La idea de separar los juguetes que se quedan de los que no, retozaba en su mente desde hacía días. No quería retardarlo más. Había llegado la hora de acabar con aquel desorden. En pocos minutos había formado tres montones, clasificando los juguetes por su género y tipo. El montón de los peluches fue el más difícil. Debía separar la emoción de la razón. Pero no sería su emoción la afectada, si eliminaba el muñeco incorrecto. Y es que no importa la condición, si esta descolorido o gastado por el uso. Para su dueño lo que importa es lo que representa. Aun así, había que reducir la pila de juguetes ignorados, que sólo servían para agigantar el reguero que los niños producen, cuando buscan los que sí le interesan.
Una vez separados, ahora iba a decidir cuáles tirar a la basura y cuáles regalar. Dos aperturas en la costura de aquella muñeca la sentenciaron a ser desechada. El material blanco que la rellenaba se salía por los agujeros, provocando más exasperación. Sí porque cada vez que algo, porque salía, se adhería a la alfombra, e incrementaba las labores de limpieza. Además, de tanto rodar, también traía la cara de tela sucia. Al buscar la bolsa para basura, empezó a llenarla con todo tipo de trozo plástico, masillas llenas de cuanto material puede adherirse, incluso cabellos y piezas incompletas. Cuando iba a tirar la muñeca, ésta se deslizó cual si huyera, cayendo otra vez en la alfombra y otra vez, más material de relleno. La mujer la levantó con fastidio. Recogió los materiales blancos para empujarlos por la abertura, como si poniéndolos allí, les estuviera indicando ¡Ese es tu lugar! Pero entonces, justo cuando la iba a desechar, le sobrevino una convicción. Sólo está sucia y un poco descosida. Si le dedico un poco de tiempo, a lo mejor puede hacer a algún niño feliz.
Este pensamiento rescató a la imagen de Dora, de su funesto destino. Esa tarde, ya gozaba de mejor aspecto, pues le habían suturado los agujeros y sobrevivido al baño en lavadora y secadora. La siguiente vez que la mujer la tuvo en sus manos, ya no parecía digna de desecho. El viaje hacia la felicidad apena comenzaba. La muñeca terminó apretujada con otros tantos juguetes y ropas usadas en unas cajas, las cuales fueron embarcadas bajo el sello de donaciones. Se sabía su destino final. La Pastora recibiría la contribución y se encargaría de repartirlas entre la comunidad de niños que rodean la pequeña iglesia.
Amén de esto, en mundos paralelos, la pequeña niña suspiraba en su pequeño mundo infantil, cada vez que tenía la dicha de poder ver su caricatura favorita. Para ello, debían conjugarse varios factores a su favor: Que haya luz, que ella estuviera en casa de los vecinos y que fuera hora de transmitir el programa, siempre y cuando, su amiga y vecina haya convencido al hermano de que era su turno de ver a Dora. Sólo así desde su carencia de recursos, ella podía alimentar tan inocente placer. Su madre, anhelaba encontrar una brecha en su pobreza, para tener con qué comprarle cualquier tipo de juguete, que pudiera durar más que tres días. Ayúdame Señor a conseguirle una muñeca a la niña, oraba. Sólo quiero que tenga algo con qué jugar.
Tres meses tarda la entrega desde que las cajas se embarcan, hasta que sobrepasan el proceso de aduanas y llegan finalmente hasta su destino. Siempre es motivo de dicha, conocer que la ropita le sirvió a fulanita la hija de zutana, quien se alegró de recibir aquella funda. O los tenis, que le sirvieron al limpiabotas con los cuales dejaba de usar las gastadas chancletas de goma. Pero, el testimonio más impresionante fue el de la niña que lloró con intensa emoción, aferrada a su muñeca, porque la felicidad la conmovía. Yo no sabía que ella quería una muñeca de esas. Yo ni conocía la muñeca. Pero cuando recibí la caja, y la vi, fue como si me hubieran dicho en el corazón que se la diera a esa niña. Le saqué unos zapatos, un vestido y la muñequita. Y hacía días que no las veía ni a ella ni a la mamá. Hasta que por fin la vi en la acera del frente y las llamé. Mi hermana, le dije, yo le tengo un cariñito a la niña. Hay unos hermanos que mandan unas cajas de los Estados Unidos, y yo le guardé esa bendición a tu hija. Cuando el contenido de la bolsa fue revelada, la pequeña gritó de espanto. Es Dora, mira mami mi Dora! Para entonces las lágrimas no sólo salían de los ojos de la niña, también rodaban por el rostro de la madre. ¡Ay Pastora, usted no sabe lo que ha hecho! Esa es la muñeca favorita de mi hija, y yo tenía meses pidiéndole a Dios que me ayudara a conseguirle cualquier juguete, pero nunca me imaginé que Él le daría justo la que ella soñaba.
Gloria a Dios mi hermana, confesaba la Pastora. Esa es la respuesta a tus oraciones, porque yo no sabía nada. Cuando vi la muñeca en la caja, dije ¡Ay, qué muñequita más linda, yo sé a quién se la voy a dar! Y de una vez pensé en tu hija. La niña permanecía aferrada a su Dora, llorando, resistiendo el temor de que le dijeran que debía devolverla. Esa muñeca te la mandó Jesús, es tuya. Él sabe que tú la querías, por eso tu Padre Celestial lo hizo posible. ¡Él quiere que estés feliz! La niña abrazó a la dulce mujer, formando un abrazo de tres entre ellas, y Dora. La misma muñeca que era ignorada entre un montón de juguetes, y cuyo defecto provocaba fastidio. Pero que recibió el favor de ser contemplada y arreglada. Bastaron cinco minutos de zurcido y ser lavada, para prepararla y convertirla en el objeto de inmensa dicha en brazos de una necesitada y muy afortunada niña. ¡Se requiere tan poco para dar tanto!
Mateo 7:7-11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.
¡Bendiciones!