Un principio de la duda recorre siempre lo relacionado con los textos de y alrededor de Pedro Henríquez Ureña.

Primero, hay que tomar en cuenta la acuciosidad con la que el Maestro dominicano asumía sus pensamientos, siempre “en busca” de la mejor expresión. Cuando emprendí el trabajo de compilación de sus obras completas, siempre alimenté el principio de la desconfianza en sus versiones y transcripciones. Enviadas a una y a otra publicación entre las dos orillas del mundo hispanohablante, nunca faltaba la corrección, tal vez alguna nota al margen o al pie de página, cuando no era alguna ilustración que ampliaba el sentido de los textos.

Por ejemplo, en uno de sus textos más antologados, “República Dominicana”, publicado en la revista Cuba Contemporánea, en septiembre de 1917, encontré un salto brusco en una formulación. Cuando Jacobo de Lara hizo su compilación de las “Obras” publicadas por la UNPHU (1984-1984) no se percató de esa incongruencia. A mí me resultaba extraña semejante construcción, hasta que voilá, insatisfecho y acosado por el gusanillo del perfeccionismo de PHU, encontré en el número siguiente de Cuba Contemporánea (del 3 de noviembre de 1917) el señalamiento de tal la errata, subsanándose la información. Así lo consigné en mi versión, incluida en el tomo 6 de los años 1911-1920.

En el 2016 Bernardo Vega lanzó su libro “Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña” y poco después, entregaba al Archivo General de la Nación aquellos originales que le habían sido prestados por Clara Rodríguez, hija de Emilio Rodríguez Demorizi, albacea de los papeles del Maestro. Buenas perspectivas se abrieron con ambos gestos. El libro de Vega al fin nos devolvería un corpus sobre la relación de Henríquez Ureña con sus compatriotas, a la vez que los originales abrirían aquellos arcanos tanto tiempo ocultos.

Aguijoneado siempre por la “perfección” pedrista, me dirigí al AGN con mi scanner y logré procesar una parte de aquellos originales. La idea era primer leer la letra propia y luego la transcripción de Vega. No contaré todo el proceso investigativo y sus conclusiones, porque todavía estoy en la fase working in progress, pero sólo me detendré en una carta que le enviara el poeta Gastón F. Deligne al joven crítico Pedro Henríquez Ureña.

En las imágenes siguientes pueden advertirse los errores en la transcripción de Vega, e  igualmente una falta del mismo Deligne, al escribir “Tayne” en lugar de “Taine”, al referirse al filósofo francés Hippolite Taine.

 

Pienso que una transcripción correcta de esta comunicación hubiera permitido situar la palabra amplia de Deligne: su visión de la crítica al referirse a estos autores franceses, integrándonos de hecho a un cuestionamiento local en torno a los alcances del modernismo, la poética de Darío, y aún tratar de comprender lo que se asumía en aquella poética dominicana de principios de siglo.

La caligrafía de Deligne no es tan complicada. Tal vez una atenta lectura e incluso, el pedir ayuda a versados en esas artes de la intelección escritural hubiera permitido una edición más pulcra.

No es fácil ponerse el saco de investigador, editor, corrector. A mí también me pasó una amarguísima experiencia, cuando publicaba los primeros siete tomos de las OC de PHU, y la carencia de un buen corrector produjo casi una catástrofe. No siempre el compilador está a salvo. Editar a Pedro Henríquez Ureña siempre requerirá elevar los estándares de la atención.

A continuación, veamos la carta de Gastón F. Deligne y finalmente, su correcta transcripción:

San Pedro Macorís, 23 Diciembre 1904

Señor don Pedro Henríquez Ureña

Habana

Estimado señor:

Doy a Ud. gracias muy sinceras por los conceptos que usted externa acerca de mi labor literaria, en el último n°. de la “Cuna de América”. Ninguno de los que han hecho juicios análogos, ha estado tan al hito de lo que he querido hacer —(aficionado literario)— como usted. Permítame, pues, que me regocije, al celebrar una sagacidad crítica nacional como la suya; de la que espero legítimamente un St. Beuve, un Zola, un Tayne: sin linsoja!

Cúmpleme darle explicaciones acerca de la actitud del muerto Rafael y mía frente a lo que se ha dado en llamar impropiamente “modernismo”. Esto supone que lo pasado era “antiquismo”; cuando en su época fue absolutamente “moderno”; y en parte sigue siéndolo, y lo será.

Ni el desaparecido ni yo, hemos hecho nunca apreciación de términos: para él como para mí, hay gente que puede hacer buen trabajo en Arte, y hay gente que no. Para él como para mí, en todas las épocas no ha existido sino la individualidad; el rasgo especial que hace que una cara no se parezca a la de nadie; y el olor especial por el que el perro reconoce a su dueño entre 100,000 personas.

Nuestra tirria no ha ido sino contra los mimos (ni Rubén Darío, mal aconsejado imitador de Paul Verlaine; éste ingenuo; el otro deliberado) que nos han hartado de la época del Rey Sol; de las lises, de los Pompadoures y de las frivolidades Watteau.

Es para mí, gusto y honor, el de suscribirme

Su affm S. y amigo

Gastón F. Deligne

P. D. Le deseo felices Pascuas, y un próspero 1905

Vale

Esta comunicación es bastante significativa en la carrera de PHU: es el primer reconocimiento de su papel como crítico, un oficio todavía no ejercido en el país dominicano con suficiente pericia. Reseñadores, cronistas, incluso de “opinadores” ya estamos surtidos. Lo que hacía falta era poner en cuestionamiento conceptos, prácticas, leer el poema más allá de su simple elogio, situándolo en el sentido de su eficacia social. Este es el reconocimiento que le hace Deligne en 1904, cuando PHU apenas tenía 20 años y aún no había lanzado libro alguno.

De ahí la importancia de esta comunicación. Deligne revela una amplia lectura y visión: desde escritores como St. Beuve, Zolá y Taine, hasta pintores como Watteau, pasando de largo por un poeta muy caro tanto a su propia creación, a la del país y a la rubendariana: la de Paul Verlaine.

Comunicaciones como esta del poeta Gastón F. Deligne son las que radiografían una época, revelándola en sus puntos críticos: negando el superlativismo del modernismo, y con él, buscando caminos hacia la expresión “propia”. En cierta medida, Deligne estaría incitando al joven Pedro Henríquez Ureña a transitar por los caminos por donde finalmente sentaría sus pasos: el de los caminos de la perfección, el de la crítica permanente, las ansias de alcanzar cada vez luces nuevas.