“Entre tensiones sombrías, sin ser relevadas por cualquier signo esperanzador, arribó el mes de mayo, trayendo consigo nuevas lluvias y el calor del verano.  No iba a haber alivio para la Era de Trujillo. En la superficie, poco parecía cambiar en los últimos meses, excepto que la bufonería de los últimos dos años giraba aún más salvajemente. Programas sociales desbocados, intrigas ruinosas, enredos extranjeros y una opresión creciente mantenían en su conjunto un anillo aplastante que presionaba constantemente hacia adentro sobre el hombre sobre el cual todo dependía.

La etapa final de la Era no trajo consigo deserciones visibles. El hábito y el miedo y la maquinaria represiva del Estado eran muy fuertes para eso. Más bien, en todos los lados había un sentimiento de decadencia y disolución inminente, la anticipación de cosas inciertas pero temibles e inevitables.”

  • Trujillo: The Life and Times of a Caribbean Dictator, Robert D. Crassweller, P. 433, traducido por el autor.

Los eventos de los últimos días han desatado una verdadera crisis política en la República Dominicana. Por tercera vez desde 1978, a raíz de los abusos sistemáticos cometidos por las administraciones de turno estamos presenciando un atentado contra nuestra cultura democrática e institucionalidad.

Aunque todavía al día de hoy existen más preguntas que respuestas en relación a los sucesos y eventos que dieron lugar a lo transcurrido el pasado 16 de febrero, no menos cierto es que existen varias verdades que son autoevidentes.

En un primer aspecto, el Partido de la Liberación Dominicana tiene mucho que perder si resulta perdedor en las contiendas electorales de este año. Sus miembros perderían el acceso al aparato económico que por dos largos cuatrienios los ha ayudado a salir de su anterior situación económica, creando así una ‘clase política’ que se ha integrado plenamente en otras esferas de la sociedad dominicana y para empeorar las cosas, en muchos casos convirtiéndolos en auténticos políticos-empresarios.

Fuera del ámbito económico -que es un incentivo suficiente en todo caso- existe el miedo de una persecución judicial por todos los delitos e irregularidades cometidos durante los últimos ocho años. Así como los reformistas en 1978 sentían un verdadero nudo en el cuello ante el miedo de perder sus propias ‘conquistas’ de esos primeros doce años, así igualmente se sienten en este instante aquellos miembros de la maquinaria político-económica denominada PLD.

Los eventos de los últimos días han desatado un fuerte rechazo público contra el oficialismo imperante y la actual Junta Central Electoral. Ambos se encuentran ahora sin ningún tipo de credibilidad ante los ojos de la sociedad dominicana. La realidad, sin embargo, es que sería un desafío mayor encausar la renuncia de los miembros actuales del Pleno de la Junta Central Electora, pues como ha sido ampliamente discutido en los últimos días: i) los Suplentes están afiliados al PLD y ii) la renuncia de igual forma por parte de los Suplentes implicaría la necesidad de comenzar un proceso en el Senado -dominado por el PLD- para nombrar a los nuevos miembros reemplazantes. Este último escenario probablemente volvería a abrir la caja de Pandora conocida como la reforma constitucional con todas las consecuencias que esto implica, agravando aún más la crisis existente. Dicho lo anterior, lo más saludable -haciendo la salvedad de que nada en esta coyuntura actual se puede tildar de saludable- es mantener la composición actual del Pleno de Junta Central Electoral y seguir adelante con ojos bien abiertos.

Lo más preocupante de esta crisis no es el hecho de que se hayan anulado las elecciones municipales o que las primarias del 6 de octubre se hayan desarrollado en circunstancias sumamente irregulares. Lo más preocupante en esencia es la imperante decadencia política y democrática que se ha tornado notoria.

Maquiavelo en El príncipe argumentó que no necesariamente los príncipes tenían que ser piadosos, fieles, humanos, rectos y religiosos, pero que indiscutiblemente sí tenían que dar esa apariencia. Esto se traduce, haciendo una interpretación de lo expresado por Maquiavelo, a que lo último que se puede perder es la apariencia.

El PLD y sus integrantes, señalando de manera muy especial a Temístocles Montás, han perdido cualquier apariencia de credibilidad y democracia que pudieron haber tenido al declarar en radio nacional que dicha organización contaba con un sistema que permitía violar la naturaleza secreta del voto. Es más, la existencia de un sistema de esta índole solamente se puede deber a un esfuerzo doloso y consciente de mermar la voluntad popular expresada mediante el sufragio dejando claro sin duda alguna la existencia de una verdadera decadencia política y democrática.

Esta perdida de cualquier apariencia de credibilidad y democracia es una agravante significativa a esta crisis política pues ahora más que nunca, la sociedad dominicana se ha dado cuenta de que la administración de turno se encuentra en una posición de caída libre y en la cual tiene mucho que perder.

La actual coyuntura política solamente se pondrá peor en vista de que las causas que dieron lugar a ella siguen en plena existencia, razón por la cual la sociedad dominicana debe continuar empoderándose, así como lo ha hecho en los últimos días, para detener y poder evitar cualquier contingencia que pueda surgir en las dos elecciones pendientes. En esencia, estamos en un punto de bifurcación de nuestra historia, de igual forma como lo estuvimos en 1978 y 1994. Ojalá que esta crisis sea la última de este tipo pero de ninguna forma lograremos esto si no decidimos parar el tren de la impunidad en este momento.