En el piso 14 de una torre del acomodado sector Naco de la capital un pent-house cogió fuego y el luto no llegó a una familia porque cuatro albañiles y un pintor que trabajaban en una obra contigua se armaron de valentía, subieron hasta la azoteadesde dondebajaron y, con una cuerda, rescataron a tres niñosdesesperados que ya pretendían lanzarse al vacío. Luego llegaron los bomberos. Sábado por la mañana, 4 de mayo, 2013.
¿Quiénes eran estos hombres antes de su hazaña?
¿Cuántos repararían en su permanencia en la zona antes de su acto heroico?
¿Cuántos reflexionarían en las condiciones penosas de inseguridad en que trabajan cada día?
¿Cuántos pensarían en los jornales que les pagan y en los tugurios donde viven con sus hijos e hijas sobrevivientes de la miseria?
¿Cuántos les preguntarían por la educación y la salud de sus proles?
¿A cuántos no les causaba alergia el olor impertinente de su pobreza?
Juan Ruíz, Jorge Severino, Juan Bautista Sánchez y Anastacio Duarte eran cuatro perfectos desconocidos, habitantes de los suburbios de la provincia Santo Domingo. Nadie, quizás, en el entorno de riqueza que les coquetea a diario, pensó en que ellos serían alguna vez los “hombre araña” de carne y hueso que treparían por las paredes de uno de los condominios de lujo del lugar, para salvar dos o tres vidas en apuro.
Por sus mentes, según su demostración de altruismo, no pasaron las palabras rico ni resentimiento. Mucho menos, temor. Como humanos, los movió la solidaridad, ese valor que el mismo sistema ha ido matando. En estos tiempos, se existe solo como individuo; nada importa el otro. Ni la vecina y el vecino importan.
Como sobrevivientes del día a día, ellos son expertos en peripecias. Y eso, más su intrepidez, fue suficiente. Bastaron: una soga, un suéter y… sus destrezas.
Cuando llegaron los bomberos, evacuaron el edificio, apagaron el fuego y felicitaron a los obreros rescatistas. No hubo muertos; solo varias personas fueron tratadas por la humareda espesa. Después del gran susto, regresó la felicidad. Los cuatro hombres (bomberos por un instante), han vuelto al anonimato, a sus duras rutinas, sin un mínimo de seguridad.
Y los bomberos de siempre –del Distrito y de las provincias–, volverán a ser los eternos olvidados, con salarios de miseria, sin equipos para enfrentar con la eficiencia y eficacia que demanda un incendio en una vivienda unifamiliar. Mucho menos para intervenir en una torre residencial de 14 pisos, sin escalera de escape y llena de antenas en su techo. Esa es la historia.
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