Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil”-Abraham Lincoln.

Mañana domingo 5 de julio los dominicanos asisten a unas elecciones en medio de una crisis mundial que no tiene parangón con ninguna otra desde los años de la destructiva Segunda Guerra Mundial.

Las principales locomotoras del mundo, como la industria, los servicios y los gobiernos, han sufrido pérdidas multimillonarias que nadie pudo imaginarse hace apenas seis meses. Veamos algunas cifras. A nivel mundial, de acuerdo con la OIT, la presente crisis haría desaparecer 6.7 por ciento de las horas de trabajo en el segundo trimestre de 2020, lo que equivale a 195 millones de trabajadores a tiempo completo. En esta misma línea, el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC) asegura que la pandemia, como resultado del forzoso enclaustramiento y los ya recurrentes rebrotes de la enfermedad, se llevaría diariamente cerca de un millón de empleos.

Los recortes de personal se han universalizado y los países de ingresos medios altos perderán 7% o 100 millones de trabajadores a tiempo completo, muy por encima de los resultados evidenciados durante la crisis financiera de 2008-09. Los impactos más severos se observan en el turismo, la manufactura, el comercio minorista, las Pymes, las actividades informales (dos mil millones de personas a nivel mundial), empresariales y administrativas.

Siguiendo a la OIT, 1,250 millones de personas trabajan en los sectores altamente propensos a sufrir “drásticos y devastadores” aumentos en los despidos, así como disminución de los salarios y horas de trabajo. Si a ello sumamos el hecho de que la mayor proporción de este universo recibe salarios de subsistencia y, consecuentemente, vive en condiciones materiales muy precarias (43% en la región), podemos imaginar el carácter marcadamente diferenciado de los efectos. Esto es: los más afectados por la crisis coviana son las personas de bajos ingresos y escasa o nula calificación laboral.

El mundo se está reorganizando. Las cadenas de suministros y producción están replanteadas o terminarán relocalizándose. Los horizontes de las expectativas se han reducido y con ello las actividades que jugaban especulativamente con el corto y mediano plazo. Una nueva configuración geopolítica está en curso. El mundo habrá de moverse en bloques, más resguardados y protegidos que los que hoy conocemos. La vida social y cultural queda transformada y el mundo de la interacción física intensa y cotidiana es un asunto del siglo pasado al que no retornaremos.

En nuestro país las pérdidas de empleos son masivas. Las del turismo y las manufacturas están por cuantificarse de manera definitiva, pero alcanzan cientos de millones de dólares. Siendo la dominicana una economía informal y de medianas y pequeñas empresas, los grandes efectos adversos solo podríamos dimensionarlos objetivamente a finales de año. En general, el covid-19 detuvo de repente la senda virtuosa del crecimiento económico dominicano y se espera que la economía no crezca (crecimiento cero, escenario optimista) o que retroceda (crecimiento negativo, escenario pesimista).

En esta situación el Gobierno, que se ha venido manejando con presupuestos deficitarios y altos niveles de endeudamiento consolidado, implementó, como todos los gobiernos del mundo, políticas integradas de un altísimo costo en medio de una coyuntura electoral innecesariamente dispendiosa.

En efecto, el Estado dominicano, que en su caso pone en evidencia las ventajas del control central frente a las adaptaciones críticas de gran escala, gasta miles de millones en el apoyo a empresas, empleo, ingresos y pobreza; en estímulos focalizados al empleo y a los ingresos, y en la protección de los trabajadores localizados en los sectores más vulnerables de la economía nacional. No menos importante ha sido el diálogo del Gobierno con trabajadores y empleadores en busca de soluciones, si bien tal acercamiento cooperativo no aparece como elemento importante de la estrategia implementada.

El voto de mañana domingo 5 julio no es un voto cualquiera. Es realmente trascendente en medio de la ignorancia generalizada que se manipula, el despilfarro de recursos y las necesidades nacionales incrementadas. Decidirá el curso malo o bueno a seguir en una situación en que la economía y las finanzas permanecerán por un período indeterminado en cuidados intensivos.

Se votará en momentos en que trabajadores y empresas enfrentan, como decía el Director General de la OIT, Guy Ryder, una catástrofe. Una situación que demanda una actuación política racional, equilibrada, participativa, ahorrativa, futurista y desprovista de la mezquindad y el clientelismo rastrero que han caracterizado por muchos años la conducción del Estado dominicano.

El escenario que se dibuja para la próxima Administración es de sobrevivencia nacional apuntando a la estabilidad macroeconómica, el repunte del crecimiento, la confianza ciudadana y el retorno a la normalidad social relativa. En una situación como la someramente descrita, el voto no puede ser una moda coyuntural. Es en realidad una apuesta seria a una gobernanza viable, sustentable y responsable en medio de la peor crisis conocida desde la Segunda Guerra Mundial.

Una dirección política correcta y comprometida podría hacer la diferencia entre la supervivencia y la bonanza, y el colapso resultante de una gestión irresponsable y políticamente torpe y miope. Lo que está en juego no es la permanencia de un partido en el Gobierno o la llegada de otro nuevo: es elegir la voluntad política que pueda garantizar o no nuestra persistencia como nación en desarrollo, en medio de una crisis global y nacional multidimensional de consecuencias todavía impredecibles en muchos aspectos.