(Apuntes para un manual de sociología barata)
La pandemia corona-virus ha situado al planeta Tierra en una especie de regreso simbólico a “la ruralidad-medieval”; la OMS no para de advertir que tal remedio casero no cura el Covid-19 y que la bebida alcohólica, más que ayudar, debilita el sistema inmunológico. El fenómeno ha colapsado toda la arrogancia médica y sus supuestos avances, laboratorios, hospitales, por no decir infectólogos, alergistas, virólogos, ya no saben cuál es el swing perfecto para dar un cuadrangular por los 411. Día por día hay un medicamento o una teoría. Pero nada es certero, y como tal sálvese quien pueda, invente, cúrese y protéjase como Dios manda que el sistema ya no da abasto. Se tambalean paradigmas en tiempo en una época ciencia y tecnologías súper avanzadas.
La crisis de la ciencia médica ha conducido a la gente y a los países más “desarrollados” a buscar opciones en una varieté de tratamientos, sin nadie dar con la respuesta esperada. Es curioso e interesante ver como en estos momentos de virus, la arrogancia científica tiene un gran motivo para reflexionar respecto a lo indefenso y débiles que somos los seres humanos; no somos nada, un bichito microscópico nos tiene patas arriba y en pánico, especulando, esperando cada día para verificar datos estadísticos que tranquilicen nuestra paranoia de película de ciencia ficción. Nadie imaginó que en pleno siglo XXI, una cosita tan “minúscula”, que supuestamente tuvo su génesis en un murciélago, iba a golpear tan rudamente el motor de la tierra: Las finanzas y una estructura económica que se fundamenta en la producción industrial. Todo detenido. De no ser por la bebida alcohólica y el moderno sistema de comunicación que da posibilidades de una fructífera socialización virtual que nos mantiene al tanto, lúdicos y menos solos, apenas tuviésemos disfrutando de los servicios que se les brindan a cualquier animal barato: “Comida y agua”.
La crisis ha creado y fortalecido un imaginario de chistes y consejos “médicos-caseros”, una inventiva popular digna de una gran mirada antropológica que escudriñe en la “grandeza-creativa” del ser humano en momentos de adversidad. La fábula burlesca y el mito no tienen límites, permean la cotidianidad de un escenario “extrañamente-tenso” que todos los días registra cadáveres y contagios.
La atmósfera viral ha reducido el contacto a un protocolo aséptico donde todos sospechamos y somos sospechosos de estar infectados por el Covid-19. En el espacio público nadie está limpio, temer y ser temido se ha aceptado como una norma de la convivencia.
De compararse el escenario actual con los hábitos de higiene de una vida cotidiana “normal”, se podría inferir que estamos sumergidos en medio de una trama “tragicómica” donde desdicha y comedia están vinculadas a un mismo tema. Todo pasa y nada pasa y como decía Rodriguito en “El Informador Policíaco”: “Y la vida sigue su agitado curso”.
¿Qué hacer?, si cada día aparece un documento, un rumor, un personaje mediático que contradice o sobreabunda la información anterior. Se ilustra, se grafica cómo se comporta el virus en tal ambiente o superficie, pero no hay nada práctico ni sencillo respecto a qué hacer para evitar el contagio. Es tanta la información defensiva que a veces creo que todos somos el lema BANINTER: “Todas las posibilidades”. Lo más claro hasta el momento es un sistema de pasos que indican una ética respecto a la socialización y la higiene. Pero el rigor es tan estricto que para cumplirlo cabalmente se necesita tener una atención que solamente se entrena meditando por dos décadas en el Tíbet. La brecha para contagiar y ser contagiado radica en que ningún humano está diseñado para sostener una atención consciente varias horas al día, imagínense 40 días. Todo el que tiene que salir, no importa que sea poco o mucho, es víctima de un azar que implica el descuido o la “inconsciencia”, o parodiando al maestro Gurdjieff: se puede dormir en sus laureles. ¿Cuántas veces en la intimidad de la casa hemos violentado de forma inconsciente el protocolo de higiene a seguir?
Desde que nos despertamos tenemos que mentalizar el escudo híper-higiene. Incertidumbres, miedo y autocontrol más que una certeza de qué hacer. No hay un líder humano ni producto de laboratorio a quien seguir para evitar la desgracia. No hay una señal que dé luz respecto al camino a seguir. Apenas, se cita el modelo a imitar de algunos países orientales pero queda la sospecha de un abismo cultura-político respecto al modo de vida occidental.
Cada día el mito-informativo nos alienta respecto a consumir el abecedario entero en vitaminas para subir la defensa, que si el sexo, o el yoga, la meditación, tomar sol, hacer tal o cual actividad para producir dopaminas, endorfinas, serotonina, oxitocina. Es un etcétera de felicidad como si estuviésemos sumergidos en un calabozo de infelicidad y aburrimiento. Más que cuentos y mitos, la humanidad espera de forma desesperada una vacuna o un fármaco que pare los tentáculos del mal.
cC