“…Por suerte, en todas las épocas, perviven los que no se adaptan; aquellos que evitan aferrarse a un conservadurismo ramplón. Aquellos que en todo tiempo salvan a la poesía de los museos de cera.”
Toda moda reciente, por la propia novedad que implica, resulta intrincada y difícil de aceptar en un primer momento y al mismo tiempo parece inconcebible la velocidad con la que logra instalarse en nuestras vidas. Es interesante tratar de comprender la razón por la que Zoom y como ésta otras plataformas del mundo digital, nos atraen tanto y se convierten en un corto espacio de tiempo en un lugar común, una especie de selfie colectivo que es difícil evitar. Todos desean hoy en día participar de lo visual, de esa llamada en grupo presencial a través de las redes. Es como una necesidad continua de ver y de que nos vean, de mostrarnos y mostrar al mundo quienes somos a través de la pantalla de un ordenador, del móvil o de la Tablet.
El debate de las ideas, bajo la reciente modalidad en boga, me remite sin cortapisas a una famosa frase de Umberto Eco, que a muchos logra ofender. Tengo la sensación de que hemos accedido y por la puerta ancha en el recinto, hasta cierto punto sacrosanto y cerrado de la literatura. Se abrieron de golpe las ventanas en todo el vecindario. Un poema recién escrito, una idea aún no procesada se lanza al ruedo sin ningún tipo de pudor. El vedetismo irrumpe pisando fuerte a través del cristal y toma asiento sin rubor en el centro mismo de nuestro salón. Los anfitriones y los papeles protagónicos son compartidos por todos. Cualquiera puede ser reconocido como miembro de la farándula del momento. Y todos nos sentamos a observarnos y observar cómo se saludan de una a otra ventana los inquilinos del residencial. Éste proceder distinto al conocido, este compartir el hecho poético con impaciencia e inoportuna premura, ese servir el pan a medio hornear pone, una vez más sobre el tapete, la necesidad de revisar el carácter, hasta cierto punto solitario y fuera de la apariencia mediática, del oficio de escribir.
Es preciso, al menos lo es a mis ojos, una seria reflexión acerca de la utilización irracional y a veces insensata de estos medios que acaban por volverse en contra del mismo objetivo que los anima, la democratización del saber. Esta consideración me lleva inexcusablemente a Don Federico Henríquez Gratereaux, quien con enorme acierto se refiere en su libro "La feria de las ideas" a quienes él llama "los intelectuales brutos", y cito textualmente: "el pensamiento exige soledad, el apartamiento, después de la zambullida en la realidad. Si no ocurre con frecuencia este repliegue el resultado es la pobreza interior, la opinión no madurada, esto es, apresurada. O lo que es igual: la disminución de la calidad de la producción intelectual"
Soy partidario de la conversación horizontal. De la discusión de ideas, del enriquecimiento mutuo y personal a través del intercambio de coincidencias y discrepancias, de respetar las distintas maneras en las que cada uno asume la vida. Y por eso en este punto debo reconocer que, a pesar de mis palabras, he llegado a valorar de forma muy positiva iniciativas como Diálogo Académico, Versos ajenos y Tertulia del miércoles, experiencias puestas en marcha – hace ya algunos meses – por Ibeth Guzmán, Pedro Antonio Valdez y Juan Matos respectivamente. Iniciativas todas ellas que están contribuyendo de modo notable a fomentar una participación seria y formada en torno al mundo literario. Y todo ello, sin embargo, sin dejar de observar que existen otras muchas en las que todos opinan de todo sin mediar, entre una reflexión y otra, un tiempo mínimo para sopesar aquello de lo que se habla. Siento en estos casos un inevitable temor de que el fantasma de Umberto Eco salga, de entre las páginas de uno de esos libros prohibidos de la Abadía Sacra di San Michele, para justificar su certeza de que hemos sido invadidos por seres extraños al mundo de la cultura.