El video se reprodujo con velocidad viral, como se dice ahora. Se trata de un vendedor de tamales, que ofrece su sabrosa mercancía a los viajeros que esperan en la fila para cruzar la frontera y llegar al territorio de los McDonald’s. Lo extraordinario no son los comerciantes que ofrecen de todo: burritos, aguas frescas, alcancías de cochinitos, lonches, figuras de Bart Simpson o de San Juditas Tadeo de tamaño real… El video causó sensación no sólo porque el cliente estaba del lado gringo, sino porque el antojadizo se había bajado de una camioneta de la border patrol, los que se encargan de capturar a aquellos que osan colarse al imperio sin papeles. «¡A dólar el tamal, míster, a dólar! Si no le gusta, no me lo paga», le dijo René Peralta, al tiempo que le acercaba el preciado manjar.
No sé cómo era la línea antes, pero en lo que concierne a Tecate, en Baja California, hoy presume una reja de cinco metros de altura (cortesía de Trump), que divide el desierto y por cuyos agujeros, se filtra el sol a pedazos y también, uno que otro tamal, aunque no tenga visa.
¿Por qué el vigilante de la frontera decide comer un tamal, que proviene del mismo sitio que las personas, a las que más tarde tendrá que atrapar?, ¿es una táctica para conocer al enemigo?, ¿es una manera de rebelarse ante el clima hostil impuesto por su gobierno?, ¿una soberbia forma de argumentar que el muro es para ustedes, no para nosotros?
Quizás resulta ocioso buscar un motivo. Lo más probable que se haya cansado de la comida artificial de su entorno y que el aroma de los tamales y las promesas de su vendedor lo hayan seducido. Nada más fácil que estirar la mano para atrapar la tentación envuelta en hojas de maíz.
Seguramente, no era la primera vez que pedía comida a través del muro y ya antes había comprado burritos de carne con frijoles. Incluso, podríamos imaginar que cuando le toca descanso, se aleja del «progreso del norte» y se aventura en las taquerías de Tecate: una orden de tacos al pastor, con todo por favor…
Alguien tendría que contarle más del suculento platillo. Por ejemplo, que la palabra viene del náhuatl y que significa envuelto. Que se encuentra en muchos países pero que, en México, hasta festivales se organizan para deleite de las masas.
Díganle que la vitamina T (tacos, tortas & tamales) forma parte de la dieta del mexicano y, que el tamal se prepara de mil maneras: desde los típicos rojos, verdes, de mole, de dulce; hasta los más exóticos de camarón, de chipilín (una planta como la espinaca), de chicatanas (unas hormigotas voladoras) y otros insectos.
Lejos estoy de considerarme un conocedor o un amante de dicho plato. Me he resistido a probar la llamada Guajolota, esto es, un tamal metido en un pan a la manera de sándwich y que en la ciudad de México se consigue en cada esquina. Este alimento te llena (de energía, de masa, de calorías, de dicha) para que no pienses más que en tu trabajo, aunque éste consista en mantener a salvo tu país de indocumentados, deseosos también, de trabajar en lo que sea…
Me gustaría hablarle del zacahuil, un tamalote que se prepara en la Huasteca. Lo ponen en hornos bajo tierra y es tan grande que rinde para unas cincuenta personas. Yo lo probé una vez y me encantó. Según la leyenda, el primer zacahuil lo hicieron con el cuerpo de un cacique azteca que no dejaba de asolar a los habitantes de esa zona, ¿será? Igualmente, lo sirven de ofrenda en el Día de Muertos, pero, sobre todo, para celebrar, con música, baile, alcohol…
No se deprima señor agente, también en su país hay tamales. Según el portal de «Visita Mississippi», ellos poseen los mejores del mundo. ¿Los traerán congelados desde México? Al parecer, los mexicanos que iban a sembrar el algodón allá, los importaron y hasta les enseñaron a prepararlos. Ellos iban con el programa bracero, así que no atentaban contra las leyes…Aunque si probó los de la frontera, ojalá que los del estado sureño no lo decepcionen.
Hay muchos pretextos para comer tamales, uno de los más socorridos es la fiesta de la Candelaria, que se lleva a cabo el dos de febrero. La tradición arranca antes, con la Rosca de Reyes, en cuyo interior se esconde un niño Dios de plástico (los franceses, que comen la suya y que pregonan el laicismo, ponen figuritas de cerámica… ideales para visitar al dentista), quién se lo encuentra, debe pagar los tamales al mes siguiente.
René había perdido su trabajo por la crisis del Covid, y por eso se puso a venderlos y ahora es muy famoso en las redes sociales. «Ojalá y no regañen a mi nuevo cliente», dijo preocupado. A fin de estrechar los lazos entre ambos países, sugiero que manden al cuartel de la patrulla fronteriza, una rosca, la víspera del día de Reyes y así, el agente que se saque el niñito, tendrá que organizar la tamaliza. René se compromete a surtirlos.
«Yo no cruce la frontera, la frontera me cruzó», cantan Los Tigres del Norte, cuando explican el fenómeno de esa convivencia de amor-odio, digna de diván, que existe entre los vecinos más desiguales del planeta. Después de lo acontecido, lo mismo puede alegar el tamal de elote, que fue a parar a las fauces del oficial de la migra, quién le aseguró a René (supongo) que al día siguiente vendría por más…