Apreciado Don Huchi:

A usted hace mucho que le vengo debiendo una explicación. En reiteradas ocasiones me ha preguntado por qué lo trato de usted, y no de tú, como seguramente quisiera. Pues le cuento que en la casa donde nací, en un reseco paraje noroestano llamado Gurabo, ubicado a unos 8 kilómetros de la ciudad de Mao, mi padre tenía un pequeño radio marca Riviera de una sola banda: Amplitud Modulada, que funcionaba con dos pilas Rayovac.

Yo debía tener tres años a lo sumo, pero conservo un vivo recuerdo de dos programas que para entonces escuchaba mi padre cada día: una radionovela de aventuras, y un programa de comentarios e informaciones en el que, muy temprano en la mañana, hablaban dos Señores y una Señora. El protagonista de la radionovela era Kazán el Cazador, y mi padre se emocionaba cada día con sus aventuras, de la misma manera que manifestaba una admiración y un respeto creciente hacia a esos otros Señores del programa matutino que se llamaban Minucha, Huchi y Ramón. No he podido recordar el nombre del programa, pero tampoco he podido olvidar lo importante que era para mi padre escucharlo.

Para entonces el Presidente Balaguer erigía sobre charcos de sangre su desmesurado proyecto de poder, proscribiendo de su reino de terror la disidencia. Y allí, cuando lasvoces disidentesestuvieron constantementeasediadas, perseguidas por denunciar la verdad sobre el crimen, encarceladas, torturadas, exiliadasy en permanente peligro de muerte, usted formaba parte de ese reducido coro que con autoridad, coraje y determinación apostaron por la democracia y la libertad de expresión.

Esa apuesta suya, y la forma cabal conque siempre defendió sus ideas y principios, era la causa de la admiración de mi padre. Así que mi padre me enseño a admirarle y a respetarle a usted cuando todavía no iba a la escuela. Para que nos entendamos: aprendí de admiraciones y estremecimientos primero que de letras, gracias a usted y a las aventuras de ese legendario Cazador del que le hablé hace un momento.

Crecí escuchándole y mirándole en los diversos espacios de televisión en los que ha ejercido su ministerio, disfrutando sus pies forzados y esas décimas de humor político, -herederas directas de Don Vicente Espinel- que usted ha cultivado con tanto acierto entre nosotros.

Es por eso que me emocioné casi hasta las lágrimas cuando una fría mañana de finales de marzo pasado, en el restaurante del hermoso y discreto Hotel San Agustín, en la incaica ciudad de Cusco, por puro accidente se sentó a mi mesa a tomar el desayuno la SeñoraMaría Elena Pérez-Jaén Zermeño, Autoridad Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales en México. Cuando supo que los que estábamos a la mesa éramos dominicanos, lo primero que hizo fue preguntar si conocíamos a Huchi Lora.Cuandole dije que sí, que por supuesto le conocía, empezó a contar, para que todos en el restaurante se enterasen, del referente continental que usted era en esa materia de la que ella es máxima autoridad en México; de cómo donde quiera que ella iba en sus viajes de trabajo por América Latina promoviendo las políticas de acceso de la información pública, se encontraba con referencias a usted y su encomiable labor. Le juro que todavía me estremece recordarlo.

 

Cualquiera podrá preguntarse, usted mismo quizá, por qué le cuento estas cosas por este medio. Quizá como una forma de celebrar la coherencia, porque ahora que todos celebran, con sobrada razón, el Teniente Amado, caigo en la cuenta que hasta en el cine usted sigue esencialmente en lo mismo: antes, combatiendo de frente la dictadura, ahora alertando con el artela memoria para ayudar a conjurar cualquier posibilidad de su retorno.

Le he contado esto, además, porque era necesario para poder darle la debida explicación a su pregunta. En mi pueblo, cuando se es niño se nos enseña a respetar a la gente respetable. Y una de las formas del respeto es tratarles de usted. Por eso aunque quisiera, aunque de hecho lo he intentado, créame que no me sale tutearle, porque todavía hoy, a pesar de la magia de la imagen y el full color, usted siguesiendo una voz que como un eco continúa saliendopor la bocina de ese radio Riviera, junto al olor del café mañanero, y que fue alimento emocional, junto con las aventuras de ese mítico Cazador, de los primeros años de mi infancia.


[1]Twitter: @cristobalrodg