La contienda presidencial que se definirá el próximo 5 de julio, se dio entre la emergencia sanitaria provocada por la covid-19 y las denuncias de fraude electoral de febrero que despertaron movilizaciones en todo el país. El gobierno aprovechó la coyuntura de crisis derivada del coronavirus para imponer su narrativa de los resultados; de un candidato-gerente que “no habla, pero resuelve”. Los demás candidatos y estructuras partidarias, frente a ese encuadre, se vieron obligados a moverse en el mismo marco. El resultado de lo anterior, fue que tuvimos una campaña carente de ideas -por enésima vez- donde brillaron por su ausencia los debates sobre los problemas estructurales del país.
Las campañas electorales, en sociedades ideologizadas como por ejemplo la española, gravitan alrededor de discusiones de fondo sobre cómo manejar asuntos medulares tales como estado de bienestar, sueldos de trabajadores, inversión pública e impuestos a sectores económicos. Y detrás de ello, hay una sociedad en general informada que incentiva y alimenta esos debates. En ese marco, las divergencias entre candidaturas y partidos son notables; porque representan proyectos de país distintos. Lo ideológico, en el fondo, tiene que ver con qué cosas se priorizan y cómo en una sociedad. Para un liberal de centroderecha la prioridad es fortalecer la iniciativa privada; o lo que es lo mismo, el mercado en tanto ve el mundo desde una concepción de la libertad individual donde este último es el que mejor puede proveer las necesidades fundamentales de la gente (consumidores). En contraste, un progresista (de centroizquierda o izquierda) prioriza lo público a partir de un entendido donde este sector organiza mejor los desequilibrios inherentes a toda sociedad de mercado. Están también las extremas derechas conservadoras que, por sobre lo socioeconómico, priorizan lo moral e identitario (grupos cada vez con más presencia en el marco de la actual crisis de las democracias representativas).
Cuando uno entra en los medios o redes sociales de países donde se dan las diferencias ideológicas mencionadas (léase España, Inglaterra, Francia y de nuestra región Argentina, México y Ecuador), nota que los debates electorales se enmarcan en disputas profundas con claras diferencias entre la variedad de alternativas políticas. Porque, en el fondo, lo que está en juego en esas sociedades es qué sector, y desde qué priorizaciones, define el modelo por el que debería optar la mayoría social. Ser de derecha o izquierda, o ser un neoliberal o progresista, es determinante donde existen debates ideológicos. Lo ideológico, contrario a lo que propone la estigmatización mediática imperante, es fundamental y normal pues tiene que ver con cuestiones inherentes al ser humano. Tanto en lo individual porque cada persona tiene opiniones y visiones sobre cómo deberían ser las cosas; como a nivel colectivo puesto que cada sociedad, conforme a su historia y relaciones de poder internas, prioriza determinados temas y, a partir de ello, opta por tales o cuales soluciones a sus problemas. Detrás de toda elección individual y, sobre todo, colectiva hay decisiones y orientaciones; por tanto, hay ideologías.
Las ideologías son tan antiguas como la vida colectiva misma de la humanidad. Sólo que actualmente existe un decadente discurso mediático tendiente a presentar lo ideológico como algo negativo (generalmente propio de la gente de izquierda: esos “chavistas” o “comunistas”) o del pasado porque ahora todo es “emprender”. Sin embargo, resulta que debajo de esos enunciados, tan instalados mediáticamente hoy día, hay concepciones ideológicas orientando. Es decir, determinados intereses (mayormente oligárquicos y empresariales) buscan desideologizar las sociedades desde lo específicamente ideológico. Cada figura mediática que habla de la importancia de ser “emprendedores” y que todo depende del individuo pues los políticos e ideologías “no sirven”, esconde una concepción ideológica. En general, conservadora por más cool y “nueva” que se muestre. Una sociedad que pierde lo ideológico realmente se atrasa y anquilosa en falsas soluciones voluntaristas. Y, además, pierde capacidad crítica dejando vacíos que son ocupados, con rostros “nuevos”, por los mismos mecanismos de dominación de siempre.
República Dominicana, como hemos analizado en otros escritos, ha transitado hacia una marcada desideologización las últimas décadas. Lo cual nos ha convertido en una sociedad eminentemente pobre en ideas y realmente atrasada bajo una falsa sensación de modernidad que no es tal. No somos un país avanzado, ni en términos materiales ni de ideas. La actual campaña electoral lo evidenció con una claridad tremenda. Donde imperó la utilización de una crisis sanitaria como plataforma electoral por parte del gobierno; donde el candidato oficialista, en aras de ganar posicionamiento, se lanzó a repartir salchicón y pollos vivos a la mayoría empobrecida; donde casi todo el debate giró alrededor de la idea de quién es “mejor gerente” bajo el primitivo entendido de que un Estado es lo mismo que una empresa; y donde en definitiva no hubo si quiera debates entre candidatos -por la negativa del oficialismo- que son el mecanismo más moderno, y de mayor altura intelectual, para que la gente vote de manera consciente e informada.
En fin, tuvimos una campaña de bajísimo nivel otra vez. Si, en base a esto, medimos el avance del país tendríamos que concluir que más bien nos hemos atrasado. Lo que verdaderamente refleja cuán avanzada es una sociedad no son los edificios ni los carros de lujo ni celulares en sus calles. Son las ideas las que, en sociedades de avanzada como por ejemplo Israel, Francia, España, ciudades de Estados Unidos y una Buenos Aires en la región, dejan ver dónde se sitúa intelectual y culturalmente su gente. El nivel de educación existente y, por consiguiente, qué horizontes tiene la población en general. En ese contexto, en nuestro país el atraso lo vemos con la primacía de entendidos tan pobres y básicos como ese de que un presidente lo que debe “es resolver”. Y que más importante que debatir, es solucionar porque “hablar bonito” y ser “filósofo” no sirve.
Somos muy pobres como país. Sobre todo, pobres en ideas y visiones de avanzada que es donde radica el verdadero desarrollo y progreso en una sociedad. Esperemos que, si se da el cambio que la mayoría del país quiere, entre la agenda del próximo gobierno, mucho más importante que administrar lo que hay, esté el comenzar a dirigirnos hacia un auténtico avance social. Que, ya vimos, comienza por las ideas.