La historia ha enseñado que el sistema capitalista para su instalación y consolidación, en sociedades atrasadas y dependientes, atraviesa por un camino sui generis por el débil desarrollo de su modo de producción, y, algunas veces, por una presencia determinante del poder extranjero que impiden el funcionamiento de regímenes que permitan instituciones sólidas y la creación de una estructura estatal servil a sus intereses.
Ese poder extranjero utiliza nuestro país para dirigir el saqueo de sus recursos naturales e imponer, por las debilidades, ausencia de conciencia de clase, del sector dominante y un pueblo adormecido en sus laureles, un mecanismo nacional e ideológico hegemónico que manipule el pensamiento y el accionar de la población.
Ahora vienen con una nueva política de lucha por “adecuar la democracia”, bajo la sombrilla de un supuesto combate contra la corrupción y la impunidad. Con esta imagen, los Estados Unidos intenta disfrazar, rejuvenecer, su presencia imperial para garantizar la permanencia del control del Estado, a través de sus representantes nacionales.
De lo que se trata es controlar y consolidar el poder del Estado en un tránsito traumático a lo largo y ancho de nuestra historia reciente. Y para eso tienen a los sectores conservadores y una rancia oligarquía que no han perdido su influencia y dominio.
Estamos claros, desde la década de 60’ hasta nuestros días, el tránsito democrático, destinado a sepultar el atraso económico, político y social, ha navegado en periodos de incertidumbres dominados por luchas inter grupales, gobierno demócrata, golpes de Estado, dominios militares, rebelión cívico-militar, dictadura, mandatos presidenciales sin interrupciones, etcétera. Estas etapas históricas significan avances y retrocesos en todos los órdenes de la vida nacional.
Esa oligarquía perversa dominó en todos esos años, bajo la influencia de los Estados Unidos, el escenario que acondicionó un panorama que permitiera el combate brutal contra los revolucionarios, con múltiples métodos, y la consolidación de su dominio en el poder.
En la conquista de los derechos democráticos y libertades, los revolucionarios han ocupado las primeras filas y se han tirado sobre sus hombros, con todos los sacrificios, la lucha por la “democracia” que hoy disfrutamos; sin embargo, los conservadores y una rancia oligarquía se ha beneficiado de ellas, imponiéndose en la conducción del aparato estatal.
La democracia capitalista tiene un sello de clase, irrenunciable. Para que nadie se confunda y se vayan con lanzamientos malos. El objetivo inmediato es aprovechar, participando activamente, el “espacio democrático” para avanzar y colocarnos en mejores condiciones de profundizar el proceso para que sirva a los fines estratégicos.
Ha llegado el momento de revisar nuestra conducta frente al tránsito, proceso democrático, capitalista. No basta con seguir levantando consignas, formular críticas y movilizaciones por reivindicaciones económicas, políticas y sociales. Hay que participar, diferenciándonos, en todos los escenarios en la construcción de una democracia que ha quedado a media talla en manos de los conservadores y la oligarquía criolla.