Hace muchos años que la Organización Mundial de la Salud dispuso que el 10 de octubre de cada año fuera dedicado a recordar que si es imprescindible un cuerpo sano para que una persona sea capaz de desarrollar todas sus funciones y capacidades vitales y sociales, también lo es la salud de la mente y de todas sus facultades porque de lo contrario seriamos como un camión que transporta a toda velocidad un gigantesco tanque de gasolina por una autopista congestionada, sin freno manual ni de sensores y para colmo el chofer va muerto.
Allá por 1617, el médico, filósofo y alquimista alemán, Michael Maier, publicó un libro que cuando usted lo lee descubre que solo un alquimista podía escribir un libro como La fuga de Atalanta. En ese libro su autor dice: “El que trata de penetrar en la Rosaleda de los filósofos sin la clave es como el hombre que pretende caminar sin los pies.”
Si trasladamos la metáfora empleada por el médico alquimista al contexto donde cada ser humano se ve obligado a interactuar verbal, emocional y socialmente con el resto del mundo de un modo apropiado, vemos que para ello necesitamos adaptaciones, ideación, conciencia, sensaciones, memoria, juicio, percepciones, un tipo de personalidad sin rasgadura, creencias comparables, introspecciones, reacciones, orientación, inteligencia, voluntad, conocer un lenguaje, atención, humor, afectividad, emociones o sentimientos, estado de ánimo, actitudes, discernimiento y razonamiento. Y para llevar a cabo esta inmensidad de tareas y muchas más, hay que tener una mente sana, es decir, sin desequilibrios, con pensamiento de forma y contenido y fluidez normales, libre de traumas psicológicos y sin una pizca de volatilidad; ajustada, cualificada y solo con pequeños vaivenes. O sea, que la clave a la que se refería Maier consistía en tener una mente y pensamientos claros y estabilizados para poder comprender el mundo, adaptarse a él y participar dentro de él, ¡y nadie camina a pie si le faltan los pies!
Los antiguos griegos, de cuya manera de pensar aprendimos los occidentales, tenían la costumbre de dividir las cosas en grupos de cuatro. Así, tenían cuatro estaciones, cuatro etapas de la vida, cuatro elementos (agua, tierra, aire y fuego), cuatro planetas; y creían que cuatro sustancias o humores eran los que determinaban la biología y funcionamiento del cuerpo y de la mente humana (sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema). Hipócrates afirmaba que si surgía un desequilibrio entre esos humores, aparecerían enfermedades, casi de manera inevitable. Luego, Galeno postuló que dependiendo de la cantidad de esos humores en una persona, ello podría determinar o influir en el tipo de personalidad que tuviera. Es decir, si la persona tenía mucha bilis amarilla, tendía a ser colérica y si tenía demasiada bilis negra, entonces era melancólica.
Cuando se producía un estado en que estos humores se volvían armónicos, la mente funcionaba de un modo normal. Ahora sabemos que esos “humores” o neurotransmisores a los cuales atribuimos un carácter hormonal, son ocho en vez de cuatro: dopamina, noradrenalina, norepinefrina, vasopresina, acetilcolina, serotonina, glutamato y GABA (acido gamma amino butírico). Si su actividad sube o baja demasiado, se desencadena un trastorno mental. Por ejemplo, si el GABA y serotonina bajan mientras sube la norepinefrina, su salud mental queda afectada por una ansiedad, si bajan la norepinefrina, la dopamina y la serotonina, aparece la depresión.
Pero suponga que solo ha ocurrido que la dopamina subió por un largo periodo. Entonces, prepárese que en poco tiempo comenzará a manifestar síntomas maníacos. Pero si le suben la dopamina, serotonina y el glutamato, cosa común en la esquizofrenia, pues lo de loco no se lo despinta nadie. Todas estas dolencias mentales son comunes en todo el mundo y es lo que ha hecho que solo en Latinoamérica y el Caribe la patología mental represente un poquito más del 14% de la carga total de enfermedades. Y eso, que en esa cifra no se incluyen los sociópatas que en su mayoría padecen alguna enfermedad mental.
En un artículo publicado el 8/10/2021, titulado Alzo mi voz por la salud mental en este mismo diario digital acento, el doctor Ángel Almanzar, un reputado psiquiatra que tiempo atrás ocupó en el MSP el cargo de Director del Departamento de Salud Mental, se lamenta de que a pesar de la alta prevalencia e incidencia de los trastornos mentales en nuestro país, y yo le agrego que van en aumento en número y gravedad con consecuencias funestas debido a que la gente no quiere posponer gratificaciones, ventajas ni la posibilidad de conseguir fortuna fácil en cuestión de horas o pocos días, pues el presupuesto que dispone el Estado para atender las enfermedades mentales no llega al 2% del presupuesto asignado a Salud Pública. Es como si el Estado pensara que una depresión mayor o un episodio maniaco de una persona bipolar es comparable a una simple diarrea viral que basta con poner el intestino en reposo y tomar abundante agua con un poquitico de sal y bicarbonato de soda.
A nivel mundial, un 2,8% del total de los miles de millones de dólares que se gastan en los servicios de salud, se destina a la salud mental. Tengo a mano el porcentaje que de su presupuesto el MSP del año 2017 destinó a la atención de la salud mental del país: ¡4 millones de pesos!
El doctor Daniel Rivera, actual ministro de Salud Pública, de quien me consta que conoce la magnitud de los trastornos mentales de toda índole en nuestro país porque fue director del hospital José M. Cabral y Báez y vio por sí mismo que el Servicio de Salud Mental vive atiborrado de gente, debería hacer valer su alto cargo para triplicar la asignación del presupuesto de la Dirección Nacional de Salud Mental y así aliviar la gestión del doctor Uribe ahora al frente de esa dependencia del Ministerio.
No solo en la Policía hay psicópatas, sociópatas y gente de personalidad limite, como muchos creen. En el empresariado, en la banca, en el mundo de los negocios en sentido general, en la dirección y membrecía de gremios, en la actividad política y entre la gente común y la delincuencia común hay sociópatas moderados y grandes, toxicómanos, hay maníacos peligrosos y criminales, y hasta en el pequeñito mundo de nuestra élite intelectual usted halla individuos con personalidad narcisista, paranoide o volátil.
Muy poco se logra con sancionar a un agresor sexual y a los maltratadores y violentos con las mujeres o a los asaltantes callejeros, ladrones y a sicarios, dejando de lado la psicopatología de la familia. Toda esa lacra, toda esa patología social es hija de una distorsionada interrelación familiar y social. Un síntoma ominoso de que una sociedad no gestiona bien su vida mental es el de la paranoia de la corrupción en el Estado. La gente busca compulsivamente los canales y programas que le hablen de cuantos hay presos, qué coerción les pondrán, cuántos millones desfalcaron, a quién le allanaron la casa y cuándo llamarán al expresidente Medina para interrogarlo. Hay una sobresaturación mental de la gente auspiciada por los medios de comunicación de masa.
Todos creen que la sociedad dominicana entera está mentalmente sana, ¡¡pero que tú lile!!