«Uno de los rasgos más sorprendente de los pensadores de nuestra época es que no se siente ligados por -o al menos no satisfacen más que mediocremente- las reglas hasta ahora en vigor de la lógica, en especial el deber de decir siempre precisamente con claridad de qué se habla, en qué sentido se toma tal cual palabra, luego indicar por qué razones se afirma tal o cual cosa, etc.» Bernard Bolzano
Poco a poco nos callamos o nos callan, para no ofender debemos buscar formas llenas de omisiones para expresarnos o decir lo que creemos, pero los que opinan diferente a nosotros no quieren rebatirnos, sino callarnos. Buscamos formas de como manifestar nuestras opiniones de tal modo que no ofendan, pero opinar es ofender. El único modo de no ofender es callarnos, pero ni siquiera el silencio es ofensivamente inocuo. Todo ofende, vivimos en el verdadero mundo de los humillados y ofendidos.
En la actualidad el modo más propagado de callar a la gente es bloquearla en las redes sociales, pero éste es un acto que sólo tiene efectos entre las partes, porque es unilateral y del más exacerbado individualismo. El bloqueo en las redes sociales es parte de la gestión de un espacio propio como la casa, donde entra y está quien se quiere que esté.
Regularmente no se ejerce únicamente el acto solitario de bloquear, sino que se hacen denuncias ante los dioses de las censuras en las redes sociales para callar u omitir las opiniones de alguien en específico, del mismo modo que en determinados grupos de gentes buenas no se aceptan a los malos con el fin de que no se escuchen, los malos siempre son los otros, respecto de los cuales se quiere lograr un prolongado minuto de silencio en el que se pierda la noción de tiempo y el conocimiento de sus opiniones.
Las denuncias en las redes sociales pretenden hacer universal lo que es unilateral, no se quiere bloquear a los fines propios, únicamente se persigue que nadie escuche al otro. Se puede denunciar un desnudo que alguien considera obsceno o una opinión considerada de odio casi siempre sin el contexto ni los matices, sólo según el criterio de quien denuncia, que nunca precisa.
Denunciar a alguien en redes sociales es como decirle a Dios sus pecados para que lo castigue, es realizar aspiraciones truncas como la de chivato, como lo hacían los que antes se iban a la inquisición a denunciar las practicas no cristianas de los judíos conversos. A los cuales el fuego purificaba cuando los ofendidos de la época lograban quemarlos por actos que sólo pueden describirse en los límites de la imaginación. Fueron los denunciantes anónimos los que potenciaron la efectividad del servicio de inteligencia militar y de la Gestapo y son los que potencia la censura en las redes sociales sólo para callar a los otros.
Hoy todo se hace en nombre del amor y rechazo al odio. Se pide que se elimine el odio para que el amor quede sin antónimo, el odio se puede ejercer, pero no se debe expresar. La palabra amor queda como el único vocablo útil en las reciprocidades de las emociones humanas. Así la palabra amor sirve para todo, hasta para odiar. Amor parece ser el único concepto que puede existir sin su contrario.
Otras palabras sirven para calificarnos o clasificarnos o para ambos actos a la vez, son esas palabras inmensas que sirven ponernos en la zona del odio, que cuando se alegan se actúa como un por acto divino en nombre del bien, esas palabras superan a todos los ensalmos para eliminar secas o disminuir la inflamación de los ganglios con la señal de la cruz. Las palabras fascista y populista, por ejemplo, todo lo refutan.
Si en un dialogo discrepante un interlocutor antes que nada acusa de fascista al otro la discusión se gana, no hay forma de que el otro ser recupere. Decirle ¡fascista! al otro es como ponerlo en knockdown en una pelea de boxeo, luego del cual el knock out se vuelve inminente y fulminante. La acusación de fascista sin saber que significa nos deja perplejos, y sin ir a los diccionarios sabemos que dicen que somos de los malos. El que pronuncia la palabra fascista como por encantamiento se vuelve un santo y quien con él discute un demonio, calificados con un concepto cuya definición ha conllevado la elaboración cientos de tratados y que, como un misterio teológico, en pocas palabras sólo lo pueden definir aquellos que saben de milagros.
Aunque se habla mucho de ello, odiar hoy requiere ciertas sutilezas. Nadie debe odiar a gritos identificando claramente lo que odia. Ahora se asume la paz como leitmotiv y en nombre de ella se hacen misiones para eliminar aquellos que aman diferentes a nosotros. La ley sirve como norma para odiar, pero no se dice. Todo se hace en nombre de la ley escrita por el hombre y frente a su insuficiencia por la ley divina, esto justifica que por amor a un sin número de cosas se maten jóvenes supuestamente irredimibles en falsos intercambios de disparos.
En vez de rechazar a alguien diciéndole que odia porque es fascista o que en el mejor modo con debates en plano teórico se diga que es populista, palabra última que sutilmente sirve para justificar los más virulentos ataques a la democracia, es necesario precisar los conceptos, o andar como los académicos de Lagado, que para no tener dudas ni opiniones distinta sobre lo que hablaban y definían andaban con las cosas en las manos.
Los únicos que atacan la democracia de frente son los fascistas por eso es fácil reconocerlos, pero lo que hablan en nombre de amor, de la paz son más difícil de identificar cuando atacan la democracia. Los liberales hablan de las virtudes de dictaduras como la de Pinochet, por su programa económico, y de las constituciones cuando la hacen ellos, luego hacen análisis de costos-beneficios y cuantifican todos los muertos de su dictador preferido para justificar valió la pena eliminar un gobierno de chusmas o populista y renacer en el amor que hoy tenemos. Es tan grande el amor que cubre el mundo, como el de los LGTB y los que aman por default, que el hambre sólo existe en las noticias frívolas sobre la bulimia de los famosos, pero en el mundo no se nota, porque los pobres no existen y en este país menos, sólo si fuera de él nacen.