« Hay días en que todo sale mal », dice mi amigo Pablo. ¡No me digas! Has descubierto el hilo negro -le respondo. Estamos en el bar oscuro de siempre. Nunca había creído en el cuento ese de los espejos hasta que antier rompí uno, desde entonces no doy una. Cuántos años de mala suerte.

Verás, el espejo tenía aaaños olvidado en el fondo del closet hasta que a Elodie se le ocurrió limpiarlo. ¿Te refieres al closet o a ella le da por jugar a la mamá de Blanca Nieves? Espejito, espejito quién es la más bonita… Cuando Pablo se pone en modo monólogo sólo queda asirse a la cerveza. Me puse frenético exigiéndole que lo tirara, pero dado el caso que me hace, fui yo el que se encargó de tan incómoda tarea. ¿Sabes todo lo que puede acumular una mujer y guardarlo secretamente en su closet? No vayas por allí, lo exhorté, las feministas pueden llevarnos al paredón. Tengo la lista, dijo sacando un papelito arrugado:

  • 7 bolsos, incluyendo uno que le traje de Nápoles y que nunca ha usado.
  • 22 pares de zapatos, entre sandalias, de tacón, tenis, pantuflas, chanclas, botas, botines… Hay unos “pocos” que necesitan reparación pero que el zapatero francés (Pablo vive en Paris, trabajábamos en la misma universidad) se ha negado a reparar y ella espera que yo se los lleve a su homólogo mexicano, aunque no tenga viaje previsto en lo que queda de este año (ni del próximo), completa.
  • 13 suéteres. Uno, o más de uno para cada ocasión: frío moderado, sol de primavera, lluvia de abril, otoño taciturno, invierno asesino, navidades aburridas… ¿Otra cerveza? Digo mientras me dirijo a la barra. Pablo no cesa: eso sin considerar grosor, calidad, año de compra, color, recuerdos ligados a cada prenda… La hermana solía regalarle dos al año, uno en su cumpleaños y otro para la navidad… Qué imaginativa, digo y le pongo el vaso lleno, sólo se interrumpe para mancharse de espuma…
  • 9 pantalones, qué si de pana, qué si de lino, qué si algodón fresquito, que si Levi’s que ya no le quedan. Esos también los dejé en la basura, vuelve a divagar y aprovecho y meto mi cuchara.

Ya no sigas, volvamos a tu mala suerte, le arrebato el papel y lo destrozo. Recuerda que los españoles cambiaban espejitos por joyas a los sorprendidos aztecas. Yo no quería romperlo, se lamenta con sincero arrepentimiento, pero era retepesado, para contemplarse de cuerpo entero, me cansé al bajarlo por las escaleras, vivo en el quinto piso, te acuerdas, nada más llegar a donde los contenedores, choqué con un muro y zaz, añicos por todos lados. Tuve que darle 20 euros a la conserje para calmarla (y persuadirla de que barriera los micropedazos).

Al volver al piso Elodie estaba con una colega, me di cuenta de ese detalle cuando ella, ¿Suzanne, Sophie?, salió del baño espantada. Désolée, désolée, decía mientras del escusado brotaba agua en lugar de llevársela… Haz algo Pablo, me gritaron ambas como si yo fuera superplomero. El destapacaños se rompió al primer intento así que no me quedó de otra que meter la mano, que sin querer se topó con un submarino nuclear de tamaño considerable. Lo deshice sin miramientos hasta que pudo hallar el camino hacia las profundidades del Sena. Con las prisas, olvidé quitarme el reloj, que se me rayó; además, había dejado de funcionar…

Fue el espejo, estoy seguro. No le recriminaste nada a la Sylvie esa, por lo menos mándale una factura de plomería y otra por tu reloggino. Espera, luego hubo que sacar el agua nada cristalina del baño antes de que aterrizara en el piso de abajo. Eso lo hizo Elodie, la amiga, supongo. Pablo calla y bebe…

Todavía no acaban mis desgracias, desde ayer no tenemos internet, los foquitos del modem, que deberían estar iluminados no se encienden. Los de Orange dicen que es un problema general. ¿A tus vecinos les entró una especie de espejocidio? Quiero bromear. Tengo que terminar una traducción, sin la red estoy jodido, y para acabarla, mi compu, que no había querido cambiar, tampoco prende, estoy usando una de Elodie… Ya no sigas Pavlovich, me vas a hacer llorar, nunca te creí supersticioso, mejor hablemos de la Champions, que juego más aburrido, a qué le ibas al Tottenham, ¿no?, ese vicio de escoger equipos perdedores no es culpa del espejo, río.

Elodie no me habla porque según ella fui grosero con la cagona, a nadie le importa mi reloj, ni mi trabajo atrasado, y además sin wifi. Sophie me propuso usar su red, mañana si no hay solución iré a su casa, llevaré papel higiénico de regalo.

Después de cervezas y lamentaciones varias, Pablo abre su billetera para descubrir que está tan vacía como su ánimo. Yo te invito, salvo que no pase la tarjeta…

Nos damos un abrazo. -Y si te regalo un espejito, ¿de esos que llevan las chicas en el bolso?- Que tengas buen viaje, a qué hora sale tu vuelo, me contesta y nos separamos en el metro. Borges también maldijo esos artilugios, porque reproducen a los hombres o algo así, aparece en un relato suyo. Por si las dudas evito pasar debajo de una escalera antes de llegar a mi hotel…