas profesionalizándose como médicos, ingenieras, abogadas, arquitectas, odontólogas, veterinarias, docentes y muchas otras especialidades.
Para que no quede resquicio por cubrir, tenemos varias generalas en las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional. Otras ocupando cargos públicos desde la vicepresidencia hasta ministras, gobernadoras, legisladoras, alcaldesas y regidoras. Muy en breve, sin dudas, veremos arribar a una mujer a la Primera Magistratura de la nación.
Pero hay un lado feo. Es ese otro rostro que nos habla de los todavía numerosos y abultados bolsones de discrimen y prejuicio contra la mujer. De seguirla considerando un ser inferior y de categoría subalterna. Un simple objeto y una sumisa servidora de su pareja, condenada a soportar toda clase de abusos de palabra, físicos y sexuales.
Es una dolorosa realidad que nos ofrecen estadísticas arrojadas por estudios sobre el tema, ofrecidos por la profesora Lourdes Contreras, coordinadora del Departamento de Género de la prestigiosa universidad INTEC, Veamos algunos de los más significativos indicadores.
Todavía los partidos políticos evaden cumplir la cuota de participación de la mujer en las candidaturas; por lo general, las relegan en las boletas a los puestos con menos posibilidades de resultar electas.
Mujeres universitarias encuentran más escollos para ser contratadas que varones con el mismo nivel y por general, perciben menores sueldos. Las mujeres reciben un 21 por ciento de salario inferior al de los hombres por la realización del mismo trabajo.
Mientras el desempleo en los hombres es de 32 por cada 100, en las mujeres sube a 54. Una diferencia abismal.
Casi la mitad de las mujeres que trabajan lo hacen en el servicio doméstico u otras labores informales, con un promedio de ingresos de cinco mil pesos mensuales, cuando el costo de la canasta básica inferior es de 12 mil 500.
En otro orden tenemos que 20 de cada 100 adolescentes está o ha estado embarazada. En algunos casos, hasta niñas de 10, 11 y 12 años.
En muchos hogares, las adolescentes son vistas como una “carga” de la que es preciso desprenderse en el más breve tiempo.
Todavía el índice de muertes maternas por cada 100 mil niños nacidos vivos es muy elevado, alcanzando un promedio de 106.
20 de cada 100 muertes de mujeres embarazadas son consecuencia de abortos inseguros.
En más de un cincuenta por ciento de los hogares dominicanos prevalece la violencia intrafamiliar en que la mujer resulta maltratada.
En cuanto a los feminicidios, los esfuerzos desplegados hasta ahora no han logrado reducir su número de manera significativa.
La conclusión de este panorama tan sombrío en no pocos sentidos es que todavía queda un largo trecho a recorrer para que la mujer dominicana alcance la plenitud de reconocimiento y ejercicio de sus derechos en igualdad de condiciones. Y el ferviente deseo de que cada vez sean más los hombres que acompañen y brinden decidido apoyo a las mujeres en el resto del camino que aún queda por transitar para lograrlo, porque en el milagro de la Creación no hay ser más excelso y joya más preciada que ella.