Tiempo de reflexión; una abrumadora confluencia de ideas que parecen brotar de todas las partes que conforman el universo del conocimiento.  Con el pasar de los años, hemos estado siendo objeto de un cúmulo indefinible de circunstancias que han ido moldeando nuestro carácter y nuestra personalidad hasta convertirnos en una perfecta escultura, de esas que muchos artistas pretenden emular de la genialidad sensual de Auguste Rodin en la Francia del siglo XX.   En este fluir de las cosas, nos hemos convertido en una especie de libro viviente cuyo fondo o contenido lo constituyen los conocimientos que hemos ido coleccionando al paso de los años para darle una estructura de valor a la obra final que somos nosotros en nuestro estado actual.   

Emociones y sensaciones que nos condicionan a vivir en medio de infinidad de ambientes, a veces muy distantes de ser los ideales y que, muy a nuestro pesar, nos vamos capacitando para resistirlos y lograr sobrevivir en medio de ellos.  Sin lugar a dudas, el ser humano ha debido de luchar contra las más adversas circunstancias causadas por pandemias recurrentes que, en su momento histórico, han debido parecer apocalípticas.  Entre éstas, la mutación causante del actual coronavirus, no es una excepción.  Nuestro cuerpo de apariencia frágil, está dotado de una fuerza descomunal proveniente de los anticuerpos que crea nuestro organismo en su sistema inmunitario, el cual nos habitúa para convivir con los virus y bacterias más altamente destructivos.  Pero no nos equivoquemos, este poder de inmunidad que nos confiere nuestra naturaleza animal, no puede lograr vencer la batalla por sí solo.  Al igual que todos los que hemos vencido una enfermedad terminal, es necesario recurrir a la pasión por vivir; requisito fundamental para todo emprendimiento que pretendamos lograr.   Y es por eso que el susodicho poder requiere de nosotros una actitud combativa y resiliente que nos haga entender que nos enfrentamos a un enemigo muy sagaz que logra penetrar por entre los resquicios más imperceptibles y menos esperados.  Pero, por invencible que pueda parecer, no puede ese guerrero derrotar a la ley natural que Darwin quedó en llamar “la lucha por la supervivencia y selección natural” que nos ha conservado como especie en este planeta Tierra, el único con que por el momento contamos para habitar.  O quizás deberán de crearse en este mismo mundo, en un futuro no tan lejano, las “torres con micrófonos integrados” de las que habla Margaret Atwood en sus obras distópicas. 

En esta humilde reflexión de mi razonamiento, no pretendo entrar en este rejuego de realidades que muchos de nosotros debemos presentir o conocer.  Mi única intención con la formulación de estas palabras es tener la seguridad de que estoy aún viva, muy viva y luchando con todas mis capacidades para mantenerme sana y lúcida en este vaivén de nuevas circunstancias que nos ha tocado enfrentar a todo un conglomerado de seres humanos que, al igual que yo y unidos en una estrecha solidaridad jamás vista, bailamos al ritmo de las olas movientes.