A pesar de que su primera intención era llamar la atención sobre la necesidad de proteger el medio ambiente, el reciente debate suscitado tras la publicación de la foto de la artista y ambientalista Carmen Danae en la revista británica Vogue, en su edición de agosto de este año, no solo ha asestado una crítica al Estado dominicano y a la industria turística sino también ha herido el orgullo nacional y exacerbado el nacionalismo.

Lo que pudo haber sido una imagen paradisíaca, como lo es sin duda el Parque Nacional Manglares del Bajo Yuna, en Samaná, en la foto se nos presenta como un área descuidada y contaminada por desechos no biodegradables. Danae, como ambientalista, registra una realidad que no solo es propia de Samaná sino que se extiende a otras zonas del país y del planeta. La preocupación e indignación de las autoridades y algunos ciudadanos dominicanos, sin embargo, no fue por el señalamiento al daño ambiental sino porque esta imagen en Vogue nos exponía ante el mundo y, por lo tanto, podría afectar aún más a la industria turística en el momento crítico que vivimos a causa de la pandemia. El turismo es uno de los principales recursos del país junto a las remesas enviadas por la diáspora desde los Estados Unidos y Europa.

La controvertida foto se publicó como parte de un desafío (#Vogue Challenge), dentro de la campaña denominada #Reset (reinicio). En la convocatoria, el editor Edward Enninful pedía imágenes de paisajes de la naturaleza que tuvieran algún significado para el fotógrafo. En la selección final, además de República Dominicana, se incluyeron portadas de Japón, Estados Unidos, Islandia, Escocia, entre otros países. La foto de Danae es la única que capta un paisaje degradado en una zona turística y que, además, ha sido declarada como área protegida por las Naciones Unidas.

El debate sobre la publicación de esta foto ha subrayado las fronteras que crean los espacios turísticos dentro de la nación misma. Es decir, aquellos espacios visitables que se contraponen con los de las áreas de servicio o a los que que Dean McCannell denomina el “front stage” (proscenio) versus el “back stage” (fondo del escenario). Estas contraposiciones las observamos cuando comparamos el entorno de los complejos hoteleros con las comunidades donde estos operan. Mientras el primero cuenta con servicios eficientes (calles pavimentadas, energía eléctrica); el segundo, donde generalmente vive la mayoría de los trabajadores del hotel, carece de estos servicios. Eslóganes como “sonríe al turista” y “no tire basura, zona turística”, en carreteras dominicanas,  son campañas que demandan acomodo para el visitante y abandono y sumisión para los nacionales. Esto a pesar de que el turismo es uno de los principales generadores de empleos en posiciones de servicio y, por tanto, los de menor remuneración (camareros, recepcionistas, animadores). En su estudio sobre el turismo sexual en Cuba y la República Dominicana, Amalia Cabezas observa, además, que el 95% de los hoteles en el país tiene la política del todo incluido. Es decir que las comunidades circundantes no se benefician directamente de este mercado y las grandes ganancias son destinadas al capital global, similarmente a como operaba el sistema de plantación durante la colonia.

Al igual que este sistema económico, los espacios de los complejos hoteleros se diseñan en base a un escenario homogéneo, apegado a la narrativa occidental que, al mismo tiempo, controla los cuerpos y establece fronteras para controlar la circulación de las personas (turistas/personal del servicio/nacionales). Dentro de estos espacios se reproducen escenarios y actividades para garantizar que el visitante pueda “explorar” lo exótico bajo la seguridad de que circula por un territorio conocido. Asimismo, los empleados son reeducados y desde el menú hasta la arquitectura son comodificados para satisfacer las expectativas que se han formado los visitantes a través de la propaganda.

No obstante, con la llegada del post-turismo (Maxine Feifer), producto de la época del post-fordismo, la industria se diversifica y se extiende más allá de la oferta de playa, arena y sol. El “back stage”, además, se vuelve atractivo y los paquetes turísticos se diseñan para satisfacer las especificidades del público. Así vemos las excursiones ecológicas, culturales o destinadas a grupos de solteros; viajes en el tiempo en donde se recrean guerras y visitas a antiguos campos de concentración. El turista, a su vez,  está consciente  de que el viaje es una sucesión de juegos en el que la experiencia “auténtica” no existe y sigue el guion del recorrido.

La entrada de la era digital será determinante para el desarrollo del post-turismo. Hoy en día podemos intervenir las narrativas turísticas y viajar virtualmente desde la comodidad de nuestros hogares.  Situaciones que antes pertenecían al “back stage” se exponen públicamente en las redes; los turistas se involucran e intercambian sus opiniones. Por ejemplo, actualmente podemos encontrar portales en los que algunas turistas comparten su experiencia con sanky pankies durante su visita al país y previenen a sus congéneres sobre cómo actuar ante ellos (un tema que ameritaría otro artículo por su complejidad).

El Reset de Vogue, aunque no lo estableciera en sus bases, invitó a sus lectores a viajar virtualmente y es desde ahí donde Danae obligó a hacer un desvío. En el desafío su foto se destaca  precisamente porque es la única que revela el “back stage”. El turismo de hoy no se conforma solo con postales, los visitantes también quieren adentrarse al fondo. El lente de Danae ofrece una mirada que no invita a experimentar el placer asociado a la actividad turística sino que alerta sobre una situación que hoy más que nunca amerita la atención urgente de todos los habitantes de este planeta.

Zaida Corniel, escritora y doctora en filosofía. Profesora de español, estudios latinos, cultura y literatura del Caribe en Stony Brook University, en el estado de Nueva York. Su trabajo de investigación se enfoca en  narrativas turísticas.