Aunque no lo habríamos de saber hasta muchos años después, al mismo tiempo que el cruel tirano nos arrebataba con sus sangrientas maquinaciones las inmortales Mariposas, la divina providencia nos entregaba tres ángeles para consolarnos por la irreparable pérdida de las hermanas Mirabal. Pues ese mismo día 25 de noviembre 1959 llegaron al ingenio Consuelo tres Hermanas Grises de la Inmaculada Concepción de Pembroke, Canadá- Veronica Ann Nolan, Susan Daly y Lenore Gibb- para hacerse cargo de la formación de unos treinta indisciplinados alumnos, abandonados por sus frustrados maestros que tiraron la toalla por considerar imposible la obra encomendada a ellos.

Fruto de la semilla que las hermanas vienen sembrando y multiplicando con amor, entrega y perseverancia desde la llegada de la tríada canadiense, hoy las instituciones educativas supervisadas por sor Leonor acogen a unos diez mil alumnos en sus aulas. Prácticamente todos los educadores son egresados de las escuelas de la misma comunidad. Ellas también han formado en Consuelo miles de discípulos dignos, radicados literalmente por todo el país y el mundo entero. Además la comunidad cuenta con diversas instituciones sociales de iniciativa propia- además gestionadas por profesionales autóctonos- para el apoyo de los más necesitados,  como un dispensario médico y dental que también hace labor de medicina preventiva, un hogar de ancianos, un centro cultural comunitario y diversos espacios para la capacitación laboral de jóvenes y su inserción al mundo del trabajo.

El peregrino que llega hoy a Consuelo para conocer la obra y su autora puede con sobrada razón atribuir a primera vista su extraordinario éxito a un milagro, no reproducible por el esfuerzo humano sin intercesión divina. Pero al conocer a fondo la historia de labor perseverante durante 57 años que ha dado por resultado una vibrante comunidad forjada a partir de los hijos de obreros criollos y migrantes, en su mayoría otrora braceros de la caña, queda claro que sus logros son producto del trabajo constante de un liderazgo pedagógico excepcional que debemos emular si queremos impulsar una revolución educativa duradera en nuestro país.  Las hermanas y sus discípulos han desarrollado una pedagogía “apropiada”, basada en la fe inquebrantable del valor intrínseco de cada individuo y su enorme potencial para el crecimiento personal y aporte a la comunidad. Los maestros tienen la misión de fomentar la autoestima con todas sus acciones dentro y fuera del aula como lo vienen haciendo las hermanas desde su llegada, pues sabido es lo difícil que resulta romper las cadenas de siglos de maltrato y menosprecio que han sufrido los ascendientes de los alumnos. Braceros tratados como esclavos para alimentar el engranaje de la producción difícilmente pueden insuflar en sus vástagos la autoestima que ellos mismos no tienen, por mucho que amen a sus hijos. Sin una intervención agresiva, la pobreza crónica es un cruel amo que impide el pleno desarrollo del talento y el espíritu, y por eso es vital fomentar la autoestima que empodera al individuo a superar la condición heredada. La formación en valores empieza por valorarse uno mismo, porque solo así valoramos a las demás personas, desarrollamos la tolerancia apreciando las diferencias,  y aprendemos a colaborar en paz y armonía. Pero además la autoestima es esencial para exigirnos el esfuerzo que demanda el aprendizaje y mantener siempre las más altas expectativas de lo que podemos lograr en lo personal y lo colectivo. Es una precondición para un alto desempeño en la escuela y en la vida pues potencia al máximo nuestro desarrollo como persona.

Gracias al liderazgo de sor Leonor y las hermanas que han trabajado con tesón, ha sido sistemática la aplicación del principio de fomentar la autoestima para romper el círculo vicioso de la miseria heredada en Consuelo. Utilizan la música, el arte y el deporte como aliados en su faena para liberar a sus discípulos de las limitaciones impuestas por la herencia negativa del pasado, al tiempo que conservan lo valioso de su legado cultural. No es una fórmula mágica, porque se basa en la ciencia conocida, pero ciertamente ha logrado resultados espectaculares compensando en los más necesitados la propensión al fracaso que generalmente heredan de sus antepasados por su pobre autoestima.

La obra de sor Leonor en Consuelo no es un milagro, pues es fruto de simiente cultivada amorosamente durante décadas por un equipo de educadores que comparten el liderazgo. Pero ciertamente la inspiración es divina, porque la paciencia, la perseverancia y la dedicación que han producido esta maravilla requieren de una vocación especial y la capacidad- inteligencia y carácter- para llevar a cabo la visión a largo plazo. Una fórmula que combina la inspiración divina con el liderazgo pragmático, fe con pies en la tierra. Todo el camino ha sido una lucha campal contra diversas fuerzas adversas, y en cada ocasión sor Leonor compartía en primera fila la responsabilidad y los riesgos de luchar por los derechos de los consuelenses. En una ocasión, después de lograr con mucho sacrificio la construcción de viviendas para los maestros en Consuelo, hubo un intento por repartir casas en base a favoritismo político, incluso a personas que no eran maestros. Los poderosos intrusos se enfrentaron a un pueblo unido como Fuenteovejuna. En el camino hubo muchas tentaciones de regresar a Canadá, de dedicarse a la educación privada en San Pedro de Macorís, en fin a tirar la toalla y abandonar la monumental obra sin cimentar sus bases. Pero todas las adversidades fueron vencidas por el amor, así como por las sonrisas y lágrimas de felicidad de sus discípulos al lograr metas que muchos decían imposibles, pero que ellas siempre lucharon por ayudar a alcanzar. Sor Leonor siempre dice que el primer hito que confirmó su entrega total a su obra en Consuelo fue la satisfacción de ver la primera promoción recibiendo sus títulos de octavo grado, un logro inconcebible para hijos de braceros hace medio siglo.

A las casi seis décadas de iniciada la obra de sor Leonor, los que tuvimos el privilegio de escuchar el testimonio de Avelino Stanley en el emotivo homenaje* rendido a la autora en INTEC, sabemos que la entrega de toda una vida no necesita más justificación que esa elocuente manifestación espontánea del impacto en la vida de su agradecido discípulo desde el segundo grado de primaria.

Hoy no es osado proclamar que autora y obra se funden indisolublemente como en el himno de Consuelo que reza “en el fondo somos una sola”.

*En ocasión de la celebración en INTEC de la decimosegunda edición de “Un autor y su obra” dedicada con justicia a sor Leonor Gibb y su fascinante obra social. Un peregrinaje a Consuelo- como el que hicieron en preparación para su participación en el evento los alumnos de los colegios Santa Teresita, Babeque Secundaria y Lux Mundi- es altamente recomendable, sobre todo para nuestros líderes interesados en contribuir al desarrollo integral.